miércoles, 24 de marzo de 2021

Mario Bojórquez (Los Mochis, México, 1968)

 

 


 

 

 

 

Los domésticos

 

I

Algunas noches de lluvia y tortillas de harina

mi madre habló de minas    almacenes

ilusorios ayeres de riqueza y descanso

genealogías vastas

vastos blasones

apellidos

 

 

II

Nunca tuvimos (lástima)

un abuelo pintor    geómetra    o músico

(en San Joaquín el tiempo tenía otros relojes)

La vida fue llevada casi en brazos

cuidándole la fiebre de los días

y nosotros crecimos de frente

sin pasado

 

 

III

El padre de mi abuelo

Don Sotero

mataba a sus mujeres

dicen

de aburrimiento

 

 

IV

Al borde de la cama la abuela trabajaba evocando demonios

convocando demonios

Las trenzas sostenían el perfil inmutable

Giraban los pulgares una danza de espera

 

Mi abuela era molacha

Sus ojos zarcos miraban los espíritus danzando ante la puerta

Mataba a las gallinas con sus manos

 

La abuela siempre fue un misterio a mis ojos de niño

La abuela siempre será un muerto inacabable en mi memoria

La abuela siempre es un silencio presente en mis horas sin sueño

 

V

Las paredes oscuras de la mina

los hombres que se matan nadie sabe por qué

los hijos ya crecidos

el hastío

 

Joaquín Güereña

fuma lento su último cigarro

piensa (es inevitable)

que la vida de un hombre no se cuenta por años

piensa (también)

que el amor y la dicha mueren hacia el final del día

 

Se sabe un hombre solo y no le apura

 

 

VI

El capitán Rafael Bojórquez

camina pausado por Filomeno Mata

en la memoria lleva los tiempos de Almazán

los tomates tirados en Guasave

la injusticia de tantos

el café de la tarde

 

En marzo se hizo viejo

tan sólo por probar

por hacer algo

y aprendió algunos versos en un idioma antiguo

la mentira   los años   lo mataron un día

 

En noviembre pasado

dos mujeres peleaban una tumba

cada una segura de su pariente muerto

 

 

VII

Las flores del naranjo caen al suelo

 

Siete años y mi abuela

persigue las gallinas con la escoba

 

Aquí todo es memoria o sueño

 

El agua de la pila fresca en los labios

fresca la sombra del mango y de la lima

en el patio de tierra

 

Veinte años y mi abuela

cree que soy el muerto que regresa

reconoce en mi rostro el rostro del pasado

 

-Rafael, Rafael, ¿te acuerdas del vestido

azul que me compraste en Wickenburg?-

 

La historia no es la misma

 

Las flores del naranjo caen al suelo

 

 

VIII

La tía abuela Porfiria se suicidó a los noventa y nueve años,

en un ataque de senilidad imaginó ser la muchacha que setenta

y tres años atrás un hombre había deshonrado

 

Pasan los días por mi sangre

lentos

lentamente crece en el vientre el hijo

el padre    los abuelos    no me han visto llorar

no me verán llorar

 

Pasan los días por mi cuerpo

enfermos

 

la luna no ha mentido

hay un hijo en mi carne que no verá la luz

 

Pasan los días por el hilo atroz que teje los destinos

la soga

 

IX

Lo miras caminando cansado por la calle

es mi padre

 

El amor y la dicha le fueron negados hacia el final del día

 

En su memoria caben los versos de Lucrecio, Arquíloco y Esquilo

también las vidas de Plutarco

 

Él cree en el amor y le da miedo

 

En su cuarto vacío habla entre dientes con un amigo muerto

o por morirse

 

Infatigable viajero de sí mismo

 

X

Mis muertos son tan pocos tan lejanos

casi nunca los conocí o nunca

la última vez que murió mi abuela

eran largos los llantos como trenzas

y yo desde las faldas de mi madre

comía junto al féretro, tamales

 

 

 

(Fuente: Círculo de poesía)

 

 

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