viernes, 28 de enero de 2022

Vladimir Maiakovski (Georgia, 1893 - Rusia, 1930)

 

 

 

 

A mí, al autor, dedico estos versos

 

Cuatro,

pesadas como un golpe.

Al César lo que es del César,

y a Dios lo que es de Dios,

y al que es como yo,

¿dónde se mete?

¿Dónde estará listo ese ataúd?

Si yo fuera pequeño,

como el océano grande,

parado de puntas,

en las crestas de las olas,

en flujo nocturno,

acariciaría la luna,

¿Dónde hallar una amada

que a mí se parezca?

Esa no cabe en este cielo pequeño.

¡Oh, si yo fuera mísero,

como un millonario!

¿Qué es para el alma el dinero?

¡Un ladrón insaciable!

A mis deseos de horda desenfrenada,

no alcanza el oro de todas las Californias.

Si yo fuera tartamudo,

como Dante o Petrarca,

le encendería sólo a ella el alma,

y ordenaría que con mis versos se consuma,

y mi palabra,

y mi amor,

como un arco de triunfo,

suntuoso,

dejaría pasar,

las amantes de todos los siglos.

¡Oh, si yo fuera como el trueno callado,

galopando,

haría estremecer la tierra envejecida!

¡Sí!

 

Con todo el poder de mi voz,

arrancaré un grito enorme,

y los cometas romperán sus colas encendidas,

cayendo de tristeza.

Yo mordería la noche,

con los rayos de mis ojos,

¡Oh, si yo fuera,

opaco como el sol,

mucha falta me hace su resplandor,

no daría mi brillo a esta tierra absurda,

y pasaría arrastrando mi amor astro!

¿En qué noche,

delirante y terrible,

me han parido?

¿Qué Goliath me ha engendrado,

tan grande,

y tan desdeñado?

 

 

 

 

¡Escuchen!

 

¡Escuchen!

¿Si las estrellas se encienden,

quiere decir que a alguien les hace falta,

quiere decir que alguien quiere que existan,

quiere decir que alguien escupe esas perlas?

 

Alguien, esforzándose,

entre nubes de polvo cotidiano,

temiendo llegar tarde,

corre hasta llegar hasta Dios,

y llora,

le besa la mano nudosa,

implora,

exige una estrella,

jura,

no soportará un cielo sin estrellas,

luego anda inquieto,

pero tranquilo en apariencia,

le dice a alguien:

“¿Ahora estás mejor, verdad?

¿Dime, tienes miedo?”

¡Escuchen!

¿Si las estrellas se encienden,

quiere decir que a alguien les hace falta,

quiere decir que son necesarias,

quiere decir que es indispensable,

que todas las noches,

sobre cada techo,

se encienda aunque más no sea una estrella?

 

 

 

 

La blusa fatua

 

Yo me haré pantalones negros,

del terciopelo de mi voz,

y una blusa amarilla,

de tres metros de atardecer,

y pasaré por la mundial avenida Nievski

por sus lustrosas veredas,

compadreando con paso fatuo de Don Juan.

 

Dejen que la tierra gima en descanso amujerado.

“¡Tú las primaveras verdes las vas a violar!”

Yo le diré al sol, mostrando los dientes:

-¡Sobre el asfalto liso, me gusta compadrear!

 

Será porque el cielo está muy celeste,

y la tierra, mi amante, está limpia y de fiesta,

yo les regalo mis versos alegres, como un bi-ba-bó,

necesarios y agudos como cepillo de dientes.

 

Mujeres amantes de mi carne,

y esa niña que fraternalmente me mira.

Cubridlo de sonrisas al poeta,

que yo las bordaré, cual flores,

en mi blusa,

amarilla,

de fatuo.

 

 

 

 

Conversando con la Torre Eiffel

 

París,

caminada por millones de pies,

gastada por miles de llantas.

Ando errante por tus calles,

solo, hasta el horror,

ni un rostro amigo,

hasta el horror,

ni un alma.

Alrededor mío,

los autos fantasean una danza.

Alrededor mío,

desde sus fauces de dragones-pescados y luises,

silba y cae el agua de las fuentes.

Llego a la plaza de la Concordia,

y espero a que venga a la cita,

cruzando la niebla,

surgiendo tras las casas apiladas,

la torre de Eiffel.

¡Chist…!

Torre,

más despacio,

que la pueden ver.

La luna, tema de guillotina,

asiste a nuestra cita.

Me acerqué a ella,

susurrándole en la radio-oreja.

He aquí lo que le digo:

-He hecho propaganda a los edificios y a las cosas.

Nosotros,

sólo esperamos su aprobación.

Torre,

quiere encabezar la insurrección?

Torre,

nosotros la elegimos jefe.

Usted,

modelo de genio y técnica,

no debe quedar aquí,

ocultando sus contornos Apollinarios.

No es para usted,

este lugar de podredumbre,

París de prostitutas,

la Bolsa,

y los “poetas”.

Los Metró están de acuerdo.

Los Metró están conmigo.

Ellos,

arrojarán al público,

de su embaldosados vientres.

Y la sangre nueva,

lavará las paredes,

de los afiches de polvo y perfume.

Ellas,

-las paredes-

están convencidas.

Ellas no quieren ser esclavas de los avisos lujosos,

ellas saben que les sienta mejor a la cara,

nuestros agudos carteles de lucha.

¡Torre!

¡No tenga miedo a las calles!

Si el Metró no suelta la gente,

la calle lo castigará con los rieles.

Yo levantaré el motín de los rieles.

¿Teme?

Los tractores vendrán en columnas,

nos defenderán.

Vendrá Rive-gauche en nuestra ayuda.

¡No tema!

Ya me puse de acuerdo con los puentes.

Vadear los ríos,

no es fácil.

Los puentes,

se levantarán de golpe,

movidos por el encono,

cerrando las entradas a la ciudad,

por todos los costados de París.

Al primer llamado,

se amotinarán los puentes,

arrojando a los peatones,

con sus toros de piedra.

Se rebelarán todas las cosas,

las cosas,

ya no pueden soportar más,

este orden de cosas.

Pasarán quince años o veinte,

se ablandará el acero,

y las mismas cosas

se lo aseguro,

irán solas,

a venderse por las ferias de Montmartre.

¡Torre vamos!

Venga con nosotros.

Usted,

allá, en casa,

nos hace más falta.

¡Venga con nosotros!

La recibiremos,

con el brillo de nuestros aceros.

La recibiremos,

con más ternura que al primer amante amado.

¡Vamos a Moscú!

Torre,

allá tenemos más lugar.

Usted,

tendrá todas las calles que quiera.

Nosotros,

la cuidaremos,

cien veces al día,

lustraremos su acero y su cobre,

y quedará como el sol.

Deje,

que su ciudad-,

París de tontas pitucas,

París de bulevares abribocas,

acabe sola,

enterrada en el cementerio del Louvre,

con el vejestorio de su museo en los bosques de Boulogne.

¡Adelante!

¡Marche!

¡Marche con sus cuatro patas poderosas,

remachadas según lo planos de Eiffel,

para que en nuestro cielo,

asome tu frente de radio,

para que nuestras estrellas,

ante ti se avergüencen!

¡Decídase, torre!

Hoy se levantan todos,

removiendo a París,

desde la cabeza hasta los pies.

¡Vamos,

venga con nosotros a la URSS!

¡Venga, con nosotros!

Yo,

le conseguiré el pasaporte.

 

 

 

 

Carta de Maiakovski del 12 de abril de 1930, dos días antes de morir

 

“A todos”

 

De mi muerte, no se culpe a nadie, y por favor, sin comentarios.

Al difunto le molestaban enormemente.

Mamá, hermanas, camaradas, perdonadme, -no es un método-

(no se lo aconsejo a nadie), pero no tengo otra salida.

Lila, ámame.

Camarada Gobierno: mi familia se compone de Lila Brick, mamá,

mis hermanas y Verónica Vitóldovna Polónskaia¹.

Si les haces la vida soportable, gracias.

Envíen los versos sin terminar a los Brick. Ellos sabrán descifrarlos.

Como se dice,

el “incidente” ha terminado,

“la barca del amor,

se estrelló contra la vida cotidiana”:

Estoy a mano con la vida,

y es inútil recordar,

dolores,

desgracias,

y ofensas recíprocas.

Sigan felices.

 

Vladimiro Maiakovski

12-4-1930

 

 

____________

¹ Actriz casada que vivió el último año con Maiakovski pero que no quiso abandonar a su marido.

 

  

(Traducción al español de Lila Guerrero)

 

(Fuente: Revista Altazor)

 

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