UN POEMA DE ARDE
YO TENÍA una abuela luna
que nunca me dijo nada.
Estaba ocupada intentando
rellenar
la herida que le trepó por la pierna
cuando pisó la arqueta del patio,
acallar
el hueco mudo de su vientre.
Por eso iba guardándolo todo
quedamente,
con ojos claros y vidriosos,
dentro del cajón de la cocina:
cien mendrugos de pan duro,
nueve listas de la compra,
cinco o seis corchos de sidra,
tres bolígrafos de propaganda
y un osario de servilletas.
Quisiera poder morder juntos
el aire, caliente de resurrecciones,
que ladra,
y sus manos suaves,
temblorosas, desvalidas,
que guardan,
y permanecen aferradas a los muros
ígneos de exterminio
y de carcoma.
El aire
es la sombra en el umbral oscurecido,
el rumor de grava sobre las palmas,
hiriente,
como cuchillos diminutos.
Sus manos
son aquella que se desprende de otra
el cuello que en la caída se aferra,
con dulzura,
a su soga.
Sara Prida Vega
Arde
InLimbo
(Fuente: Papeles de Pablo Müller)
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