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También fuiste el sueño de mamá
Recuerdo la primera vez que vi a Harrison Ford en la Tv
tenía once años e incluso entonces comprendí
que él ni nadie sabría cómo amarme jamás.
Los días iban pasando a media ración, sin importancia,
porque el olor a durazno tocaba la casa
con sus alegres ojos verdes
y el tiempo no era, como hoy,
una debilidad numerada
siempre de paso, agotada, fugaz.
Pienso en Harrison Ford como un fornido carpintero
o un vendedor de marihuana
al que le tengo que enseñar las bragas
porque en este país no se fía, todo cuesta,
incluso el amor que engendra 500 versos inútiles.
Ahora entiendo como
empecé a cavar mi propio agujero,
suspirando como un fuelle,
cediendo, hasta que otro hombre
abandona tu cama
y aprendes a omitir
“te quiero” y “no te vayas”.
Pero hay cosas peores en la vida que lo que uno deja atrás,
el presente, por ejemplo
atrapada en una humilde habitación
cuando la burla de la madre es un poema
que empieza a caerse desde el primer verso.
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Ménière
No hay a quién imputar por el llanto. Nadie te dijo puta,
son las voces que edifican un presidio en tu juicio.
El hombre que atiza el nebuloso respiro del presente no existe
más que en el astillero que visitas cuando sueñas.
Nadie te obligó. Tú escogiste arrastrarlo a su domicilio cuando estuvo ebrio,
las injurias y porrazos que recibiste para que no golpee al taxista
es solo la confusión que hiela de pavor los hospitales.
La sombra de su madre no te gritó embustera, ni te mandó a casa sin un cobre.
Nada vulneró tú ánimo. Esa presión en la sien no existe,
el temblor que estalla en el duramen de tus órganos
es una ilusión, otro cuerpo flotante suspendido en tu campo visual.
Las imágenes que descienden con furia
son una respuesta que se ha inflado con exageración.
Nadie ahogó tu luz. Siempre fuiste bien amada.
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Caída libre
Que nadie nos diga que es muy tarde,
que el juego ha sido amamantado con mi vergüenza,
que es hora de despertar,
que somos la piedra que desgasta el tiempo
que la mesa está servida y que el cáñamo no florece en las tuberías,
que la duda de nombres contiguos se aviva
cuando te ocupas con oído presto a restaurar la calma en mis pupilas,
que el deber nos tiene encallados frente a frente
y la verdadera felicidad se me escapa en un nostálgico recuerdo de infante,
que debemos separarnos,
que debo doblar mi boleto y abordar el vuelo de las hojas,
sin el beso que gritaba antes de superar la barrera.
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Diáspora
¿Existes? ¿Existo yo?
¿No seremos la misma persona?
¿La propia vida hablando consigo misma?
un enfoque independiente y apartado,
un ser espejado que respira aprisa
arrojándose el pensamiento solitario,
la sombra de la muerte disfrazada
que acompaña cada registro de mi vida,
el exotismo en el humano ruedo
como una planta de la misma semilla
que florece en dos extremos diferentes de la Tierra,
un diente de león que al soplarlo se dispersa
hacia direcciones inesperadas,
una rama que se extiende bajo las escaleras
y que debe ser cortada porque en ella
la realidad se derrama.
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Alba
Su rostro será capaz de conjugar todos los nombres
y al verlo por primera vez,
un ave se pondrá de rodillas
y volará marcada con la sangre primigenia
ahuyentando de la caja de pandora
a los espectros ahogados,
para recibir en sus llamas a un sueño vívido
un cinco de diciembre a los veinte años.
Entonces, Eva se convertirá en el eco
que braman las llanuras
y los ojos podrán empañarse
carentes de viejos filtros,
de aquel amasijo surgirá una canción
como un naufragio al pie de una cuna.
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Mi único reino es mi corazón cantando | 16 poetas peruanos contemporáneos | Prólogo y selección de Miguel-Ángel Zapata | Buenos Aires Poetry, 2021.
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