martes, 26 de septiembre de 2023

Adalbert Salas Hernández (Venezuela, 1987)

 

[Lenguaje de señas]

 

Las moscas son las últimas dueñas

de lo íntimo. Testigos de las pasiones

que sobreviven al cuerpo, las que insisten

con su salmodia terca en la sangre 

cuajada y ennegrecida, en la bilis, en el pus, 

en todo lo que rebosa

de la carne cuarteada, digerida 

desde adentro. Las moscas traducen 

el lenguaje de señas de la descomposición,

el que le resta al cuerpo desnudo

de voz: lo dicen sus alas, sus ojos facetados,

minerales, sus patas que frotan

oraciones inquietas, dichas con la prisa

de lo minúsculo.

    Azúcar para sobornarlas. Busca 

azúcar para pagarle a los ángeles de hocico nervioso

y seis patas, entrégales esa ofrenda 

para que también vengan a velar tu sopor tibio,

a custodiar el tedio en decimales, a escuchar 

la confesión de los miembros que se desdicen.

Serán las depositarias de eso que llamas alma y que es

una colección de secretos inútiles: 

sorda materia sonora, zumbando.

No las espantes. Ábreles la ventana, que entren

a casa y se posen donde mejor puedan verte.

No lo olvides: harán la crónica de ti

en sus ademanes ínfimos. No lo olvides:

donde haya una mosca, allí está

el centro de un mundo perdido, 

gesticulando.

 


[Teoría del electrón único]

 

Un único electrón 

furioso,

presuroso, 

persiguiendo

su región imperceptible, 

su terreno 

que es todos,

yendo y viniendo

y yendo, 

desde el principio ciego 

del universo y

desde el fin sediento,

sin detenerse por

un respiro,

sudoroso,

frenético,

sosteniendo 

por sí solo

todo el tejido

de lo existente.

Un único

electrón,

tiro minúsculo,

hilo invisible,

nudo en el interior

de los objetos,

peregrino sin nombre

ni rostro ni puesto

ni credo. Constructor

secreto de los soles

y el polvo, huidizo

en su complot

de cuerpos y elementos.

Sólo guiño, 

crujido seco

en ellos.  

 

 

[Paternidad]

 

Respira entrecortadamente, el río. Respira

como si se hubiera atragantado, como si tuviera

un nudo de piedras en la tráquea, guijarros

amontonados, casi dientes. Respira y en su orilla

está mi padre, seis años, detenido, ojos cerrados.

Ha llegado allí sin saberlo, sonámbulo, 

caminando sobre el cordel tenso de la noche,

un mismo hilo de aliento que se ovilla

en sus pulmones y atraviesa la selva 

tibia, hasta cortarse en el río. El río que es

una astilla en los bronquios. El río que

es una rama sin fruto, dibujada

en la tierra. El río que es una horca 

para mi padre de seis años, para sus párpados 

apretados como escamas de pez. 

Todavía no se ven mis seis años en los suyos.

Pero entre ambos hay una línea 

que fluye ciega, hendida. 

Lo detienen justo antes de zambullirse. Alguien

lo vio salir de su casa sosegada. El río se queda

colgando solo, quizá más lento, a oscuras. 

 

(Fuente: Casapaís.prg) 

 

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