Ilíada, dos fragmentos
[1]
(Canto I)
Mientras tales ideas en su corazón y su mente
revolvía y sacaba la espada, llegó a él Atenea.
Hera, la de los brazos nevados, la había enviado,
porque amaba a los dos e igualmente a los dos protegía.
Y, detrás del Pelida, a él tiró de los rubios cabellos,
solamente mostrándose a él, sin ser vista por nadie.
Sorprendido, volvióse y Aquiles vio a Palas Atenea
y un terrible fulgor alumbraba las claras pupilas.
[2]
(Canto XXIV)
Así dijo, y la gente del pueblo unció mulas y bueyes
a los carros, y fuera de la gran ciudad se reunieron.
Nueve días sin tregua acarrearon montones de leña
y en el décimo, cuando la Aurora da luz a los hombres,
el cadáver del ínclito Héctor sacaron llorando,
en la pira dejáronlo y luego encendieron el fuego.
Al mostrarse en el día la Aurora de dedos de rosa,
se reunió todo el pueblo rodeando la pira de Héctor.
Y una vez encontráronse todos reunidos en torno,
con el vino sombrío apagaron del todo la hoguera
en el sitio en que el fuego reinó, y acabado ya esto,
recogieron los pálidos huesos hermanas y amigos,
que gemían surcados los rostros de innúmeras lágrimas.
Los reunieron después en un cofre de oro y, cerrado,
lo envolvieron con un fino velo de púrpura. Luego
colocaron el cofre en el hoyo, pusiéronle encima,
hacinadas, muchísimas piedras de grandes tamaños.
Y erigieron el túmulo. En torno pusieron vigías,
por si los de las grebas hermosas los acometían,
y partieron, alzado ya el túmulo. Luego, reunidos,
el glorioso festín funeral celebraron sentados
en la casa de Príamo, el rey de realeza divina.
A Héctor, el domador de caballos, se honró de este modo.
En Ilíada, Gredos, Madrid, 1991
Traducción de Fernando Gutiérrez
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Foto: Busto de Homero, Italia, siglo II, imitación de un modelo griego del siglo II a.C. Museo Británico, Londres
(Fuente: Otra Iglesia Es Imposible)
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