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PRIMERAS SEMANAS
Esas primeras semanas, no sé si sabía cómo amar a nuestra hija. Su cara parecía abrumada, fruncida de preocupación -- y ni siquiera desesperanza, sino simplemente depresión, una expresión de resistencia. La piel de su cara estaba finamente arrugada, había mechones de pelo en sus orejas, se parecía un poco a una ardilla, suspicaz, en trance. Y pequeña, 2,700, marchita parecía rechazarme sin moverse. En un primer momento la había visto, sin mis anteojos, en la sala de partos, como un borrón de sangre, y piel azulada, y brazos y piernas, la había conocido, dada vuelta, y la enderezaron, y brotó ese gemido tenue, casi sexual y su cuerpo todo se sonrojó. Cuando la volví a ver, estaba envuelta en algodón, alguien la había limpiado, le había quitado los restos del interior de mi cuerpo la había peinado con hileras angostas, como aradas, aterradoras. Nació diez días antes, soñolienta, mis pechos tan hinchados que estaban parejos con el pezón, apenas se acercaban sus labios , siseaban y rociaban. En dos días la llevamos a casa, chilló y gimió, como el sueño de la víctima de un incendio, y cuando se callaba, estaba acostada ahí espiando, sin demasiada ansiedad. Yo no la culpaba, era hija de la hija de mi madre. Me ponía de rodillas y la miraba, y la compadecía. Todo el día la amamantaba, toda la noche la paseaba, Y dormía siestas, y la amamantaba, y la paseaba. Y después un día, me miró, como si me conociera. Recostada en el hueco de mi brazo, se alimentó, y me miró como si me recordara, corno si me hubiera conocido, y yo le gustara, y estuviera recuperando la memoria. Cuando me sonrió, un rictus delicado como la llegada del dolor del parto, me enamoré, me volví humana.
El poema escogido pertenece a la antología de poemas de Olds, “La habitación sin barrer”, traducción de Inés Garland, Gog y Magog, 2019
(Fuente: Aire Nuestro)
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