viernes, 29 de marzo de 2024

Elsie Vivanco (Buenos Aires, 1936)

 


Foto: Irina Bianchet

 

ME ENSEÑARON A PESCAR Y NO APRENDÍ

 

Me enseñaron a pescar

una tarde en que me moría de hambre

sólo arroz y bananas

o bananas de postre

la cabaña en el morro

la cabaña del banano de Bashò.

 

Los chicos vinieron

buscaron facas

para cortar bambúes

estropearon las facas

y las cañas largas y finas y flexibles

en la punta, arrollada, la tanza y el anzuelo.

 

Caminamos uno de los chicos y yo

por la costa

sobre grandes piedras

igual a montañas

ariscas para mí

o yo arisca para pisarlas

desmesura de piedra

y el mar abajo, un clamor

la espuma del vértigo,

el corazón del susto destrozado, por supuesto.

 

Nos sentamos sobre un gran peñasco

las piernas en suspenso

el equipo de pesca  detrás.

 

Antes me había enseñado

a pescar camarones

en el río

de carnada.

Me enseñó  a hacer un instrumento pesca camarones

de palabra

y tuve que entenderlo

y rápido por el hambre

y  quedó

dos cañas

una bolsa de tela de mosquitero

del mío

que, en su abertura llevaba

de un lado, pedacitos de telgopor

para flotar

y del otro pedacitos de plomo

para hundir

se.

Esta incoherencia servía

para

con mucha paciencia

pescar camarón.

 

Había o hay

que amasar una bolita de farinha

depositarla en el fondo del río donde no corre el agua

hay una parte

del río en donde el agua se queda quieta

hasta se pudre

arrimarle el caza camarón

esperar con el agua en la entrepierna

sin respirar por ningún agujero.

Al tiempo

depende

llegan caminando de lado

más parecidos a los cangrejos que a los camarones.

Había que aproximar la bolsa con su boca abierta

se dan cuenta

igual a mariposas

había que meterlos en la red.

Difícil describir el gesto de abrir la boca

abrir la bolsa cerrando cañas

para que entren

y  abrir las cañas

para que no salgan

siempre la incoherencia

sacarlos de la bolsa

y los malditos bichos con su tendencia de volver a su origen

el río

y uno tratando de meterlos en un frasco con agua

a ellos, sí

para que continúen

vivos

ellos se resisten

y pegan un salto al agua

del río.

Deben vivir hasta el momento de ser comidos.

El calor es tal

que de otra forma

si muriendo antes, se pudrirían.

 

Habiendo aprendido la primera parte de la lección

lleva una mañana

luego hay que dejar pasar al sol

en el cielo

dejar que se ponga algo bajo

y caminar saltar por las piedras costeras

las piedras como montañas

de cinco o seis metros de altura

y llegar con el Heart-break.

 

El chico

como si hubiera estado haciendo esto durante cincuenta años

prepara el anzuelo

ensarta el famoso camarón casi amigo mío de él enemiga

ensarta vivo

lo arroja al mar con la caña la tanza y el anzuelo

y se sienta.

Con el cabo de la caña

raspa

pequeñas lapas de la piedra

lapas que están adheridas debajo de la línea del mar

se desprenden y ruedan al fondo

a dos o tres metros de profundidad.

Me advierte

las que están arriba 

fuera del agua

pueden estar muertas

son mejor las de abajo

no se discute las causas.

 

Llegan los peces

no los grandes con experiencia

no sé qué experiencia si cuando la adquieren

ya están muertos.

Llegan los peces de colores

y son tal cual, de colores

con rayas, puntos, zigzag, fosforescentes mariposas

y con colores.

 

Son de colores hasta que mueren ensartados

fuera del agua

se apagan.

 

El chico cuando lo ensarta

tira de la caña para arriba

para ensartarlo más adentro

del cuerpo

hasta que lo desensarta

y lo guarda en  el cesto

a tal efecto

puesto lejos del mar

por si se le ocurre, aún

saltar hasta las aguas de origen.

Al pez.

 

Al segundo lo sorprendo yo

con el camarón

los estertores del camarón.

 

Los estertores del pez

o pescado no se sabe

en mi mano

antes de morir frío por supuesto.

 

Volvemos saltando los mismos abismos

ahora menos hondos

a causa de la marea alta

que puede matarnos

sino llegamos rápido a tierra.

Un estremecedor relato del inglés

Walter Scott, creo era el Anticuario o no sé

Kidnapped o Stevenson

estremecedor para mí que lo creía

él o ella,

al pie del acantilado

con la mar creciendo

cada momento la franja blanca de la playa se hacía más angosta

y la protagonista seguro era ella por el miedo

el miedo que sentía

la desprotección

la llegada del salvador bajando los riscos

aunque creo, ahora, que era un él

subiendo con jadeos los riscos

el salvador de sí

mismo.

 

De nuevo en la cabaña de Bashò

el chico no se va

quiere enseñarme cómo se limpia el pescado

y con el cuchillo vil

raspa

despanzurra

y filetea

debo creer que posee cincuenta años

debo creer que tiene ocho

y se lo ve feliz, más feliz

porque está por terminar su tarea

enseñarme a pescar

que no es poco

si voy a comer pescado

con arroz y bananas fritas

y saber hacerlo

lo de pescar

la próxima vez

aunque me lleve cincuenta años aprenderlo.

 

Se queda sentado

me mira satisfecho

pregunto qué me va a enseñar ahora

dice que quiere un anzuelo

de regalo.


(Fuente: Revista Haroldo)

 

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