En un espejo convexo
Una sala majestuosa – chaise-longue y butacones,
viejas jarras en cómodas talladas, un clavicordio,
tres paisajes, modestos, del siglo dieciocho,
contra las pálidas paredes grises; todo a media luz,
la calle angosta, las casas de enfrente altas,
cada una con una sala como ésta – una sala de espera.
Hundido en un sillón, bastante rígido, un hombre que espera
observa una composición clásica
vistosamente enmarcada encima de la repisa de la chimenea.
Un tanto gris, mi yo en miniatura
contra el tapizado de pálido rosa, exhala
humo invisible; mueve una mano lentamente,
apenas diez minutos aquí y ya a medias perdido,
a medias derrotado por el mobiliario, a medias absorbido,
si no fuera por el sonido del reloj bajaría
todas sus defensas, llamaría a esa imagen borrosa una alucinación.
Pero ahora murmuro «oropel», doy un salto para romperlo,
les ordeno a mis piernas que caminen, libro a mis ojos vidriosos
del ojo de este anacronismo vidriado,
y oigo que pronuncian mi nombre; voy, miro una vez más:
una composición clásica; nada se mueve.
Un poco de gris que combinaba con las paredes
ha sido borrado, en esa media luz demasiado tenue
como para dejar un espacio, y pronto será reemplazado.
Traducción de Matías Serra Bradford
en La vida y el arte, 2013
(Fuente: Descontexto)
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