SIETE POEMAS DE LAS REALIDADES EFÍMERAS
Me he cosido los ojos.
Ahora hay un pespunte entre mis párpados.
He aprendido que es exactamente así como se inventan los límites.
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Todo lo que decías sonaba a incendio,
Aunque tragaras el barro a puñados,
todo sabía a incendio.
Y para qué huir
si los bosques chamuscados,
si el rastro ciego de la ceniza,
si todo es hoguera,
si todo incendio.
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Se me agarran los días
desde el primer ámbar:
el océano es una cárcel.
Aún estoy en la orilla
y ya temo la tempestad.
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La camisa vieja de la serpiente.
La medusa a la deriva.
La apoptosis.
Petits morts,
petits morts
que acuno para mis pechos.
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Volver al arañazo —
recordar la zarpa —
invocar al animal —
la uña afilada que divide la piel en dos —
llamar a la bestia por su nombre—
llamar a la bestia por su nombre
y no tener nada más que hacer en todo el día —
invocarlo en sueños —
llamarlo al despertar y esconderte
o dejarle golosinas en su puerta
y luego robar la piedra para el ojo —
robar el agua al océano —
porque el animal te huele la herida
y la reconoce suya
y lo vuelve a hacer —
invocar al animal —
recordar la zarpa —
volver al arañazo —
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Beber en los charcos.
Conformarnos
con los espejos
mínimos y volátiles.
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La cabeza en la almohada
y vomitar demonios.
En: Las realidades efímeras
Maclein y Parker
(Fuente: Papeles de Pablo Müller)
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