"Salúdame a Mireya"
A esta hora la cena estará en las manos de tu hija Judith
y la voz de tu padre estremecerá la debilidad de la madera
y el pequeño corazón de tu nieto Boris.
El mar como siempre batirá palmas.
El aire enredado entre tanta casa de barrio superpoblado
no sabrá qué hacer.
Sonará peligrosamente en el zinc,
arrancará las hojas de los arbustos (los árboles son ahora paredes,
techos, portones, recuerdos)
y tirará a los ojos que miren de frente el polvo y la arena ardiendo.
En el presidio, en una estación de radio, el folclor mexicano revienta los oídos.
En el muelle habrá un barco que zarpará a las 4 del alba.
En un salón de moda, la música moderna, un largo olor a carne asada
y un grito.
En una ventana, la luna y dos enamorados.
Y tú, recién llegada de tu labor, estarás cansada, con sueño, aburrida
del mucho trabajo, de los enfermos de siempre y seguramente de mí.
A esta hora la voz de tu padre llega hasta mi casa,
saluda, cuenta de un pasado infatigable donde sólo él es el héroe,
el triunfador,
habla de ti como de una mujer que se quedó chiquita,
en la edad del acné o menos, rabiando, protestando por todo,
quebrándole la cabeza, la hora de la siesta, los platos.
Me toca el viejo con su fuerza de malas palabras, llamabas
así, se despide, adiós.
También llegan hasta mí, se abren campo en mi pecho,
la amabilidad de tus hijos, tu espera y tu amistad que me rodean
como abrazos, en paz, y mi corazón sonríe de oreja a oreja, salta
de contento, tira la casa por la ventana.
Entonces, a lo largo y ancho de este cuarto, de esta página,
nacen estas palabras que naturalmente son tuyas,
ese ruidito de hombre agradecido que te saluda
quitándose el sombrero, sonándose
bajito,
tu poetita con hambre,
tu fiel camarada.
José Adán Castelar, incluido en Poesía contemporánea de Centroamérica (Los libros de la frontera, Barcelona, 1983, selec. de Roberto Armijo y Rigoberto Paredes).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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