IV
Vuelta a París
Regreso de día a la oscuridad.
Nada de lo que acontece es visible
entre tus altos muros sumergidos.
Afuera es aquí un vocablo inútil.
De qué me sirven las puertas abiertas,
las tardes de infancia y siesta secreta,
los profundos pasillos de la fiebre
en las inmóviles tardes del trópico.
Tu gris diluvio oxida mis cerrojos,
tus helechos invaden mis pasillos,
tus esponjas me amordazan, tu musgo
es una tapia que oculta y condena
No sé flotar en tu blandura,
deslizarme sobre la casa ahogada
y reconocer con fingido asombro
el tesoro en mi arca sumergido.
Prefiero saltar el muro y caer
de pie del otro lado de tu sombra,
en el atardecer encandilado,
como un felino, preciso y nostálgico
II
Aquí es el lugar del nacimiento,
la sombra generosa de la alcoba,
la puerta para siempre abierta a voces
que traía y llevaba el aguacero,
el cuerpo indefenso, la ciudad rota,
el muro acribillado de vocales,
el jardín perdido de los disfraces
donde un sultán travestido se aburre,
la ambigüedad de los rasgos desnudos,
las raudas procesiones sin imagen
que giran sin tregua y pierden el centro,
el centro que fue cuadrícula y es hoy
ilegible borrón y cuenta nueva,
las quebradas mendicantes que asedian
obstinados simulacros de tránsito,
la lluvia de octubre, ciega, incesante,
la intemperie y nada más porque nada
es lo que fue o será y sólo hay consuelo
en el roce sin peso y sin pasado,
porque decir el fruto es corromperlo.
Diario de poesía N° 60
Enlace: Poesía III | Emma Gunst
Imagen en Editorial Alfabeto
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(Fuente: El Poeta ocasional)
Fuente: Diario de poesía N° 60
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