Salmo de la ciudad
Las matanzas prosiguen el dolor y la desgracia
se perpetúan a cada segundo en la cadena de genes,
deliberadamente se perpetran injusticias,
y el aire lleva el polvo de esperanzas frustradas,
y sin embargo, al respirar el vaho, al caminar
por las veredas apiñadas entre vidas deshechas,
los martillos neumáticos rugiendo con estrépito,
un estacionamiento al sol de mayo iluminado dolorosamente,
no vi detrás, sino por dentro, del dolor con sordina,
el polvillo en el viento, las horribles fachadas de hormigón, otra pena,
un resplandor como el que da el rocío, un hogar de piedad,
no oí detrás sino más bien por dentro, un sonido, un murmullo
que derivó en una sonrisa plácida.
Nada cambió, más bien todo fue revelado de forma diferente;
no que no hubiera horror, ni tampoco que no prosiguieran las matanzas,
tampoco que creyera que la desesperanza se fuera a terminar,
sino más bien que todo, como si fuera transparente,
nos revelaba una otredad sagrada, y que eso era a dicha.
He visto el paraíso en el polvo de la calle.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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