Las mujeres que van a los bulines de los hombres
Las amantes
irrumpen
alegremente
en los bulines de
los hombres
entran como
palomas, como brotes de muérdago
como espejuelos
bailarines
sitian sus
aposentos, sus balcones
sus pequeñas
cocinas y entonces sí, la vida
comienza a ser,
de veras
una jovialidad,
un desahogo
una respiración
una ciruela que
madura
detrás de las
orejas.
Se instalan cerca
de las botellas
el tocadiscos
las ventanas, los
libros tirados por el suelo
y empiezan a
fumar
a reírse, a
contarnos sus cosas más profundas
los divertidos
cuentos
de los esposos
burlados, de los
hijos
de los papeles
que hay que
firmar para casarse en Méjico
de las modistas
del amor que nos
tienen.
Luego se quitan
un zapato
una incitante
media, un rictus de temor
una pestaña y
cuelgan suavemente
de la cama los
aros, las pulseras
los peinetones,
las hebillas
las ajorcas de
niebla, los anillos
de compromiso
los cinturones
de castidad e
inician
la ceremonia, los
gemidos
las esperadas
nupcias, la ascensión a los Alpes
los apagados
sonidos que
provienen
de sus abejas
interiores
de sus celdillas
ácidas
y colmadas.
Después, el olfato, el oído
el poderoso tacto
se pueblan de rumores
crecen
mágicamente y los malvones
las perchas, los
retratos
son otra cosa: un
sueño, una sevicia
de nata y
terciopelo, una serpiente
de nácar,
amaestrada y hermosa, un veranillo
de San Juan, una
bandera.
Las amantes
cumplen su
cometido, danzan alrededor
de los jarrones,
del crepúsculo
del humo, vuelan
hasta tocar el
techo
y finalmente
salen, presurosas
en busca de los
niños, de la madre
de una
radionovela impostergable
hasta el próximo
miércoles
hasta el lunes
que viene
hasta el domingo
bien temprano.
Fuente: Salón para familias, Gustavo
García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1977.
(Fuente: Los poetas no van al cielo)
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