La memoria de una tarea adquirida
Para nuevos amaneceres color ceniza
Brian Patten
Llegó el día y cerró tus ojos. No hay escándalo
en todo esto, porque aún seguís mirando el mundo
desde una muralla convaleciente y, lo que sucede
afuera, apenas es asunto contable sólo narrado
por quienes describen lo mal que lo pasan
aquellos que traban relación con sujetos libres.
Pero siempre fuiste así, desde hace bastante
tiempo, lo mismo que las ramas de los fresnos
moviéndose enloquecidas como peces recién
capturados por las redes de los hombres de mar,
resistiendo a corcoveos epilépticos la evaporación
del oxígeno: una lenta cocción en su propia salsa.
Y del mismo modo que la palabra alberca,
extraída de un libro de baja denominación,
los diálogos también se muestran protagonistas
de sus devastaciones. Podría tratarse de los efectos
de la mononucleosis en el sistema inmunológico,
no logrando ya detenerse lo suficiente. De todas
maneras, existe todavía cierta congestión de sonidos
silbando entre los cables abandonados de la telefonía
fija, ahora hamacándose en el aire fresco del patio
sin que haya algún motivo para comunicarse.
Una consigna
Dr. Oscar Ramos
Imaginate, como en un poema de Millán,*
a los muertos volviendo a la vida,
a los desaparecidos sacándose de encima
las lombrices y bien lejos de sus fosas,
dirigiéndose con las muñecas desatadas
desde el fondo del mar hacia el vientre
de un bimotor, que se aleja con ellos,
despertándose, retirada ya la aguja, y los pedazos
de la ampolla que contiene el pentotal,
unificados. El saldo dejado por el vacío regresa
para llenarse, por un descuido del instante.
Y que tu bar preferido aún te espere, y la mesa
asignada se encuentre en el mismo sitio. Tres
copas recién servidas, la misma cantidad de sillas,
discutiendo en la antesala de las presencias.
“La cuestión es encontrar una finalidad
a la producción de las actividades humanas.”
Incluso en ese punto, podría proponerse
una unidad de valor, sin saber cuál es,
de todos modos. Podés imaginarte lo que quieras,
y sin embargo la luz que ilumina un rostro
hace más extraños los pliegues de nuestro
conocimiento. Recordá que la primera actividad
del hombre es desconocer el tiempo; la segunda,
ignorarlo; y la tercera, ya se sabe, volverse
uno mismo tiempo para otros. Antes
de borrarse los gestos, elijo la última opción.
Sólo tu nombre me suena familiar. No dice
nada más que lo que las aves, cuando orbitan
alrededor de la lluvia inminente, deletrean,
y así parecen tartamudas. Hay un debate
que no se deja esperar, y las sillas se retiran
de golpe ante la mínima diferencia.
Stephin, Scott & Jasper
Una historia de amor debe tener
ciertos ingredientes necesarios.
Si las personas no se conocen,
debieran encontrarse. Si se conocen
y conectan entre sí, de todas maneras,
el resultado será idéntico. Si ambos
guardan rencores profundos, sean
las que fuesen sus razones, entonces
continuarán sus caminos hasta
desintegrarse. Pero de no cancelarse
porque sí en una sola operación
de tercero incluido, y luego excluido,
mejor no haberse conocido nunca.
Es poco probable que la belleza sea
más ahora que morir cuándo, ¿no,
Cummings? Y si, en definitiva, como
parece, no se trata de una historia
de amor, tal vez sea factible sobrevivir
a las baldosas flojas que la comuna
coloca adrede, para que caigas.
Mesa chica
Te acostumbrás a todo, menos al horizonte.
Las metas no se corren, sólo dejan de ser objetivos.
El canje de roles no puede ser considerado moneda
corriente. En medio de esta operación está uno mismo,
atado a circunstancias pensadas sin orden establecido.
Algunas personas se presentan como la antesala
a la obra máxima a la que puede aspirar un individuo,
antes de ser derrocado por conflictos de intereses.
Pedimos mesa para dos, con velitas de cumpleaños
y candelabros que titilan como semáforos intermitentes.
En eso, el fondo de olla enmudece y nos quita la palabra.
Digan lo que digan, no será sencillo cambiar de opinión.
Si uno prefiere verse deshecho, tarde o temprano
entablará comercio con otra técnica de reemplazo.
Una antigua pandilla recuerda su juramento de sangre
con sólo echarse un vistazo. Su pasatiempo es hundirse
en el marasmo de las desapariciones, errar el camino.
Como todos, logran descender a los infiernos, ni bien
hacen su entrada a un circuito cerrado de televisión.
Deje un mensaje después del tono
Aquello de hablarles a todos con palabras que no habitan.
Colar varias voces desde un mismo rango, que supongan
el sitio seguro de un coro cargado de barbarismos, matices
de un racimo de hojas en donde el viento sabe muy bien
qué papel jugar con relación a nosotros. Lo que se mezcla,
no se reparte, con la excepción de un juego de cartas.
“Disculpá, mañana te llamo”; pero el mañana es un falso
presente que parece evolucionar, mientras el mensaje
abandonado a un aparato de comunicación despide
un sentido cuyo punto más alto es una nueva incógnita.
“No vine a cargarte, sino a preguntar: ¿todavía querés
vender tu mercancía?”, dice una voz sin color ni timbre,
sólo un sonido trabado desde una formación previa,
como si se ejecutara para no ser reconocida. Lo mejor
será buscar en los huecos de unos muros el hilo de agua
que viene deslizándose en tu casa, donde ciertas risas
del pasado aún se muestran relegadas ante un murmullo
instalado y amoroso. En esos huecos se incluían momentos
de individuos que rompieron su silencio antes de ponerse
en marcha. Y ahora, pensándolo bien, muchas veces
un sueño revela que se han descubierto deseos
no examinados a la luz del día, y que esa es la marcha
y ese es el ponerse de pie, cuando lo que consta para saldar
el vicio de una alegría encontrada por azar, será el hallazgo
y ese permiso de reencuentro que sólo logra volvernos
flamantes exploradores de aquel citado opio de los pueblos.
“Me pregunto qué efecto produce tener un crimen
en la consciencia, cuando mejor es interrogarse
por la hora y el día de la próxima cena.” Todo es saber,
y esa es la razón por la que no existe experiencia primitiva,
y por motivos diferentes la intencionalidad se manifiesta
como un apartado reducido a la memoria de una tarea
adquirida. Pero dejar la voz al voleo para que se afinque
en el oído de quien prefiere no escuchar, es una profesión
invasiva, un virus de propiedades de extraña condición
y efectos imprecisos. No hay otra cosa por decir y se dice.
Cuando no se desea escuchar la voz, luego del mensaje,
ésta igual se integra a la sociedad desde el detalle
hasta la ubicación del pormenor. Al tomar un imán
de la heladera comienza a surgir un nuevo pedido:
tu perro lo agradecerá. Hoy cenarás solo, nada nuevo,
pero ¿quién dice que la ingesta es un acto colectivo?
En este tiempo la inactividad social parece emanciparse,
rompe la matriz de un caldo de cultivo perfecto
para dividir y reinar, aunque el único monarca
en esta escena sea quien advierte la entrada a escena
de un relámpago amarillo por las dos ventanas
de la habitación, y sólo escuchás una sugerencia:
“no oigan lo que piensa, sólo acuérdense quién es”.
Al desplomarse el tono menor ya te encontró
en otro sitio, un refugio antiaéreo sin aullidos
y bocinas preventivas: te metiste solo en esa caverna
donde el alimento hace zigzag al apetito, mientras
pulsás la tecla correcta y salta la pregunta necesaria:
“¿Cómo era la canción que escuchábamos? ¿American
Dreams? ¿Están vivos esos músicos?” Debiera decirle:
“contra los árboles no tengo nada, siempre que sean
altos y derechos y fuertes, y que hayan logrado hacerse
lo que estaban destinados a ser”. Cuando se estudia
demasiados minutos una respuesta, esa cosa pensada
que debe tener volumen y peso propios, para que
el efecto sea la demora del paso a seguir, lo que sucede
es la interrupción del mensaje. A medio camino,
la comunicación se cae y lo único que se oye, del lado
del receptor, es un balbuceo de buenas intenciones.
Un examen del propio cuerpo, por si la cosa funciona.
Prohibido el paso
de hambre ¿qué es vivir?
Cornelius Castoriadis
El viento cambia de mano y en el centro
del mar un ovillo de ráfagas organiza
la amenaza. Todos sabemos de qué cosa
se trata, aunque la única persona en la playa
que lo niegue ahora se encuentre con los pies
desnudos, tratando de traducir en braille
el alfabeto que talla el aire firme en la arena.
El cono de viento finalmente resultó
la cola de un tornado, deshilachada antes
de impactar de lleno en la ciudad,
donde la publicidad aérea y la impaciencia
mostraban su única cara visible. Lo que
suponía pleamar precisamente no lo era.
El sol filtró entre las nubes, otra vez,
y la playa se hizo amplia, tal como siempre
la recuerdo. Entonces, flamantes bañistas
que nada saben de un trastorno agudo,
volvieron a reunirse. Mis pies ya estaban
secos, listos para emprender el camino
desconocido, pero quedé congelado
en medio de la arena, donde los tamariscos
y el sonido sin imitación de las familias,
se adhieren al instante como los pescadores
a la orilla y a sus redes extendidas. Lo mismo
un silencio llegando hasta mí sin que yo
lo forzara. Es un proceso que no comprendo
del todo, y del que no me gusta hablar
demasiado. Supongo ser un fantasma genuino,
irreductible, difícil de superar. Habrá modos
de comprobar que en la vida todo hay
que pagarlo, pero hasta cuánto podemos
pagar y cuánto sacrificar por lo que
queremos tener, si el precio de la entrada
es estar en el mismo sitio sin movernos
un centímetro, como solíamos hacerlo.
Fin de las noticias del día
Cuando el monstruo aquel pasó a recogerte
lo hizo producto de su propia elocuencia
–una mera normativa–, o tal vez emergiendo
sin escrúpulos desde su reglamento interno.
“Ahora sólo depende de mí”, pudiste decir,
y entre que descendiste por las escaleras
y tu salida definitiva, había una persona
asomada al borde de una terraza en busca
del “ver para creer”. Podría estar inclinado
ante la evidencia de cómo el día termina
para algunos y se extiende (lo mismo un arco
de sal sobre ampollas abiertas), para otros;
y para quienes una panorámica es tan inusual
como asistir a la disolución de una pastilla
en un vaso de agua. “Cada cual se abrazó,
antes de irse, con sus propios errores
encima.” Algo semejante describió Auden,
recuerdo, sin referirse a nadie en particular.
Otro escenario posible
Nuestras certezas cayeron, van de mal en peor.
Un niño desaparece en el lago congelado.
La pista se derrumbó mientras patinaba
con su amigo de colegio. Las calles numeradas
cambian de mano. Su padre no calculó
con precisión el espesor del hielo y tampoco
el peso del niño. Nadie conoce como él
lo que significa un error de cálculo. La memoria
adquiere un espesor del que no estamos
debidamente informados. Las calles vuelven
a ordenarse, pero esta vez de atrás hacia adelante.
En esta tierra, cuya humedad promedio supera
el sesenta por ciento, no se encuentran lagos
helados. Así que el niño está a salvo.
Será un niño sobre un lago helado
sostenido por la superficie, para siempre.
* Poemas pertenecientes a Perros e ingleses (Caleta Olivia, 2022).
Mario Arteca / La Plata, Argentina, 1960. Poeta y periodista. Algunos de sus libros son Guatambú, Cinco por uno, Géminis, Circular, Piazza Navona, Hotel Babel, El pronóstico de oscuridad y Deje un mensaje después del tono. Ha sido incluido en diversas antologías como Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos (1950-1965) (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2007). Parte de su obra ha sido traducida al inglés, portugués, francés y alemán.
(Fuente: Periódico de Poesía.unam.mx)
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