EL SERPENTARIO Y SUS RAMIFICACIONES
La ciudad y su esqueleto múltiple e inevitable, sus animales incendiados y torbellinos de hambres sin
fin. Dentro de ella, el gran estómago absorbiendo todas las contemplaciones. Vitrales pulverizados
envuelven a los grandes predios, la magia se coloca al alcance de todos bajo forma de un pasamanos
que apunta a la muerte de la Perspectiva. Fueron setenta vidas, tal vez más, contenidas en el espacio de
algunos días, límpidos, convergentes, inevitables, surcados por la proximidad de los ciclones, vivencia
del grande seno plástico que abriga los deseos del alma, de las cuerdas tensas del violín; setenta vidas y
después de eso la supervivencia. Sin embargo, el esqueleto más deshidratado que antes, la cavidad de
los ojos, el cráneo abandonado en la selva sin metamorfosis. Es preciso entapizar los corredores con
láminas a cada nueva aproximación del ser amado, construir senderos de sangre definitiva, único
homenaje posible, antena, precipitación, anatema, presencia, rastro fijo. La ciudad, sus diversos
barnices y esqueletos, su pulsación atemorizante sobre ella, la lluvia de horóscopos que se precipitan a
cada nuevo encuentro. Se hace necesario escoger las palabras de encantamiento, abriendo nuevos
espacios de magia (¿penetración, vértebra, succión?). Todo, sin embargo, no pasa de una incorporación
más. Prosigo en la ruta de los sabath. Busco los claros dejados por el ceremonial. Máscaras de
alabastro con lenguas de hielo todavía se precipitan en el cuarto, a partir de determinados puntos, lentas
y solemnes como si estuviesen infladas de hidrógeno.
(Fuente: La Parada poética)
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