miércoles, 2 de octubre de 2024

William Carlos Williams (Rutherford, EE.UU., 1883-1963)

 

La acacia rosada

 

Soy persistente, igual que la acacia rosada,
				una vez que la dejan
						entrar en el jardín
es muy difícil deshacerse de ella.
					Si se la arranca de la tierra,
y queda una raíz
por mínima que sea,
					vuelve a brotar.
						Pensarme
en esos términos resulta
				halagador. Y también es
							risible.
Es una flor modesta,
		parecida a la arvejilla de olor,
					que no se puede menos
que admirar,
		hasta que sus costumbres
					se vuelven conocidas.
¿No somos todos
		un poquito así?  Sería
					demasiado
si la gente 
se entrometiera en las minucias de
		nuestra vida privada.
No es
		que tengamos nada que ocultar,
				¿pero podrían ellos
soportarlo? Por supuesto,
		le gustaría al mundo
			presenciar
cómo hacemos el ridículo.
	La pregunta es
			si ellos
	serían generosos con nosotros
		como nosotros hemos sido antes
							con otros. Es,
como decía antes,
			una flor
						increíblemente resistente
si se la ataca.
			De no hacerle caso,
						se convierte en un árbol.
Ojalá yo pudiera pensar eso de mí
			y de lo que después
						ocurrirá conmigo.
El poeta,
			¿qué piensa de sí mismo
					cuando se enfrenta con su mundo?
No basta con decir,
			como acostumbra:
					Nada importante, puesto que el poema
se vería con eso traicionado.
			Podría responder 
aquello de “una rosa es una rosa
es una rosa”, y concluir con eso.
		Es verdad que una rosa es una rosa,
y el poema se iguala con la rosa,
si acaso está bien hecho. 
			El poeta no puede
						hablar mal de sí mismo
sin hablar a la vez mal 
del poema,
			lo cual sería
ridículo.
		No hay mayor recompensa
						en esta vida.
Y así, como esta flor,
			persisto,
					por si acaso obtengo algo con ello.
						Yo no soy,
								ya lo sé,
en la galaxia de los poetas
			una rosa,
					pero quién me podría
negar
			un lugarcito
 
 
 
  Traducción de Ezequiel Zaidenwerg 

 

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