Necesidades
Necesidades
Más allá de todo esto, está el deseo de estar solo:
Aunque el cielo se cubra de invitaciones
Aunque sigamos las explícitas instrucciones del sexo
Aunque la familia se fotografíe al pie de la bandera –
Más allá de todo esto, está el deseo de estar solo.
En el fondo de todo, fluye el deseo de olvidar:
A pesar de las tensiones artificiales del calendario,
Del seguro de vida, de los ritos de fertilidad programados,
De la costosa aversión de los ojos a la muerte
En el fondo de todo, fluye el deseo de olvidar.
Un estudio sobre los hábitos de lectura
Un estudio sobre los hábitos de lectura
Cuando meter la nariz en un libro
me libraba de casi todo –menos del colegio–,
valía la pena arruinar mis ojos
para probar que podía estar en onda
y repartir el buen gancho derecho
a matones que doblaban mi talla.
Luego, con lentes de fondo de botella,
la maldad fue lo mío:
yo, con mi capa y con mis colmillos,
tuve momentos de muerte en lo oscuro.
¡La de mujeres que aporreé con sexo!
Las desbarataba como merengues.
No leo demasiado ahora: el tipo
que decepciona a la muchacha antes
de que se aparezca el héroe, o el otro
que lleva el almacén y es un pendejo
me son muy familiares. Emborráchate:
los libros son un gran montón de mierda.
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ALBADA
ALBADA
Trabajo todo el día, y por las noches me emborracho.
Me despierto a las cuatro en una oscuridad callada, y miro.
Los bordes de las cortinas no tardarán en iluminarse.
Hasta entonces veo lo que siempre ha estado ahí:
la muerte infatigable, ahora un día entero más cerca,
que borra todo pensamiento excepto
cómo y dónde y cuándo moriré.
Árida interrogación: no obstante el temor
de morir, y estar muerto,
centellea de nuevo, te posee, te aterra.
La mente se queda en blanco ante el resplandor. No
por remordimiento –el bien no hecho, el amor no dado,
el tiempo desperdiciado– ni con tristeza porque
una vida pueda tardar tanto en superar
sus malos inicios, y quizá nunca lo consiga;
sino ante la total y perpetua vacuidad,
la segura extinción hacia la que viajamos
y en la que nos perderemos para siempre. No estar
aquí, no estar en ninguna parte,
y pronto; nada más terrible, nada más cierto.
Es un miedo concreto que ningún truco
disipa. Antes lo hacía la religión,
ese vasto brocado musical apolillado
creado para fingir que no morimos nunca,
y ese capcioso discurso que dice Ningún ser racional
puede temer lo que no sentirá, no ver
que eso es lo que tememos: ni vista, ni oído,
ni tacto ni sabor ni olor, nada con que pensar
nada que amar ni a lo que estar ligado,
el anestésico del que nadie despierta.
Y así permanece al borde de la visión,
una pequeña mancha desenfocada, un escalofrío
permanente que deja todo impulso en indecisión.
Hay muchas cosas que quizá nunca ocurran; esta sí,
y el comprenderlo es un rugido
de miedo al crematorio cuando nos pilla
sin nadie y sin bebida. El valor no sirve:
significa no asustar a los demás. Tener coraje
no te salva del último viaje.
Igual muere el llorón que el fanfarrón.
Lentamente se hace de día, y la habitación cobra forma.
Es evidente como un guardarropa, lo que sabemos,
lo que hemos sabido siempre, sabemos que no podemos escapar,
pero no lo aceptamos. Algo tendrá que desaparecer.
Mientras tanto los teléfonos se agazapan, dispuestos a sonar
en oficinas cerradas, y todo este mundo indiferente,
intrincado y de alquiler comienza a despertar.
El cielo es blanco como arcilla, sin sol.
Hay trabajo que hacer.
Los carteros, como los médicos, van de casa en casa.
(Fuente y traducción: Lab de Poesía)
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