TRÍPTICO DEL ADIÓS
I
Tal vez llegue un lunes.
Tal vez esté lloviendo.
Tal vez sobre el tejido haya un poco de sol.
Tal vez en las ventanas hay frentes. Humo o nada.
Tal vez cruce un payaso
con un circo llorando en el tambor.
Tal vez sea un día con niños y banderas
un día asnos y borrachos.
Tal vez haya puesto un sábado
su víspera de fiesta en las esquinas.
Puede ser que una modista y un labriego
aúnen su sexo, su moneda y su desvelo.
Quizás una mujer de vientre encandilado
busque entre los hombres un rosto para el hijo.
Quizás algún adolescente sueñe con la ternura
de Hamlet
o la hierba…
Quizás no pase nada.
Tal vez sobre los vientos
escriban las campanas su palabra nupcial
o sostengan los perros el clima de la noche.
Tal vez alguien necesite un libro abierto. Una mujer.
Una melancolía pequeña.
Una caja fuerte. Una droga. Un nieto con ojos
de abanico.
Un ejército de ranas. Un grillo displicente.
O una bodega donde el vino
cante operetas y esté —como la sangre— tibio.
Tal vez no quiera nada.
Tal vez haya empezado la estación del tiempo
en la memoria de la primavera.
Porque el adiós no llega la noche del vestido
nuevo y los cerrojos.
Ni el momento en que la luz y las hendijas
escogen el arma
para la certera indiscreción del duelo.
El adiós llega la noche en que uno dice “irremediable”.
La tarde en que uno piensa “inseparable”.
El día en que un llora para siempre!
II
Es la simpleza del vacío.
La algarabía de los idiotas que nos hace sonreír.
Es una vieja palabra sin estribos.
Es el tren. Las hojas. Los vocablos al borde de la lengua.
El luto de las noches.
La histeria de los pueblos a las seis de la tarde.
La angustia entre el vientre y el recién parido.
Entre las puertas y el aliento.
El adiós es el breve onomástico del caos!
III
El adiós llega la noche en que se va el tacto de las manos.
La tarde en que la hora se roba el contorno de los pinos.
El día en que el sol en el espejo
sabe que es un dios amarillo y sempiterno.
El momento en que lloramos
y el llanto se desnuda y enfila su cuerpo hacia la muerte.
Llega cuando los novios estrenan la pausa de su lengua
y su silencio construye una casa con flores
o bautiza los hijos.
Cuando una montaña eleva su cuerpo de distancia
y certifican el limbo, las tumbas y los barcos…
Cuando caen los pañuelos como nieve en el olvido.
Y desatan los caballos sus cuerpo sagitarios,
llega el adiós.
El adiós es liso.
Nublado.
Ruginoso…
(Fuente: La Parada Poética)
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