«Káukasos»: El amor al pronunciar sus oráculos
A continuación se transcribe el hermoso y melancólico poema que conforma el libro del mismo nombre y el cual relata el encuentro y el alejamiento que se producen entre una armenia y un turco en la ciudad de Nueva York y la dificultad de nombrar una identidad para ese vínculo arduo, complejo, apasionado y, finalmente, un tanto desconfiado e imposible. Un fragmento de este título fue traducido al italiano en el X Festival de Poesía de Venecia 2016, en la instancia de «Palabras por la Paz».
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 14.4.2018
Káukasos
I’m turkish and you?
No le digo
que soy de un país pequeño,
devenido pequeño,
de vecinos afectados
a la interrogación, al control.
¿Cómo no ser vulnerable?
No le digo
cómo no ser vulnerable
en el límite con Irán,
con Georgia.
No le digo
que busco entre la basura
trapos en sangre de mujeres,
busco para saber
si una mujer vive con vos.
I’m turkish and you?
Los apresurados me empujan.
Hay que marchar.
No es posible detenerse.
La resistencia a ser testigo
del dolor
se angosta aquí.
A la derecha
y a la izquierda
de una interminable avenida
una multitud aplaude.
Es 12 de octubre
y todo es grande.
Esta magnitud es América,
le digo.
Te respiro como una perra
que husmea, busca
al macho del lobo, del oso;
esa dureza ósea
en agua perfumada
con pasta de sándalo.
La simiente que da vida
a una cabra,
fija su cabeza en la estaca
y mientras le murmura al oído,
devora traga corta.
En el país de la libertad
busco un esclavo,
una propiedad animada
como la comunidad de esclavos
en el Campo de Marte.
Un esclavo
que me abrigue por dentro,
me diga: no se olvide de respirar.
Un esclavo
cuya crueldad
aunque esté dispuesta a destruirme,
quiera, en verdad,
su propia destrucción.
Un esclavo un aguardiente una saliva
en esta isla donde el agua
marca los límites;
el East River por el este
y el Hudson por el oeste
bares en los sótanos
en las azoteas.
Lo más bello,
lo más grande,
lo más numeroso
se saca fotos en las escaleras
de incendios en zigzag
de las calles de atrás
del mapa estrecho
trazado por los colonos holandeses.
Le doy de comer
a mi esclavo
caviar beluga, osetra, sevruga,
frutos secos caramelizados
en banquetas desgastadas de cuero azul,
en paredes manchadas de nicotina.
Busco
sangre
en lugar de hueso,
un semejante torrente
que mantenga una erección
con los testículos golpeando
la cara,
me diga:
no se olvide de respirar.
Él, el esclavo altísimo,
mi majestad,
me enseña alfabetos visuales.
Entonces aprendo a ver abismos
en el Hudson
con sus aguas grises de acero
cuando vibran las sirenas
de los barcos
a un ritmo que se remonta
nada contra la corriente,
el compás de acciones bélicas.
Lo importante
es la liturgia,
el estado en que estaban
las sibilas
al pronunciar sus oráculos,
un himno
que te alce
en actividad pura
desencarnándote
en esta abstracción
de puro obrar;
mi dios esclavo
golpeándome contra la cara.
Te disolvés
rendido
a la necesidad
de este momento,
en esta compasión
de sabernos
una sola cosa.
En este movimiento
la ciudad y sus mercaditos
desplaza la imaginación
de los altares
a los tarros antiguos de porcelana,
a las estanterías
con molduras en el techo,
el boticario
de la Sexta avenida
cuyo cliente
busca remedios
con el fin de escribir
un libro de viajes
que coincida
con el paso del cometa Halley.
Mark Twain
entre frascos
gritando
taladrad, hermanos, taladrad.
La pregunta
en una Nueva York sin jazmines
vuelve
como leña al fuego,
como agua al mar
del mar
que no se llena,
como linchamiento
de encapuchados.
I’m turkish.
Y yo:
negra negra negra.
Pushkin era negro,
eso dice Marina.
En el Nieuw Haarlem
donde antes
solo había indios;
negros.
Yo una negra que está
aquí
ahora,
porque no estuve
en Anatolia
en ese momento.
Aquí como un barco
que te busca en la orilla
de los puertos
del mar
que no se llena,
para que me veas
mientras me hundo.
La soga
con la que se ahorcaron
las niñas
en las plantaciones.
Yo, una negra
consumida
a latigazos.
Todas las mañanas
del mundo
yo
un pueblo vencido
asisto
al nacimiento
de una nación.
Woodrow Wilson y su dislexia
escribiendo
la historia del pueblo americano.
La dislexia de Wilson
invadiendo México,
con su incapacidad
para leer
o escribir
otorga la autonomía
a los pueblos del imperio otomano.
Deformaciones.
Yo estoy aquí
porque no estuve
allí
en ese momento.
Una negra
que no duerme nunca
toda entera.
Escalones de vidrio laminado,
madera bávara
y mármol rosa,
ventanas triangulares
dispuestas como escamas
y la negra
a la deriva
en un extravío
que la derrumba.
La negra ve a Joseph Brodsky
en el Russian Samovar
tomando vodka casero.
Ve
el movimiento de lo que no vive.
En el extremo del decorado
alguien pide mero
con corteza de pistacho y anís.
Las imágenes tiemblan
como los negros tiemblan,
no saben cómo
salir de la película.
Algunos disparan
contra la pantalla
donde se presenta
el nacimiento de una nación.
Paso toda la noche
mirando siluetas,
los perfiles de las negras,
una anónima aventura africana,
la flagelación
de la revuelta negra en Surinam.
Y aprieto,
porque las negras saben
cómo aprieta
el mar.
(Fuente: Cine y literatura)
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