Una Lancia color acero
“La sacaba a pasear por aquí mismo
les digo…”
Traza el periplo en el aire
con su dedo grueso, tramado
de nervaduras negras, de mecánico.
“… una Lancia sport, color acero,
sólo que cuando anduvieron mal
las cosechas, el primo tuvo que venderla…”
Los otros saben que un auto de esos
jamás ha llegado al pueblo.
Lo más pudo haber sido
aquella blanca cupé Chevrolet
que una mañana vieron venir
por la calle de la iglesia
y desaparecer en una nube
de polvo, bajo los eucaliptus.
-Había por lo menos uno en cada casa
parado en el cordón de la vereda
con los ojos clavados
en los resplandores de níquel.-
Pero una Lancia Lambda 1929
en las manos del primo de Garbarino,
algo imposible de suponer.
Sin embargo nadie habla
y Garbarino aprovecha para afirmarse,
echa una bocanada de humo
que los borra a todos,
cruza una pierna que de tan fina
se le enrolla alrededor del pantalón
y dice:
“Después de todos ninguno de
ustedes había nacido entonces”
Y en el espacio de silencio
que le otorgan, ahora sí, Garbarino
sin siquiera cerrar los ojos
presiente la Lancia.
La esplendorosa visión de la máquina
lo transporta a esa zona en que los otros,
las casa, los autos y carros que pasan
son apenas reconocibles, como trazas
de dedos desprolijos sobre el papel,
y por donde él pasa pitando un cigarrillo
para apaciguar el desorden del pecho
con el volante dócil entre las manos
mientras el ronroneo leve, armonioso,
casi licuescente de la Lancia
le acaricia sus oídos como si le hablara.
Patos silvestres
Dónde descenderán los patos
que atraviesan con sus finos cuellos
los campos del aire?
Qué estela retendrán sus ojos
del verde vuelo por
la playa de sombras?
Será la suya una memoria
viva que remonta el pasado
y ahora por el cielo
son, también, sus antepasados?
Qué desvío, qué imán
los extasía,
los atrae,
y en el delirio
los aleja?
Suben, negras siluetas de laca,
van alto, tan alto que ven
antes que nadie
encenderse la estrella.
de El estrecho límite (1992)
Al leer “Génesis” de Mario Nosotti *
Ma non é basta, Mario
c’est la descente
aux enfers que empieza
de la bolsa de basura
irán a la quema,
semillas de mandarina
certeramente eyectadas
sobre el plato,
diminutas pupilas
servidoras fieles
de la evolución implacable
allí
unos pies deformes, dedos
grandes como mandarinas,
yemas sensibilísimas de bordadora
las palparán, bajo la tierra
muelle, porosa
yacerán, átomo con átomo,
con pelos de todo pelo
bigotes de señora, rulos
de caballeros, ensueños
de edades desaparecidas,
excrementos de todo origen
el aro de pelo perdido
la llave, el cuchillo
el clavo, el disturbio
de ser lo que es
arrojado de una vez
al olvido
hasta que todo
empiece a disgregarse,
tal vez no lejos de mis
propios huesos y los tuyos
blancos como damas de noche
en el silencio de la tierra
-al fin racimos y flores
de encantos y desencuentros-
semillas de mandarina
cuerpos yacentes,
el tiempo que suceda
estará hecho también
de estas pequeñas cosas
y después de todo
habremos pasado tantas
horas bajo el sol,
qué hacer, qué decir
ante la inminencia
de la catástrofe?
o nada
o felizmente que:
<las flores del romero
niña Isabel
hoy son flores azules
mañana serán miel>.
*Me comí una mandarina / Las semillas brotaron de mi boca / Desde el labio pulposo se lanzaron al plato / Ese fue el fin del árbol y del fruto / De ahí, a la basura, / y basta. (“Génesis”, Parto mular, M.N.)
(Fuente: Música rara)
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