Tres poemas
Humo negro en el cañaveral de Juana
¿Qué son esos globos negros?
¿Qué son esos globos NEGROS?
Es lo ardiente, el fuego vivo (Juana, en la hoguera). Ya
nada queda, salvo lo ardido y el humo es ya cenizo. No
hay cuerpo, sólo lo ardido
Y esas lenguas sorprendidas, sorprendentes
Brotando de la nada, ¡no! De un globo negro
Retorcidas, aventadas espiras del dolor del fuego
Cómo no ver en ellas, ¡oh, dolor! El enrulado nervio
De la ola, las gotas de fuego-agua (agua de sangre)
Hostigando la tersa membrana de lo negro
¿Qué las traga?
Oh, dolor, desaparecida agua
Misterio de agua, diosa molecular
De lo vivo, de la semilla-esfera que florece
De lo que estalla, del crepitar
La que no compite con el fuego
(Tampoco los caballos -la poesía- huyen del fuego)
¿Cómo no ver, entonces, en el incendio
La tierna (pavorosa) unión del agua con el fuego?
(Dedicado a Nicolás Aráoz)
El canto del gallo
El mundo para mí es decirlo:
El gallo ha cantado
Dónde estaré yo una vez dicho
Dónde estará el gallo
Nunca seré yo una vez dicho
Nunca será el gallo
La quema
II
Sólo por el fuego ha de hacerse aéreo el estratificado pozo de la memoria.
Pozo de memoria, ojos de vida, cazadores, acumulados restos de la mirada, escorzos de luz.
¿Será el fuego su etérea nave?
Y del ojo mismo, desprendimientos
Hay
cosas elementales: el fuego, el ojo, el corazón, guardadoras las aguas y
como es sabido, del fuego guardianas, las que la mirada avivan y mandan
en el corazón
Y del ojo mismo, no, no sean legañas, los
desprendimientos han de filtrarse como alimañas en las hendijas, guiños
de la memoria, palabras, libros
Cada palabra extendida queda sustrato
Y las que dejé caer, por el desasosegado aliento impulsadas o por la impaciencia de mis dedos
Extendíanse
como un manto leguminoso y consigo se traían quioscos y botaduras y
calamidades que allí encontraban adecuado cuerpo, hubiérase dicho pozo
de las desdichas, o lastre, pero esto no era así porque como se cuelan
en las hendijas las alimañas para salvar sus crías, la luz se colaba y
prestaba a la razón forma, color y entendimiento.
Y vendrían
luego las llamas a abrazarlo todo, y sus crepitaciones y el más santo de
los espíritus de lenguas nos colmaría, de las muchas lenguas, las más,
las de Tsvjetaieva en el paraíso.
Oh, no! Y es más simple todavía
Aún así el fuego
O sus guardadoras aguas
-¡Oh,
palabras!- son nombres y no trastos, tras tus nombres caerían trastos,
oscuro era el pozo, un verdadero ojo moreno transido en sus luces. Los
nombres ya sellados, restituidos al bosque de libros, maderas de pura
altura trozando los cielos.
Humo blanco. Silencio. También las manos
he de entregar al silencio.
Y sonreiré.
Vía Gilgamesh/Facebook
Obra Reunida.,
Editorial de la Universidad Nacional de Tucumán, EDUNT,
Tucumán, Argentina, 2019
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Foto: Fabián Soberón/Inés Aráoz/Facebook
(Fuente: Otra Iglesia Es Imposible)
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