domingo, 1 de mayo de 2022

Pier Paolo Pasolini (Bolonia, Italia, 1922-Ostia, 1975)

 

transhumanar y organizar









 
 
Poco antes de encajarme en las orejas los Boules Quies
en el momento en que ninguna persona seria escribiría poesía.
En el momento en el que la conciencia es más sucia.
Parece imposible que un hombre pueda hacer
experiencias tan simples tan tarde.
Estaba evidentemente cegado por una política no simple.
Estaba en la sala del Instituto Luce
(sin esa seguridad exaltada de escribir poesía).
Extraño que haya visto tan tarde con mis ojos
aquellas cosas, de cualquier tiempo,
que suceden probablemente todos los días.
La multitud se apretaba en torno a una mesa sin micrófonos.
Se hablaba subido a una silla.
Lo repito: era un momento en que no se tiene certeza de la poesía.
Todos estaban inseguros, porque sólo el cansancio produce exaltaciones.
Para un director de cine, aquellas caras eran un vital descubrimiento matutino.
¿A quién hay que dirigirse para afiliarse al PCI?
Y bien, he aquí que me dirijo, sea quién sea.
Parece increíble -le digo- que a las cosas simples
les lleve tanto tiempo revelarse como lo que son.
Los obreros quieren al PCI como en sustancia es.
Ahora, esta voluntad se me presenta en toda su claridad.
Y, como esto es simplemente una carta, aun si la hora
es aquella del rito en el que los poetas no serios escriben poesías,
diré que esa voluntad es la voluntad de las instituciones.
Los obreros a mi lado, y las obreras, quizá por primera vez
en su vida a la par de los hombres, en esta pequeña huelga,
eran presentes encarnaciones de esa voluntad.
Ahora, sucedió esto. Algunos jóvenes asistentes
se delegaron para dar, uno tras otro, su adhesión.
Habla un diputado democratacristiano de provincia.
Recomienda las buenas maneras. En cuanto al resto, sabe
decir todo con otras palabras, esto es, no decir nada.
Habla (y es cierto) de dificultad: modo gentil de decir
que no todo lo que se quiere se podrá obtener.
Modo de decir, incluso, que la buena voluntad ya es mucho.
Por otra parte, ya que se puede provocar aun con provinciana gentileza,
él dice que la presente asamblea no es política.
Y entonces algunos jóvenes, con mostachos de bárbaros,
y frente dura y baja como las de las bestias que pastan.
gritan contra la provocación con el modo de la provocación.
Son, desgraciadamente, lo que parecen. Gritan:
"No democracia sino revolución". Les agarró la histeria.
Nadie podría ya pararlos: el grito extremista
los salva como una medicina que hace callar la realidad.
Pálidos, los pómulos hinchados, las pequeñas frentes duras,
los grandes bigotes retorcidos en ángulo recto, color tabaco.
A ellos se unen otros intelectuales menos jóvenes.
Sólo tienen en común la palidez y la voz alterada.
Como si un espíritu hubiera descendido en aquel salón
y hubiese llenado de sí a pocas personas, dejando vacías a las otras.
Los jóvenes y no tan jóvenes extremistas estaban transfigurados
por aquel grito como por una salvación cotidiana: y no daban
de ningún modo señal de querer razonablemente renunciar a él.
Los obreros tienen paciencia un poco. Luego la pierden.
Y ha sido un milagro que no los echaran a patadas.
El buen sentido prevaleció, resquebrajado antes, digamos, por otro buen sentido.
Bueno, he visto por primera vez, con mis propios ojos,
al obrero arrojarse con sus grandes manos sobre los intelectuales vociferantes.
La escena era observada también por el ojo de un diputado comunista.
Como un chico listo, él lograba controlarse
mientras aquellos energúmenos gritaban: controlarse exactamente como un obrero.
Y cuando, después, algún obrero, por pura y simple impaciencia,
se largó a gritar él también, y a alzar las manos,
él lo contempló con el ojo apenas más opaco,
sobre su cuello rústico.
También yo callaba y contemplaba. Pero por razones distintas:
cuánto me parezco a aquellos imbéciles gritones, yo.
Al menos, tanto como el diputado piamontés se parece a los obreros.
Mis gritos extremistas son más elaborados y menos imbéciles, es cierto.
Pero no, no es un examen de conciencia lo que ahora quiero hacer,
y todavía menos una enésima confesión de mis culpas.
No quiero decir tampoco que hago simplificaciones rápidas-
y por lo tanto retóricas- que son el espíritu de toda institución:
incluso, de las queridas por la voluntad de los obreros.
Entiendo simplemente esto: que de ahora en adelante
haré callar mis escrúpulos de verdad, haciéndome trampa a mí mismo.
¿Amo o no amo a las instituciones? ¿La verdad más verdadera no es esta?
¿Y entonces por qué luchar por aquella otra verdad,
que estoy obligado a amar, quedando obligado a vivir al margen
de las instituciones como un bandido?
Cometo una enésima bajeza. Entro en el orden.
Si pudiera inscribirme en el PCI, lo haría. Y actuaría en consecuencia,
con una lealtad que puedo alcanzar aun a costa de acallar la conciencia.
No es novedad que un hombre deba elegir
entre dos vidas de compromiso, y se rinda. Además,
yo siempre me opuse al PCI con entrega, esperando
una respuesta a mis objeciones. ¡Para proceder dialécticamente!
Esa respuesta nunca me llegó: una polémica fraternal
fue reemplazada por una polémica blasfema.
¿Pero no es un error tomármela contra una banal injusticia?
Las instituciones son injustas: ¿y entonces?
Sólo por las instituciones hay relación entre estos obreros y yo.
Y no hablo sólo del PCI, sino también de todo aquello que lo precede,
instituido en una historia milenaria que me liga a estos hombres.
Su voluntad es la de tener órdenes de un padre:
han tenido ya un gran coraje al liberarse del viejo padre
y de sustituirlo, alcanzando así su única libertad posible.
Está bien claro: esta pura y simple eventualidad
de inscribirme hoy, a casi mis cuarenta y siete años, en el PCI,
no se realiza sólo porque no soy capaz todavía de hacer voto
de castidad, sino porque el equívoco continúa,
y me sé incorregible en mantener mi manía por la verdad
(no sé si se trata de verdad o de amor por ella: pero que es una manía,
eso es cierto: tal vez autoflagelamiento, tal vez apego a mi suerte
de elegido, destinado a decidir entre vulgaridad e idealismo).
Por pura contradicción, consoladora, debo sin embargo poner bajo examen
aun la hipótesis totalmente contraria: esto es, esta pura y simple
eventualidad de inscribirme, no es explicable sólo por un cálculo hipócrita,*
sino, más bien, por un cálculo debido a mi extraño equilibrio, que me liga
en lo profundo, sin saberlo, con naturalidad a estos obreros.
Traiciono un pacto de lealtad -conmigo mismo, idealista-
porque me parece más justo adaptarme al pacto de lealtad
con los obreros, y con su Partido, que así como es lo quieren.
Leo esa voluntad de ellos (¡oh, sin duda, modestamente humana!)
en el aire ya oscuro, con el día que se apaga en la única ventana.
Los he siempre visto perdidos a cada uno en su celda, en su laboratorio,
en su periódico; cada uno en su suerte salarial, pobre y paciente
sostén de una familia, proveedor alegre del "pedazo de pan".
La misma paz con las cosas humanas, sea en moviolas o almas,
en películas o hechos, que en ellos observaba, absoluta,
en aquellas tardes de trabajo, aquellas sacras mañanas sin historia,
la observo ahora. Mi vista no puede no registrar la enormidad
de estas caras -hormigas o bisontes, dromedarios o mirlos
o todas estas cosas juntas- en líneas maceradas por la cotidaneidad:
por la miseria de una vida tan absorta en su suerte,
que no puede más que ser sin elección, entregada a una única experiencia.
Su saber no corresponde a la realidad, sino a esta realidad.
Es un saber mísero y entero, mezquino y fuerte.
Y no puede sino producir instituciones míseras y mezquinas
que deben buscar entereza y fuerza. Inscribirme en el PCI
significaría colaborar con esta búsqueda, a través de la renuncia
a un saber heroico y privilegiado que busca corresponder a la realidad
y defender sus despiadadas exigencias.
Cosa que podría hacer en otra parte, en otro sitio.
Eh, es natural que debería entonces adaptarme a esta disociación.
Cada cálculo la implica, cada pacto, cada degradación:
estaré dividido: callado y oficial en las acciones, crítico y solo
al escribir poesía. ¿No es esta separación
la que siempre se ha querido -tal vez justamente?
No por casualidad tengo sobre la espalda la mano sacra y untuosa de San Pablo
que me empuja a dar el paso.
¿La contemporaneidad temporal del transhumanar no es el organizar?
Los intelectuales gritones tendrán ciertamente motivos para indignarse
(los asiste la sombra de Zdanov que no saben ni siquiera quién fue)
ante mi método de sacar conclusiones del color del aire que oscurece
sobre estos rostros encendidos en el mundo de la acción
como sobre la otra cara del cielo.
Pero nuestro mundo es esquizoide, queridos amigos, querido funcionario
del PCI, a quien está dirigida esta carta informal.

* Ha habido en Italia, en lugar de una victoria gaullista, una victoria comunista.


 "Transumanar e organizzar", 1971, Tutte le poesie. Milán: Mondadori, 2003
Versión de Jorge Aulicino

/

Transumanar e organizzar



Poco prima di infilarmi nelle orecchie le Boules Quies
nell'ora in cui nessuna persona seria scriverebbe poesie.
Nell'ora in cui la coscienza è più sporca.
Sf.mbra impossibile che un uomo possa tare
esperienze così semplici così tardi.
Ero evidentemente acciecato da una politica non semplice.
Ero nella sala dell'Istituto Luce
(senza questa sicurezza esaltata di chi scrive poesie).
Strano che abbia visto così tardi coi miei occhi
delle cose che, da qualche tempo,
succedono probabilmente tutti i giorni.
La folla era stretta intorno a un tavolo senza microfoni.
Si parlava montando sopra una sedia.
Lo ripeto: era un'ora in cui non si ha la certezza della poesia.
Tutti erano incerti, perché solo la stanchezza dà esaltazioni.
Per un regista, quelle faccie erano una vitale scoperta mattutina.
A chi ci si rivolge per iscriversi al PCI?
Ebbene, è a costui che mi rivolgo, chiunque esso sia.
Sembra incredibile - gli dico - che le cose semplici
ci mettano tanto tempo a rivelarsi per quello che sono.
Gli operai vogliono il PCI così com'esso in sostanza è.
Ora, questa volontà mi è apparsa finalmente in tutta la sua chiarezza
E, poiché questa è semplicemente una lettera, anche se l'ora
è quella di rito in cui i poeti non seri scrivono poesie,
dirò che questa volontà è la volontà delle istituzioni.
Gli operai accanto a me, e le operaie, forse per la prima volta
nella loro vita pari agli uomini, in questo piccolo sciopero,
erano presenze carnali di quella volontà.
Ora, è successo questo. Alcuni giovani astanti
delegati a dare, uno dopo l'altro, le loro adesioni.
Parla anche un deputato democristiano di provincia.
Raccomanda le buone maniere. Quanto al resto, ha imparato
a dir tutto con altre parole: cioè a non dir niente.
Parla anche (è vero) di difficoltà: modo gentile per dire
che non tutto ciò che si chiede si potrà ottenere.
Modo gentile per dire anche che la buona volontà è già molto.
Inoltre, poiché si può provocare anche con provinciale gentilezza
egli dice che la presente assemblea non è politica.
Ed ecco alcuni giovani, con mustacchi di barbari,
e fronti dure e basse come quelle delle bestie da pascolo,
eccoli urlare alla provocazione coi modi della provocazione.
Sono, purtroppo, ciò che sembrano. Urlano:
«Non democrazia ma rivoluzione!». Li ha presi l'isteria.
Nessuno potrebbe mai trattenerli: il grido estremistico
li salva come una medicina che fa tacere la realtà.
Pallidi, con gli zigomi sporgenti, le piccole fronti dure,
i grandi baffi ritorti ad angolo retto, color tabacco.
A loro si uniscono altri intellettuali meno giovani.
Hanno in comune soltanto il pallore e la voce alterata.
Come se uno spirito fosse disceso dentro quello stanzone
e avesse riempito di sé poche persone, lasciando vuoti gli altri.
I giovani e i non più giovani estremisti erano trasfigurati
dal loro grido come da una salvezza quotidiana: e non davano
in nessun modo segno di voler ragionevolmente rinunciarvi.
Gli operai pazientano un po'. Poi perdono la pazienza.
Ed è stato un caso che non li abbiano cacciati a calci.
Il buon senso è prevalso, incrinato, prima, del resto, da altro buon senso.
Dunque, ho visto per la prima volta con i miei occhi.
 l'operaio avventarsi con le sue grosse mani sull'intellettuale vociante.
La scena era guardata anche dall'occhio di un deputato comunista.
Come un ragazzo furbo, egli era riuscito a controllarsi
mentre quei perduti urlavano: a controllarsi proprio come un operaio.
E quando, poi, qualche operaio, per pura e semplice impazienza,
si è messo a urlare anche lui, e ad alzare le mani;
egli ha contemplato ancora, con l'occhio appena più opaco
sul suo collo tozzo.
Anch'io tacevo e contemplavo. Ma per ragioni diverse:
quanto assomiglio a quegli imbecilli urlanti, io.
Almeno quanto il deputato piemontese assomiglia agli operai.
I miei urli estremistici sono più elaborati e meno imbecilli, è vero.
Tuttavia, no, non è un esame di coscienza che ora voglio fare,
e ancor meno un'ennesima confessione delle mie colpe.
Non voglio ammettere neanche che faccio delle semplificazioni a braccio -
e quindi della retorica - che sono lo spirito di ogni istituzione:
anche di quella voluta dalla volontà degli operai.
Intendo semplicemente questo: che da ora in avanti
_farò tacere i miei scrupoli di verità, facendo torto a me stesso.
Amo o non amo le istituzioni? La verità più vera non è questa?
E allora perché lottare per quell'altra verità,
che sono costretto ad amare, essendo costretto a vivere al margine
delle istituzioni come un bandito?
Compio un ennesimo atto di viltà. Rientro nell'ordine.
Se potessi iscrivermi al PCI, lo farei. E agirei di conseguenza,
con una lealtà, che può giungere anche a tacitare la coscienza.
Non è una novità che un uomo debba essere costretto a scegliere
tra due vite di compromesso, e si arrenda. Del resto
io mi sono sempre opposto al PCI con dedizione, aspettandomi
una risposta alle mie obiezioni. Così da procedere dialetticamente!
Questa risposta non è mai venuta: una polemica fraterna
è stata scambiata per una polemica blasfema.
Ma non è stato un errore prendermela per una banale ingiustizia?
Le istituzioni sono ingiuste: e dunque?
Ma è solo per le istituzioni che c'è rapporto tra me e questi operai.
E non parlo solo del PCI, ma anche di tutto ciò che è precedente ad esso,
istituito nella storia millenaria, che mi lega a questi uomini.
La loro volontà è quella di aver comandamenti da un padre:
hanno già avuto un grande coraggio a liberarsi dal vecchio padre
e di sostituirlo, raggiungendo così la sola loro libertà possibile.
Sia ben chiaro: questa pura e semplice eventualità
d'iscrivermi, oggi, a quasi quarantasette anni, al PCI,
non si realizza solo perché non sono ancora capace di far voto
di castità: ma anche perché l'equivoco continua,
e mi so incorreggibile nel perseguire la mia mania di verità
(non so se si tratta poi di verità, o di amore per essa: ma che sia una mania
questo è certo: forse autolesionismo, forse attaccamento alla mia sorte
di eletto, destinato a scegliere tra volgarità e idealismo).
Per pura contraddizione, consolatrice, devo però prendere in esame
anche l'ipotesi totalmente contraria: cioè: questa pura e semplice
eventualità d'iscrivermi, non è spiegabile solo con un ipocrita calcolo,*
ma, se mai, a un calcolo dovuto al mio strano equilibrio, che mi lega,
nel profondo, a mia insaputa, con naturalezza, a questi operai.
Tradisco un patto di lealtà - quella verso me stesso idealista -
perché mi sembra più giusto adattarmi al patto di lealtà
con gli operai, e col loro Partito, che è così come essi lo vogliono.
Leggo questa loro volontà (oh, non c'è dubbio, modestamente umana)
nell'aria già scura, col giorno che si spegne dietro l'unica finestra.
Li ho sempre visti perduti ognuno nella sua cella, nel suo laboratorio,
nel suo magazzino; ognuno nella sua sorte salariale, povero e paziente
sostenitore di una famiglia, procacciatore allegro del «pezzo di pane».
La stessa pace con le cose umane, siano moviole o siano anime,
siano pellicole o siano eventi, che in essi osservavo, assoluta,
in quei meriggi di lavoro, in quelle sacre mattine senza storia,
la osservo adesso. Il mio occhio non può non registrare le enormità
di queste faccie - bisonti o formiche, dromedari o merli,
o tutte queste cose insieme - in lineamenti macinati dalla quotidianità:
dalla miseria di una vita così ingolfata nella sua sorte,
che non può che essere senza scelte, votata a un'unica esperienza.
~ Il loro sapere non corrisponde alla realtà, ma a questa realtà.
Ed è un sapere misero e intero, meschino e forte.
Esso non può che produrre istituzioni, misere e meschine
che devono cercare interezza e forza. Iscrivermi al PCI
significherebbe collaborare a questa ricerca, attraverso la rinuncia
a un sapere, eroico e privilegiato, che cerca di corrispondere alla realtà
e di difenderne le spietate esigenze.
Cosa che potrei fare altrove, in altra sede.
Eh, è naturale che avrei dovuto poi adattarmi a questa dissociazione.
Ogni calcolo la implica; ogni patto, ogni d)gradazione:
sarò diviso: tacitato e ufficiale, nell'~gin/critico e solo
nello scrivere poesier Non è questa separazione
che si è semprevoluta - forse giustamente?
Non a caso ho sulla schiena la mano sacra e untuosa di San Paolo
che mi spinge a questo passo.
La contemporaneità temporale del trasumanar non è l' organizzw
.-Gli intellettuali urlanti avranno certo di che indignarsi
(assistiti dall'ombra di Zdanov che non sanno nemmeno chi fu)
dal mio trarre conclusioni dal colore dell'aria che si oscura
su questi volti accesi nel mondo dell'azione
come sull'altra faccia del cielo.
Ma il nostro mondo è schizoide, cari amici, caro funzionario
del PCI, a cui è rivolta questa lettera non formale. 

* Si è avuta, in Italia, invece di una vittoria gaullista, una vittoria comunista. 



(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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