De Poemas crueles
La poesía sale de su oscuro rincón
me enfrenta
me mira desde sus ojos sin párpados
y me exige testimonio sobre el hambre
la persecución
el crimen.
Me conmina.
Me sentencia.
Y antes de esfumarse otra vez
deja en mis manos un afilado puñal de punta perfecta.
De El rostro en la mano
La mano
La miro. Es mi mano.
Distinta a la imagen que culturalmente poseo:
larga, dedos puntiagudos
y en las articulaciones exactitud matemática
de acuerdo al ritmo de Mahler, Yupanqui, Xenakis.
Mi mano cuadrada. Plana.
No están en ella ni el monte de Júpiter ni el de Venus ni el de la Luna.
Sí el mapa de siete generaciones que me preceden:
guerreros, labradores, albañiles, truhanes, hilanderas, modistas
apretando el terrón el puñal la sangre
el pañuelo empapado de sudor
la humilde violeta
el dedal el huso la baraja.
Mírala, bruja de todo alquimería,
quiromántica.
Mi destino no está escrito en las líneas de la mano,
está en el Universo.
Lo rigen el tiempo y el espacio:
la gigantesca espiral de la Historia:
ese milagro.
De Paloma pantera
Al morir
con certeza mi hermana gemela me dejó su vida
prendida al ombligo
para que yo viviera por ella y por mí.
Este yugo que me unce
el peso de milenarias piedras sobre los hombros
y su voz que es sólo un rumor
desvela a la paloma a la pantera
a la locura que se viste de rojo y violeta
se restriega las manos mientras patina haciendo ochos sobre el piso
las paredes
el techo de la casa.
Yo miro aturdida
confundiendo mi cama con un tren que vuela enloquecido en busca del sol.
(Fuente: Eterna cadencia)
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