viernes, 25 de octubre de 2024

Arseni Tarkovski (Elisavetgrad, 1907-Moscú, 1989)

 

tres poemas













 

La Palabra



Una palabra es solo una piel,
una delgada capa, un sonido hueco
pero un punto rosa late dentro,
y brilla un extraño fuego en él.
Una vena late, una arteria se curva.
Y no te importa del todo,
que eres afortunado
al haber nacido con una camisa.
Desde el comienzo de los tiempos
la palabra tiene poder.
Y si eres poeta y no tienes
mejor camino en este complicado mundo,
no describas tan temprano
las batallas o los ensayos del amor.
Cuidado con las profecías,
mejor no tentar a la muerte.
Una palabra es solo una piel,
una delgada capa de masas humanas,
y cualquier línea en tu poema
afila el cuchillo de las parcas.

1945.

~

Conocí a la hierba cuando empecé a estudiar,
y la hierba como una flauta comenzó a silbar.
Capté la mezcla del sonido y el color,
y también cuando su himno la libélula cantó—
pasando como un cometa entre el verde inquieto—
Conocí una lágrima en cada gota de rocío.
Conocí que en cada faceta del gran ojo,
en cada arco iris de brillantes alas zumbantes,
habita la palabra ardiente del profeta—
por algún milagro, encontré el secreto de Adán.
Me encantó mi trabajo tormentoso, esta complicada
masonería de palabras adheridas por su luminosidad,
misterio de sentimientos vagos y una repentina claridad
aterrizando como pájaros. En la palabra verdad vi aparecer a la misma verdad.
Mi lenguaje era verdad como un análisis espectral,
y las palabras se reunían a mis pies para escuchar.
Además, amigo, haces bien al decir que
escuché un cuarto del ruido, vi la mitad de su alumbrar.
Sin embargo no degradé a la hierba ni a mi familia
ni insulté a la tierra ancestral estando alegre,
y mientras trabajé en el mundo acepté el regalo
del pan fragante y de la más fría agua primaveral;
a mi mano se cayeron las estrellas
arrojándose sobre mí desde un cielo abisal.

1956.

~

Terreno  



Si estuviese escrito en las estrellas
que reposaría en la cuna de los dioses
y sería criado por una nodriza celestial
sobre la sacra leche de las nubes
Yo sería el dios de un arroyo o de un jardín,
guardando algún grano o alguna tumba.
Pero yo no quiero ser inmortal. Soy humano
y temo de un destino ultra-terrenal.
Gracias a Dios mis labios no han sido cosidos
en una mueca, sobre la bilis y la sal de la tierra.
¡Hasta luego, Olímpico violín!
No quiero tu risa o tu canción.

1960.

***

Versiones de Eduardo R. Blanco desde la traducción al inglés de Philip Metres y Dimitri Psurtsev.
Vomité un conejito
 
(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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