ejercicios contra el alzheimer
Capitán
de mi propio pecho, certista de cono, avanzo en una floristería de
ornamentos para un amor extraño. La rosa me abandona de olor azul pero
me floripondea con su zumo tanto que ando abeja. Viveros y árboles
frutales, armonía de nado dorsal, son mi ayuda memoria. Soy el que
estriba y recae cada mañana en una danza quieta. No soy la que
despierta, pero trato. Zumba que zumba atrapo mi imagen y aspiro su zumo
para recordar.
~
Entonces,
se mostraba un río en el interno puente que era ese estar sin corazón.
Un plato silencioso, la duda de tantear entre cortinajes posibles ese
rostro amado, esa cabellera que se ocultó de tu caricia. Las floristas
se desesperaban para darte detalles, soplarte los secretos y el viento
arreciaba cada vez que una te trocaba de colores los ojos. Los bandos de
los sin memoria te acechaban y eras tan clara como una alegría
repentina, como una revelación cuando huías a nado de esos fantasmas, de
esos barcos negros. Una radiografía del futuro se develaba entonces, e
trébol del sin suerte.
~
Las extensiones de luz demorándose en el ojo de mirada interna.
La
belleza como una ilusión está sobrevalorada. Nadie comprende a los
espejos y su deseo de huir de tanto rastro de desolación y desborde.
Nadie me advirtió que estas ilusiones me iban a alejar más de la vida
que el viaje a marte sin retorno. Si me peino me veo en ti y te pregunto
¿estoy bien? Y si me dices que sí, una voz amplificada en ecos de
expedicionario suspendido en pendientes del sin estar se sigue
preguntando ¿estoy bien? ¿estoy Bien? ¿Estoy bien? ¿Estoy? Así a la
manera de un zigurat o una muñeca dentro de otra en otras. No se puede
retener el primer sentido. No nos importa. Se puede trasplantar la raíz a
un terreno más fértil que una escritura. Si probara mi experiencia en
artes visuales diría que mi visión es una cámara oculta, un escondite en
exhibición para lo que ya no se quiere ver, escenas arruinadas por
extras sin memoria que gesticulan hasta encontrar el gesto que les toca
ser. Se puede captar un sentido posible y los sí y las exhibiciones
virtuales pueden hacer añicos cualquier espejo, incluso este que no mira
adentro.
~
Busco
una manera de no estar, de estar como detrás de un vidrio. nadie me
toca, nadie me habla, nadie me reconoce, nadie es tan nadie como yo.
Transito como adormecida por el pájaro del sonido que viene y va,
memoria de párpados que se entrecierran, como un botón de encendido y
apagado averiado de tanto apretar. ¿Arreglar lo deshecho? Arreglaré mi
manera de adaptarme a los cambios, los cortes de luz o las sinfonías de
ruidos. Lo deshecho no. ¿Deshacer lo que nunca se hizo? Lo deshecho se
recompone en la imaginería del que teme ser otro. Existe la mirada que
renuncia a la identidad de lo que está fugando. Una hoja amarilla
tornándose polvareda bajo la danza del sol y de las barrederas de mi
calle para luego cumplir su ciclo nutricio, raíz invertida. Lo deshecho
no deja de ser y esa alabanza a lo precario se hace instante, silbido de
nido. Busco, contenida de imágenes, adentro. Calcinada, quebrada, pero
corriendo en el desierto hacia la fuente, un nuevo lenguaje chorreando,
voy. Muñeca de ojos fijos, nadie me ve cuando huyo de mí, cuando estoy
fuera de sí, cuando vuelo como una flecha perdida que da en el blanco de
esta hoja, en el punto de fuga que se va con ese sonido que no cazo,
con ese pájaro que, acaso, encendido, nadie oye, solo tú que me escuchas
a lo lejos, como en sueños, y no logras saber si era una sombra, tu
espejo o la que corre en llamas y se hace nido o humo que viaja
~
La
escena puede contener cabellos escurriéndose en el peine, una madeja
enredada en algún umbral, una explosión de ruidos tras la ventana que
detiene al aire añicándose, una llave sin puerta o un alarde de pasos de
infante. Puede ser vista como un riesgo internarse en ella y no pasar
de esta palabra que no abre más que un muro al vacío o a otro muro y a
otro, que no abre más que cerraduras oxidadas a mares de barcos
anclados. De esta palabra que tallo para saber a qué cámara estoy
mirando. O puede ser vista como una incursión por la naturaleza muerta
de las cosas, instantes de no estar más que en lo mirado, una disolución
de la maquinaria de reproducirse en el sentido, memoria que fuga,
trapecio de papel que subes sin ver de qué precipicio te salvas porque
qué importa. La escena puede contener amanecidas violentas de mundos,
poema herida de José Pancorvo, un arpa incendiándose en la noche como
una muchacha que se incendia de dolor y canta para sí. Puede contener un
hematoma, una cicatriz que viaja a todo babor y fosforece todos los
recuerdos. Puede contener una manera de vivir quieta, invertida,
perseguida, desatada o sonoramente en otra. Intervención de voces en
estampida que atenúan los tonos graves del canto que atraganta, pico
mudo, ton sin son.
Así,
los desplazamientos no eran sino maromas, maneras de ahogado,
distraimientos para ocultar las ruinas, enfoques de un recontrapicado
sentido. ¿Qué había que mirar, entonces?
¿No había que mirar?
Corten.
(Fuente: La comparecencia infinita)
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