LA CERVEZA DEL PESCADOR SCHILTIGHEIM
Para que bebamos la rubia cerveza del viejo pescador Schiltigheim,
Para que amemos Carcassonne y Chartres, Chicago y Quebec, torres y puertos,
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de la noche
Y las islas en donde los Kanakas comen plátanos fritos
y bajo las palmeras entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir amar a todas las mujeres bellas,
Y una moral ligera, vale decir andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio.
Para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: decir, estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve, por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en la nieve.
Para que bebamos la rubia cerveza del viejo pescador Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas, estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.
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de “La calle del agujero en la media”, 1930, en “Antología poética”, Losada, Buenos Aires, 1974. La imagen: Raúl González Tuñón (Buenos Aires, 1905-1974), tercero por la izquierda, junto al poeta holandés Anderson, Amparo Mom, Ciril Camilovich, Pablo Neruda y Delia del Carril, en el Congreso Internacional de Escritores celebrado en París en 1937 (gob.ar)
(Fuente: Jonio González)
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