Tres poemas
Congreso Internacional del Miedo
Provisoriamente no cantaremos el amor,
que se refugió más abajo de los subterráneos.
Cantaremos el miedo, que esteriliza los abrazos,
no cantaremos el odio porque eso no existe,
existe apenas el miedo, nuestro padre y nuestro compañero,
el miedo grande de los sertones, de los mares, de los desiertos,
el miedo de los soldados, el miedo de las madres, el miedo de las iglesias,
cantaremos el miedo de los dictadores, el miedo de los demócratas,
cantaremos el miedo de la muerte y el miedo de después de la muerte,
después moriremos de miedo
y sobre nuestras tumbas nacerán flores amarillas y miedosas.
Sentimento do mundo, 1940
Vida menor
La fuga de lo real,
más lejos aún, la fuga de lo fantástico,
más lejos del todo, la fuga de uno mismo,
la fuga de la fuga, el exilio
sin agua y sin palabra, la pérdida
voluntaria de amor y memoria,
el eco
ya sin corresponder al llamado, y éste fundiéndose,
la mano volviéndose enorme y desapareciendo
desfigurada, todos los gestos finalmente imposibles,
si no inútiles,
lo innecesario del canto, la limpieza
del color, ni brazo a moverse ni uña creciendo.
No la muerte, sin embargo.
Sino la vida: captada en su forma irreductible,
ya sin ornato o comentario melódico,
vida a que aspiramos como paz en el cansancio
(no la muerte)
vida mínima, esencial; un comienzo; un sueño;
menos que tierra, sin calor; sin ciencia ni ironía;
lo que se pueda desear de menos cruel: vida
en que el aire, no respirando, más participe;
ningún gasto de tejidos; ausencia de ellos;
confusión entre mañana y tarde, ya sin dolor,
porque el tiempo ya no se divide en partes; el tiempo
eludido, domado.
No lo muerto ni lo eterno o lo divino,
apenas lo vivo, lo pequeñito, callado, indiferente
y solitario vivo.
Eso estoy buscando.
A rosa do povo, 1945
La casa del tiempo perdido
Golpeé a la puerta del tiempo perdido, nadie atendió.
Golpeé una segunda vez y otra más y otra.
No hubo respuesta.
La casa del tiempo perdido está cubierta de hiedra
por la mitad; la otra mitad son cenizas.
Casa donde no vive nadie, y yo golpeando y llamando
por el dolor de llamar y no ser escuchado.
Simplemente golpear. El eco devuelve
mis ansias de entreabrir esos palacios helados.
La noche y el día se confunden en esperar,
en golpear y golpear.
El tiempo perdido ciertamente no existe.
Es un caserón vacío y condenado.
Farewell, póstumo, 1996
En Nova reunião, Companhia das Letras, San Pablo, 2015
Traducción de Ricardo Ruiz
Más poemas de Carlos Drummond de Andrade en Otra Iglesia Es Imposible
Congresso Internacional do Medo
Provisoriamente não cantaremos o amor,
que se refugiou mais abaixo dos subterrâneos.
Cantaremos o medo, que esteriliza os abraços,
não cantaremos o ódio porque esse não existe,
existe apenas o medo, nosso pai e nosso companheiro,
o medo grande dos sertões, dos mares, dos desertos,
o medo dos soldados, o medo das mães, o medo das igrejas,
cantaremos o medo dos ditadores, o medo dos democratas,
cantaremos o medo da morte e o medo de depois da morte,
depois morreremos de medo
e sobre nossos túmulos nascerão flores amarelas e medrosas.
Vida menor
A fuga do real,
ainda mais longe a fuga do feérico,
mais longe de tudo, a fuga de si mesmo,
a fuga da fuga, o exílio
sem água e palavra, a perda
voluntária de amor e memória,
o eco
já não correspondendo ao apelo, e este fundindo-se,
a mão tornando-se enorme e desaparecendo
desfigurada, todos os gestos afinal impossíveis,
senão inúteis, a desnecessidade do canto, a limpeza
da cor, nem braço a mover-se nem unha crescendo.
Não a morte, contudo.
Mas a vida: captada em sua forma irredutível,
já sem ornato ou comentário melódico,
vida a que aspiramos como paz no cansaço
(não a morte)
vida mínima, essencial; um início; um sono;
menos que terra, sem calor; sem ciência nem ironia;
o que se possa desejar de menos cruel: vida
em que o ar, não respirando, mais envolva;
nenhum gasto de tecidos; ausência deles;
confusão entre manhã e tarde, já sem dor,
porque o tempo não mais se divide em sessões; o tempo
elidido, domado.
Não o morto nem o eterno ou o divino,
apenas o vivo, o pequenino, calado, indiferente
e solitário vivo.
Isso eu procuro.
A casa do tempo perdido
Casa onde não mora ninguém, e eu batendo e chamando
pela dor de chamar e não ser escutado.
Simplesmente bater. O eco devolve
minha ânsia de entreabrir esses paços gelados.
A noite e o dia se confundem no esperar,
no bater e bater.
O tempo perdido certamente não existe.
É o casarão vazio e condenado.
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Imagen: retrato de Carlos Drummond de Andrade. O Globo, Rio de Janeiro
(Fuente: Otra Iglesia Es Imposible)
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