viernes, 26 de marzo de 2021

Lizabel Mónica (La Habana, Cuba, 1981)

 

 


Voz



Entrada

Hay palabras vulva. Se esconden y se arrastran por los agujeros.

De hilo a hilo no va nada, sólo nudos. Amarres productos, amarres dimensionales, amarres bala.

La aguja adquiere la relevancia de su paso por los agujeros.

La aguja es su paso por los agujeros.

La aguja es una historia potencial. Aún antes de horadar espacio alguno.

La aguja no es, sino los agujeros.


Aguja

Laurie dice: “No mata la bala, es el agujero”.

Había un agujero antes de dispararse bala alguna.

Hay un agujero. No mata la bala.

(No mata el agujero o la bala.)

No existe el agujero receptor. El agujero fluye, es una zona cóncava, plana o elástica a conveniencia. No a conveniencia del portador de agujero –un portador de agujero es siempre y antes un portador de aguja(s)–; no a conveniencia del canalizador de bala(s)… A conveniencia de una confluencia dada tal vez, del encuentro acontecido en otra parte (no en el cuerpo del portador de agujero, no en el cuerpo bala), no se sabe bien dónde –no se sabe dónde por lo general–, porque la sustancia del encuentro es siempre el elemento –¿la baraja?– menos visible.

No mata el agujero o la bala.

Entonces pues, lo que mata es la visita.

 
Entrada

El recorrido. A través de los agujeros. Es lo que irá describiendo direcciones o no, pero que dejará defunciones y/o nacimientos a su paso. A la manera en que cualquier forma de vida describe una trayectoria.

Habría que ocuparse pues, de los sucesos, no de la sucesión. Habría que particularizar en los agujeros.

Y hay palabras vulva. Diseminadas. Por doquier.

Tienen la intuición y la condición del agujero. En este y muchos otros sentidos, se podría convenir con Sartre cuando dice: “Semi-víctimas, semi-cómplices, como todo el mundo”. (Frase colocada por Simone en su libro El segundo sexo. La experiencia vivida). La incisión fría de nuestra lectura –una aguja, cual herramienta usada para el análisis ginecostétrico, es siempre pieza de metal– es llevada a cabo en la segunda zona de la frase: “…como todo el mundo”, dice Simone que Sartre dice. Es nuestro cuerpo, nuestra experiencia, quien se coloca en tela de juicio. Simone habla (de) Simone desde Sartre. Sartre habla (de) Simone desde Sartre. Simone utiliza la referencia para autoenunciarse desde el otro. Hay un juego de máscaras, pero en definitiva, un zurcido. Hay un incidir sobre lo propio con la frialdad aparente y siempre extraña de una tercera mirada. Ni Sartre ni Simone. Tampoco el tercer ojo. Horadar a través de la aguja/ realizar la tensión del hueco produciendo otro hueco: el hilo no es un puente ni es nada. El hilo es la sustancia finita que aparenta sostener la ausencia.

El hilo una excusa.

Una vestidura para engañar al ojo.

Ni siquiera como mapa, el destejido es inútil desde el hilo. Ha sido el hilo, pero han sido también los engañosos nudos, la huida. El empate. La emergencia. Se teje desde una estancia inmóvil pero ilocalizable. Se teje. Allí el tránsito es imprescindible, de hueco a hueco, como a horcajadas: sobre nuestras cabezas, las armas vacilantes de los hombres. Sobre nuestras cabezas. Sobre nuestras cabezas. (Mi cabeza no es la cabeza de más nadie, sin embargo. Pequeñísima cabeza de alfiler.) Es la aguja la visita. (La aguja no arroja líneas, sino cortes.) La aguja, como de hermana a hermana, incita. Las hermanas perdonan, hacen vista gorda. Para las faltas. Ortográficas y silábicas, táctiles y enunciadas. Y la aguja corta entonces. Para terminar ellas mismas, parcas, el destino, otra vez y falazmente. Librarse por un segundo, con un nudo, con un tijeretazo, con un cambio de tela, con el murmullo reconocible y seco de la superposición de texturas, de la incertidumbre.

Simone horada el cuerpo femenino de Simone desde la boca (de) Sartre. Y no sabemos bien –¿acaso Simone podía / quería saber?– cuál es la naturaleza de la visita. Sin embargo, la marca ha sido hecha. Otra vez ha sido “hecho”, a través de la aguja y su frialdad convenientemente antiséptica, convenientemente presentable, la reiteración del agujero. Como un antifaz tras el antifaz tras el antifaz, la persistencia de la costura, su obstinación, consiste en salir del encasillamiento de superficie poniendo en práctica la polisemia del encasillamiento. La costura es invisible para el que no ha hecho uso de la aguja sobre las vestiduras. Quedan entre las manos, en el tejido de la piel que hizo contacto con la pequeñísima herramienta metálica, las historias del cosido, las ilaciones abortadas, las rupturas, el entrecruzarse, el azar descrito por los nudos. La aguja calla más que dice. La aguja juega a ocultar. Y sobre todo juega a que desconoce el agujero y sus entradas.


Nudo

una mujer
una mujer es una mujer es una mujer es un blumer es una sayasosa babosa planta sobre piernas cúbicas y destituidas líneas del frente englobo hinchados poticocos es una baticasa es un campo heredado para cosechas de hijos es una santa es una apalea da da y todo se lo debemos a ella 


Nudo

Cariño, ¿ya diste de comer a los niños? Cariño, ¿ya diste de comer a los niños? Cariño, ¿ya diste de comer a los niños? Cariño, ¿ya diste de comer a los niños? Cariño, ¿ya diste de comer a los niños? Cariño, ¿ya diste de comer a los niños?

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(Fuente: La comparecencia infinita)

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