El juicio final
Todo era cierto y yo sólo hice el ridículo. Por supuesto que había platillos voladores e incluso jardineros extraterrestres que con exquisito gusto hacían esos diseños que nosotros, neandertales irredentos, llamábamos agrogramas, con uno de los muchos y torpísimos idiomas que tenemos pero
que no merecen ser considerados ni siquiera un estornudo al lado de su música celeste. Sigo. Al fondo de ese lago escocés sí vivía un dinosaurio que salía a pasear con Elvis por las noches, al amparo de ese dispositivo de invisibilidad que les regaló Margarita de Inglaterra feliz por haberse follado a Mick Jagger cuando era joven y no ahorita, qué asco! (¿Podría, Señor Juez, pedirle a la reina Isabel que guarde compostura?) Para no entretener con idioteces a Su valiosa eternidad, Señores del Jurado, en resumen no sé ni lo que dije y creo que sí creía pero me dediqué a otras cosas. Sólo espero clemencia. Muchas gracias. Me llega un mensaje: “Soy fulano, y quiero ser tu diputado…”. Agoté las consultas a glosarios sadomaso (impresos y en línea) y todavía no
entiendo qué placer obtendré haciéndole caso.
(Fuente: El hombre aproximativo)
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