/ 5 poemas
Vine
Vine en una gota de tiempo
para vivir a gotas las emociones,
pero estabas tú, con tu mirada
y lo has hecho todo perenne.
Vine a madurar en la tierra
a derretir apretujados en un siglo
millones de eternidades
deslizadas por las siluetas del carbono
del hidrógeno, de la chispa
que en ocho minutos
me reconstruyen cada día.
Vine porque soy bien mandado
y me iré
porque el Alzheimer no alcanza
para que la muerte olvide
que me tiene que llevar.
Vine sin nada
partiré con el espacio y el tiempo
arremolinados en los bolsillos de la tumba
como una caracola que alguien encuentra
en la playa de algún mundo
de nuevos carbonos agrupados.
Trabajo
Tener trabajo es tener una noria
un pozo lleno de ventanas abiertas
una máquina de hacer caminos;
mejor, una fábrica de caminos
con un bolsillo lleno de bodegas
y motores apilados
para calibrar las fuerzas de la rotación
que exige azotar todas las hambres.
Llegan a la luz
las energías sobre la mesa
que cubren el pan
y acallan la sed.
Tener trabajo
es reconstruirse,
a pesar de la esclavitud.
Los años
Los años pasan
diseminando verbos al viajar.
Pasan
y se llevan las ventanas
los relojes, los trastos
que la convivencia abraza.
Se llevan los colores de la piel
la fuerza al caminar
el sonido del fragor.
Pasan
a pesar de las espinas
amarradas a las cosas
erosionando las emociones
con sus espadas.
De pronto llega el silencio
el fuego ya no crepita
ni la voz resuella.
Los años siguen su camino
mientras acá adentro
las piezas, las partes
y todo el engranaje
vuelve,
incognito
misterioso.
Mi padre
Mi padre es una línea delgada
en las fronteras primeras de la niñez
es una lluvia intermitente
surcando paredes en la nada.
Es el sendero que lleva a la tumba
donde sus ojos volvieron al brillo de la tierra
y su boca soltó la voz
en un trino de final de cuentas.
Es un aletear de alas truncas
que se pierden en la bruma del misterio
entre el llamado a la fe
y las dudas de una lápida
frente a la materia residual.
Es el despertar
que trae una respiración incompleta
cada día.
Quizá una negativa del destino.
Es mi otoño permanente.
Y ahora que lo pienso
es ladrillo de mi risa
y arena de mis playas
en los esfuerzos de la felicidad diaria.
Es mi rostro en el espejo
que me mira
cuando me miro.
Infancia
Quisiera escribir este poema de infancia,
pero cómo escribir acerca de mi patio
de los juegos bajo el parrón
de los llantos que en secreto sepulté tras la puerta
para evitar que mis lágrimas chocaran con los espejos.
Cómo escribir de las tardes mirando las palomas
cuando bajaban a comer el trigo
que con sacrificio les comprábamos invierno y verano,
del pan tostado en la estufa que reemplazó al brasero.
Cómo escribir de los sueños gigantes que crecían
mientras miraba la luna que cruzaba mi ventana
cuando el día se escondía conmigo entre las sábanas.
Quisiera escribir este poema ahora adulto
pero sigo siendo un niño que sueña con los juegos
que espera a la luna, que besa la tarde y duerme,
duerme con los sueños entre las sábanas
esperando que amanezca
para soltar entre alegrías y huellas
lo más infantil de la vida
porque gracias a ese niño
sobrevive el adulto entre campos minados.
Claudio Ernesto nació en Santiago de Chile en 1963. En el ámbito de la poesía ha publicado el poemario: “El Título queda Pendiente” (PdE 2020) y participado en las antologías “Voces a la noche” (Lom 2017) “Debut” (Santiago Inédito 2018) y “Tiempos Fragmentados (OFFSET Color Ltda.2021) En el ámbito narrativo ha participado en tres antologías de cuentos en los años 2015, 2016 y 2020.
(Fuente: La Parada Poética)
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