lunes, 9 de noviembre de 2020

Cláudio Willer (Sao Paulo, Brasil-1940)

 

 

EL SERPENTARIO Y SUS RAMIFICACIONES


La ciudad y su esqueleto múltiple e inevitable, sus animales incendiados y torbellinos de hambres sin 

fin. Dentro de ella, el gran estómago absorbiendo todas las contemplaciones. Vitrales pulverizados

 envuelven a los grandes predios, la magia se coloca al alcance de todos bajo forma de un pasamanos

 que apunta a la muerte de la Perspectiva. Fueron setenta vidas, tal vez más, contenidas en el espacio de

 algunos días, límpidos, convergentes, inevitables, surcados por la proximidad de los ciclones, vivencia

 del grande seno plástico que abriga los deseos del alma, de las cuerdas tensas del violín; setenta vidas y

 después de eso la supervivencia. Sin embargo, el esqueleto más deshidratado que antes, la cavidad de 

los ojos, el cráneo abandonado en la selva sin metamorfosis. Es preciso entapizar los corredores con

 láminas a cada nueva aproximación del ser amado, construir senderos de sangre definitiva, único

 homenaje posible, antena, precipitación, anatema, presencia, rastro fijo. La ciudad, sus diversos 

barnices y esqueletos, su pulsación atemorizante sobre ella, la lluvia de horóscopos que se precipitan a

 cada nuevo encuentro. Se hace necesario escoger las palabras de encantamiento, abriendo nuevos

 espacios de magia (¿penetración, vértebra, succión?). Todo, sin embargo, no pasa de una incorporación

 más. Prosigo en la ruta de los sabath. Busco los claros dejados por el ceremonial. Máscaras de 

alabastro con lenguas de hielo todavía se precipitan en el cuarto, a partir de determinados puntos, lentas

 y solemnes como si estuviesen infladas de hidrógeno.

 

 

 

(Fuente: La Parada poética)



 

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