martes, 1 de octubre de 2024

Lucian Blaga (Rumania, 1895-1961)

 

 Lucian Blanga

Omar Lara y Gabriela Capraroiu, destacadísimos traductores del rumano al español, nos presentan generosamente, a continuación, una selección representativa de un referente irrenunciable de la poesía rumana del siglo XX, Lucian Blaga (1895-1961). Fue poeta, filósofo y dramaturgo.

 

Traducción de Omar Lara y Gabriela Capraroiu

 

 

Yo no aplasto la corola de milagros del mundo

 

Yo no aplasto la corola de milagros del mundo

y no destruyo con mi pensamiento

los misterios que en mi camino encuentro

en flores, en ojos, sobre labios o tumbas.

Otros con su inteligencia

ahogan el encanto de lo impenetrable, de lo escondido

en los abismos oscuros,

mas yo con mi luz acreciento el misterio del mundo;

y así como la luna con sus rayos brillantes

no disminuye, sino temblorosa

extiende aún más el secreto de la noche,

así yo enriquezco el sombrío horizonte

con amplios estremecimientos de sagrado misterio;

y todo lo que es incomprensible

se torna aún más incomprensible

bajo mis ojos

pues así yo amo

flores y ojos y labios y tumbas.

                     

 

 

La tierra

 

Nos tendimos de espaldas en la hierba: tú y yo.

El aire derretido cual cera bajo el ardor del sol

corría como un río sobre los rastrojos.

Un silencio abrumador imperaba en la tierra

y una pregunta cayó en mi alma

hasta el fondo.

 

¿Nada tenía que decirme

la tierra? Toda esta tierra,

de anchura despiadada y cruelmente muda,

¿nada?

 

Para escuchar mejor pegué

mi oído a los campos, vacilante y sumiso

y por debajo de la tierra escuché

el latir bullicioso de tu corazón.

 

La tierra respondía. 

         

 

 

Silencio

 

Hay tanto silencio alrededor que me parece oír

cómo se estrellan los rayos de luna en los cristales.

 

En el pecho

una voz extraña ha despertado

y una canción canta en mí ajenas añoranzas.

 

Se cuenta que los antepasados muertos antes de tiempo,

con sangre todavía joven en las venas,

con pasiones intensas en la sangre,

con sol palpitante en las pasiones

retornan,

retornan para continuar

en nosotros

la vida no vivida.

 

Hay tanto silencio alrededor que me parece oír

cómo se estrellan los rayos de luna en los cristales.

 

Oh, ¿quién sabe, alma mía, en qué pecho cantarás

también tú más allá de los tiempos

-en las dulces cuerdas del silencio,

en arpas de oscuridad – la nostalgia ahogada

y la rota  alegría de vivir?  ¿Quién sabe?  ¿Quién sabe?

               

 

 

Pan

 

Cubierto de hojas mustias yace Pan sobre una roca.

Está ciego y es viejo.

Sus pies son pedernal,

en vano intenta parpadear aún,

pues sus ojos se cerraron –como los caracoles- durante el invierno.

 

Cálidas gotas de rocío le caen sobre los labios:

una,

dos,

tres,

la naturaleza abreva a su dios.

 

¡Oh, Pan!

Veo como estira la mano y coge una rama

y  palpa

con suaves caricias los brotes.

 

Un cordero se acerca por entre las matas.

El ciego lo escucha y sonríe,

pues no tiene Pan mayor alegría

que la de tomar suavemente entre sus palmas

la cabeza de los corderitos

y buscar sus jóvenes cuernos bajo los blandos botones de lana.

 

Silencio.

 

A su alrededor las cuevas bostezan soñolientas

y le contagian también a él su bostezo.

Se despereza y dice:

“las  gotas de rocío son grandes y cálidas,

los cuernos asoman

y los brotes son plenos.

                             ¿Será la primavera?

 

 

 

 

La muerte de Pan

 

 

I

PAN A LA NINFA

 

Con ajomate en los cabellos asomas de los juncos,

una onda

quiere abrazarte y arenas van a hervir.

Como de una invisible ánfora redonda

viertes tu esbelto cuerpo desnudo en la hierba.

 

En las sienes las venas me palpitan

cual papo de un lagarto perezoso

que bajo el sol se tuesta,

un movimiento me susurra rumor de manantiales.

 

Como al caliente pan te partiría yo,

tu movimiento me trae dulces momentos a la sangre.

 

Las arenas van a empezar a  hervir.

 

¡Verano,

sol,

hierba!

 

 

 

II

EL DIOS ESPERA

 

En los rastrojos juegan

ratones y terneros,

y las parras

Sostienen en las palmas

ranitas verdes.

Con un diente de león

entre los labios

espero

su llegada.

No deseo sino

pasar mis limpios

dedos abiertos

por su cabello,

por su cabello

y luego de las nubes

recoger

como de una madeja

los rayos,  así como en otoño

se recogen del aire

telarañas.

 

 

 

III

LA SOMBRA 

 

Pan rompe panales

a la sombra del nogal.

 

Está triste:

proliferan monasterios en los bosques

y le molesta el brillo de una cruz.

 

Vuelan a su alrededor los vencejos

y las hojas del olmo

interpretan las ánimas.

Bajo la campana de queda Pan está triste.

Por un caminito pasa la sombra

color luna

de Cristo.

 

 

 

 

IV

PAN CANTA

 

Estoy solo y estoy lleno de cardos.

Alguna vez fui dueño de  un cielo constelado

y a los mundos

yo les tocaba el caramillo.

 

La nada tensa su cuerda.

Hoy en mi gruta no penetra

ningún extraño,

sólo las salamandras abigarradas vienen

y a veces:

 

la luna.

 

 

 

V

LA ARAÑA 

 

Ahuyentado por las cruces sembradas en los caminos

Pan

se escondió en una cueva.

Los rayos inquietos se agolpaban

y se empujaban con los codos para llegar a él.

Compañeros no tenía,

sólo una araña solitaria.

La pequeña fisgona había tejido una red de seda

en su oreja

y Pan, amable por naturaleza,

cazaba mosquitos para la última amiga que le había quedado.

 

Pasaban a todo correr otoños con estrellas fugaces.

 

Alguna vez el dios tallaba

una flauta en una varilla de saúco.

La bicharraca enana

paseaba por su palma

y en los chispazos de madera podrida

Pan descubrió con asombro

que su amiga llevaba en la espalda una cruz.

Inmóvil y sin habla se quedó el viejo dios

en la noche con estrellas fugaces

y afligido se sobresaltó:

la araña se ha cristianizado.

 

Al tercer día cerró el féretro de los ojos de fuego.

Estaba protegido por la escarcha

y descendía el crepúsculo de las ánimas.

Inconcluso quedó el caramillo de saúco.

 

 

 

 

A los lectores 

 

Esta es mi casa. Allá el sol,  el jardín y las colmenas.

Pasáis por el camino, miráis por las rejas del portón

y esperáis mis palabras. ¿Cómo empezar?

Creed, creedme,

mucho se puede hablar de tantas cosas:

del destino y la serpiente del bien,

de los arcángeles que roturan la tierra

en los huertos del hombre,

del cielo hacia donde crecemos,

del odio y la caída, de la tristeza y las crucifixiones

y, sobre todo, del gran tránsito.

Mas las palabras son lágrimas de quienes, deseándolo,

no pudieron llorar como quisieron.

Amargas son, amargas todas las palabras,

por eso,

dejadme pasar entre vosotros, mudo,

salir a vuestro encuentro con los ojos cerrados.

 

 

 

 

Heráclito junto al lago

 

Junto a las verdes aguas se encuentran los senderos.

Hay silencios aquí,  pesados silencios abandonados por el hombre.

Calla perro, que husmeas el viento con la nariz, calla.

No ahuyentes los recuerdos que llegan

llorando a enterrar los rostros en su propia ceniza.

 

Apoyado en los troncos adivino mi suerte

en la palma de una hoja otoñal.

Tiempo, cuando quieres emprender el camino más corto

¿por dónde te encaminas?

 

Mis pasos resuenan en la sombra

como si fueran  unos frutos podridos

que caen de un árbol invisible.

¡Oh, cómo enronqueció de vejez la voz del manantial!

 

Toda mano que se alza

es una duda más, sólo eso.

Los dolores insisten

hacia el misterio oculto de la tierra.

 

Arrojo espinas desde la orilla al lago,

con ellas en círculos me deshago.

        

 

 (Fuente: Círculo de poesía.com)

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