Lenin, Gorki y yo
I
Ese invierno, cuando Lenin, Gorki y yo
tomamos el ferry de Nápoles a Capri,
nadie echó más de un vistazo
a los tres hombres que tomaban helados de limón
y vestían trajes de lana rusa dura como madera.
Detrás de nosotros, un olvidado y verde mar
y las nieves rusas asaltando el palacio de invierno.
Descendimos, tres hombres un poco extraños,
insistiendo en llevar nuestras propias maletas
cargadas de libros: Marx, Hegel, Spinoza.
Tomamos el funicular
hacia los riscos de adelfas y mimosas;
por entre el humo de nuestros gruesos cigarros
observamos que muchos viajeros habían venido
a Capri acompañados de beldades. Lenin a Gorki:
"En Moscú habría matado en la calle por la chica
que me mostró la habitación".
Al cabo de una hora de nuestra llegada
estábamos sentados en la piazza bebiendo champán,
deseando a las chicas que pasaban:
una madre, una hermana, una hija.
Se percibía un perenne olor a lilas en el aire.
"El amor debería ser como beber un vaso de agua...
Puedes decir cuán buena bolchevique es
por lo limpia que lleva la ropa interior."
II
Fue entonces cuando rompí con el Partido Comunista.
Gorki dio la bienvenida a un viejo amor
procedente de Cracovia. Lenin compró unos pantalones blancos de lino
pero no quería poner en peligro la Revolución rusa
por lo que llamaba "un poco de mermelada".
Fui yo quien se convirtió en una figura ridícula
colgado en la piazza como una maceta de geranios,
incapaz de prescindir del tacto, el gusto y el olfato
de aquellas mujeres de las islas en el puerto de Nápoles.
En A History of Color: New and Selected Poems, Seven Stories Press, Nueva York, 2003
Versión de Jonio González
Foto: Harvard Review
LENIN, GORKY AND I
I
That winter when Lenin and Gorky and I
took the ferry from Naples to Capri,
nobody looked twice
at the three men having a lemon ice
in Russian wool suits hard as boards.
Behind us, a forgetful green sea,
and the Russian snows storming the winter palace.
We descended, three men a bit odd,
insisting on carrying our own suitcases
heavy with books: Marx, Hegel, Spinoza.
We took the funicular
up the cliffs of oleander and mimosa;
yet through the fumes of our cheap cigars
we observed how many travelers had come
to Capri with a beauty. Lenin to Gorky,
“In Moscow they’d kill on the streets for the girl
who showed me my room.”
Within an hour of our arrival
we were sitting in the piazza drinking fizz,
longing for the girls strolling by:
a mother, a sister, a daughter.
You could smell an ageless lilac in their hair.
“Love should be like drinking a glass of water. . . .
You can tell how good a Bolshevik she is
by how clean she keeps her underwear.”
II
It was then I split with the Communist Party.
Gorky welcomed the arrival of an old flame
from Cracow. Lenin bought white linen trousers
but would not risk the Russian Revolution
for what he called “a little Italian marmalade.”
It was I who became the ridiculous figure,
hung up in the piazza like a pot of geraniums,
not able to do without the touch, taste, and smells
of women from those islands in the harbor of Naples.
(Fuente: Otra Iglesia Es Imposible)
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