Salmo 150
Alguna gente, para creer, se engaña.
Pero yo sé lo que conozco: en la cumbre
del contacto imposible, mi hombre y yo
contenemos la respiración, seguros de poder parar el tiempo
o tal vez eliminarlo de nuestras vidas, que se acortaron
desde que aprendimos a hacer el amor el uno para el otro
en vez de hacérnoslo el uno al otro. Entre la alabanza
y la adoración, prefiero la última. Sólo la memoria
nos pone de rodillas, en silencio e inmóviles. ¿Me escuchás?
El trueno aterra. El rayo nos permite ver. Después,
cubierta la cabeza, esperamos la lluvia. Querido Señor,
permitime estar atento a su llegada y bajar la cabeza
y sacudirla como un hombre que ha perdido y vivido.
Hay algo que no deja de intentarlo, pero todavía no me matan.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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