ALDO
(a Aldo Oliva)
La boca cumple un enorme papel: toma
el vino tinto, de a poco, a lo largo de la noche,
y devuelve, incansablemente, iluminándose, el verbo.
se estiran, se entreabren porque los dientes, sin motivo,
sin ninguna pasión, por pura costumbre, se aprietan.
Es, se ve bien, un reflejo que viene desde el fondo, o mejor
dicho desde el principio. La calvicie
no alcanza más que la coronilla, la frente,
y en la nuca, y a los costados, el pelo grisáceo termina
humildemente, escarolado, insumiso.
En el conjunto, la cabeza vendría a ser
de un gris ceniza evanescente, la cara
rojiza, a causa quizás del vino, y los hombros,
cubiertos por el saco azul marino, resaltan,
como contra un infinito, contra el afiche amarillo pegado a la pared.
Está todo aureolado, si se quiere, de grafismos negros.
La mesa del bar, al lado de la vidriera, es, entre todos,
el mejor lugar; sobre la mesa
el vaso de vino, medio lleno, que la mano,
negligentemente, toca: de esas manos, se ha sabido decir
que, como las de Borges, son blandas, evasivas. Las ha ocultado
parece, a medias, desde siempre: ¿un complejo? Y a veces
sin embargo, pueden moverse, elegantes, en el aire,
diciendo un alegato mudo en favor, por ejemplo de Baudelaire,
y en ellas, entonces, todo lo que le queda de pasión se concentra.
Pero no es, propiamente, una pasión:
son como unas señales, rápidas, que le llegan, de vez en cuando, desde
lejos, desde el fondo, probablemente, o desde el principio,
y alrededor de cuyo centelleo, todos sus días,
que él se dice vivir, inútilmente, en dispersión,
como un milagro austero, para el oyente, se reúnen.
(Fuente: Daniel Freidemberg)
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