De "Astronomías para nictálopes"
Astronomía para nictálopes
Todos los mundos nacen de ti
Svatasvatara Upanisad, 4-4
1.
La doble hélice del cometa brilla al crepúsculo,
pronto habrá consumido últimas moléculas de lejano hielo
cuando acaricie la corona solar
y serán solo fragmentos de sueños encendidos
toda su vida de hiperbólico viaje.
Sentado aquí, al borde del Acantilado de Kuiper,
al término de una meseta de cien unidades astronómicas
donde la luz de la estrella llega ya oblicua,
con las piernas colgando a un vacío de treinta mil años luz
donde alguna vez nacieran los cometas visitantes del borde,
veo en mi mente la luz esplendorosa de algún atardecer de la Tierra,
el punto de fuga de todo un misterio, con
la infancia al verano en sus cielos claros
cuando nos acostábamos en las terrazas de la noche
para contar meteoritos en épocas de gemínidas o cuadrántidas
mientas nos íbamos quedando dormidos
y dentro de los párpados,
brillando todavía tanta luz,
la compañera roja de Mimosa y la gigante doble en el río oscuro de Carina.
¿Por qué la luz y no la respiración
de ese carburante que nos da la vida y también la quita?
¿Por qué la luz, pálido viento solar que llega
hasta estas piernas que descansan al filo del precipicio?
Pálido viento de un Sol que llega ya curvado ya menguante
la luz del Sol del tercer planeta,
coalescente brisa de fotones últimos entre las piernas,
brillo póstumo de una estrella tan eterna tan efímera
en las viejas noches de un pueblo de provincia
mientras se encendían las calderas de los trenes
que habrían de partir hacia la oscuridad,
cuando ya callaran las criaturas nocturnas
y se inauguraban otros sonidos,
propios del trabajo del hombre y sus rutinas
-- una fragua crepitando en sus rojos carbones,
un martillo que cae al fierro y lo moldea,
una limpia campana de taller --
Veo un mundo que despierta al frío
en aquel barrio al sur,
con la abrigada niñez de lanas por varias capas;
escucho un mundo que renace cada día
anterior a la escarcha y los fríos de junio,
y el sonido es anterior a la luz,
anterior al día que habrá de venir con la luz,
disipando la niebla y las ventanas empañadas,
como empañadas vías de tren ahí cerca, y un monte de aromitos
floreciendo, envueltos en una telaraña de rocío, cada gota un prisma,
cada gota un mundo donde la luz se descompone en su espectro visible,
como si fuera la tarde la mañana el día primero,
y aquel niño era dueño de todas las cosas creadas
y todos los mundos que nacían de las cosas creadas --
Una mañana descubro un duraznero en flor
y otra mañana sus primeros frutos de avanzada primavera,
y las flores del aromito ya son recuerdo
aunque su aroma todavía permanece en un patio de casa italiana
donde sobrevuelan las criaturas y más allá más arriba
aún era digno llamar «aeroplano» a los Pipper de aeroclub
con sus alas enteladas y su ronroneo lento a tres mil pies --
2.
Pero el hombre que se acuesta tarde
y ve los sirirís que vuelan altos en la noche,
sabe que mañana va a llover. Sabe
que esa formación en ala delta
avanzará al oeste sin sextante ni satélites,
saludando la altura sobre un pueblo,
donde en sus orillas maduran los maizales,
y los paisanos curtidos de chacras y viejos tractores
buscan en las nubes un código escrito de lluvias previstas e imprevistas,
y escuchan ese saludo como un mensaje, porque
huelen la baja presión de un cielo cargado de iones
y sienten la humedad del aire en sus huesos,
y hay nubes de verano en sus ojos vencidos...
Busco un punto de luz en la mirada lateral, un rojo particular
que no admite iguales en el fondo de estrellas al Sur,
un color que va naciendo con la noche,
que no podemos ver de frente porque otros mundos encandilan
y enceguecen las magnitudes límites del telescopio.
Pupila abierta a la oscuridad: otras tierras nacen
y se forman delicadas en las células bastón del ojo, incendiado
por la luz de las estrellas que cantan, y más allá de todo,
más allá del límite del cielo, donde hay siquiera
imágenes fragmentarias de un azul tercer planeta--
Cien millones de soles en el telescopio, el corazón
de Omega Centauri late un enjambre de luciérnagas al sur del Trópico
y al rocío de la madrugada; la fresca noche declina
como hacia el cuerpo de una mujer hermosa y desnuda
durmiente aún bajo las estrellas últimas y el rocío último
donde cada gota es un espejo convexo que refleja un sol diferente,
que la brisa diluye y difunde hacia aquellos árboles,
entrevistos apenas bajo la luz de Sirio, y el azahar
que regresa ayer de un horizonte de colinas y de una mañana fragante,
mientras caminara yo entre frutales y fresca arena
donde la luz toda fuese de iridio y topacio,
nacida de espejos cósmicos esas gotas de rocío,
aire nuevo y claro cielo a la hora del equilibrio --
3.
Invisible Mercurio, extraño tu incandescencia al ocaso;
invisible Marte, extraño fuego errante. Ya Saturno en Tauro,
otra vez el cielo de las Pleyades en las noches de verano,
inalcanzables ya aquellas moradas, vaporizadas en la luz del pasado,
cuando no es este centro de gravedad, mi centro de gravedad,
ni aquel mi horizonte, horizonte de eventos. ¿Cuánto demoraré
en llegar a mi centro? ¿Cuánto tiempo más en mi tiempo?
No hay colores ni sonidos ni tiene formas este cielo,
sólo radiación, ruido blanco de como piedras triturándose
en la absoluta sombra; la creación que no fue,
el reloj detenido un terasegundo antes; el día domingo que no comenzó,
la casa a la que estoy regresando y jamás llegaré.
En la luz del telescopio es ahora el horizonte
donde el viento solar ya descansa; estas tierras grises
y estos arbustos sobrevivientes. Es aquí
donde el ojo recibe las impresiones más primitivas
y exceden la capacidad del alma para entender,
el no espacio y el no presente, y el mañana que fue ayer.
Sentado al borde del Cinturón de Kuiper, con los pies
colgando al vacío como en un acantilado
a treinta mil años luz del corazón, el Brazo de Orión
se alarga hacia el Gran Silencio
y me arroja lejos, lejos de todos estos mundos.
Selección de Poesía 1997-2022,
Ediciones El Suri Porfiado,
Buenos Aires, 2023
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Foto: Diario Junio
(Fuente: Otra Iglesia Es Imposible)
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