Nuestras almas tendrían que dormir...
Nuestras almas tendrían que dormir
como duermen los cuerpos delgados
estar entre las sábanas como una hoja
el pelo detrás de las orejas
los oídos abiertos
capaces de escuchar. Carne
afilada y frágil, hueca
en la oscuridad del cuarto. Hueso leve.
Así la membrana aprieta
la pluma en los hombros del ángel.
Transparentes son las orejas de los enfermos
del mismo color que los cristales
sin embargo escuchan igualmente
el balanceo de las camas
desplazadas por los brazos de los vivos.
A las cuatro, en los días de fiesta
terminan las visitas. Lentas
las frentes se vuelven hacia las paredes.
En los pasillos vacíos desciende una paz de acuario.
Luces azules arriba y abajo
encima de las puertas
en el borde de los peldaños.
Luces nocturnas.
Los enfermos duermen uno
junto a otro puestos
en camas iguales.
Distinta es tan sólo la forma
de doblar las rodillas
si las rodillas
pueden doblarse, distinta
la ola de sus mantas.
Pocos logran incorporarse
como cuando se está enfermo en casa
y cada cama tiene grandes ruedas de metal dentado
resortes que bruscamente
cierran el colchón
o de golpe lo alzan.
La cama chirría, se aplaca.
Luces de Navidad.
La sala es una llanura con imperceptibles túmulos.
Con qué silenciosas reverencias se encuentran los pensamientos de los muertos.
Luces de invierno.
En la sala de los enfermeros brillan papeles de estaño
el olor a vino sube por el aire.
Si los vivos acercaran sus caras a los cristales empañados
si alargaran las lenguas
sabría a vino el vapor.
Hay un instante antes de la muerte
la noche gira como una llave.
Qué misteriosas señas hacen los faroles a los moribundos,
cuántas sombras dejan los cuerpos.
Las diez. Sobre el mantel un conejo tendido de lado
patatas hervidas espárragos salteados en una cacerola.
Reina en el cuarto una solemne miseria.
Los vivos se llaman como desde barcas lejanas.
Antonella Anedda, incluido en Altazor. Revista electrónica de literatura (1ª época, año 2, abril de 2020, Chile, Emilio Coco).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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