domingo, 1 de mayo de 2022

Antonio Orihuela (España, 1962)

 



5 poemas de Antonio Orihuela

El sabor del cielo es un poemario donde la gratitud se da la mano con el amor a quienes hicieron que el poeta mirara el mundo con ojos nuevos, ilusionados y menos egoístas; a quienes le descubrieron la importancia de los vínculos, la fraternidad, la generosidad, la magia que anida en todas aquellas personas con las que sigue compartiendo el espectáculo de vivir.

Laura di Verso
 

 


***

GRACIAS, MUJERES

 

Fuisteis
la llovizna virgen del azúcar de todas mis torpezas,
piezas de un puzle desparramado sobre la cama,

misterio no revelado
al que solo se me ocurría garabatear himnos
al tiempo que os volvíais densas, cerradas, oscuras,

efímeras mariposas somnolientas
en el primer y el último día del mundo,

rojo mordisco de sandía fresca
en el hambre amontonada de las noches,

jugosa pulpa del desorden de mi vida,
rostros puros de mi gastado deseo,

solitario sollozo
del ciclista que pedalea en el fondo de un pozo,

luna de cartón
en mi hogar de leña y estrellas árticas,

hermosa claridad perseguida a través del tiempo
en el laberinto de mi mente,

voz de Ella Fitzgerald cantando This love of mine
en el mundo que se mece,

princesas en la torre, fulgor del primer encuentro,
gran viaje y partido terminado,

canción de los días desperdiciados
y las noches sin dormir, santo fracaso,

preguntas y pensamientos fúnebres,
perseguido refugio de lo perdido,
encendido tacto del sueño incandescente,

error de mi ceguera, promesa devastada,
frontera de lo eterno, silencio fijo de la luz inventada.

En el mundo que construí fuisteis lo que no sucede,
lo fugitivo que no se toca,
el instante obstinado de lo que se va,
el amor que derrotará al tiempo de la forma más pura,

gracias, mujeres que guardaré en mi corazón
hasta el último latido.

***

 

 

M

aut quam sidera multa, cum tacet nox

CATULO

Las moscas no te comían el culo
porque tú eras una mosca,
los escorpiones no te picaban
porque tú eras un escorpión,
el viento no te molestaba
porque tú eras el viento,
y la arena, y la noche, y la duna
y el cuerpo a tu lado que no había antes.

Tú eras, a base de no ser,
todas las cosas.

Te dije que siempre había fantaseado
con que aquellos cristales que te ofrecía
fueran los mismos que tomaron Tristán e Isolda,

que nuestro mágico encantamiento había hecho,
de las negras ciénagas de la razón,
una blanca landa
en la que bañados por el sol,
éramos belleza y brillo en honda identidad,
cuerpo y sentimiento unidos,
no dos, círculo
hasta el borde lleno de amor.

Lovendrin,
vin herbé,
mdma,
cuántos nombres tiene mi embriaguez,
mi enajenación,
mi devoción por ti.

Creíste que el amor era una montaña,
un sacrificio, una ilusión, un problema,
pero ahora sabes que el amor
es el más sincero y profundo de los vínculos,
por eso todos huyen de él.

***

 

 

LOJA CHINES ZHANG

—aberto todos os dias de 9 a 23—

para Joaquín Campos

En la isla de Sal los muertos entraban al hotel nada más llegar
y salían cuando iban a coger el taxi que les llevaba hasta el avión.

Aunque habían llegado atraídos por los panfletos en cinemascope
de las aguas turquesas y su olor a libertad,
a los pocos días habían terminado añorando su jaula sin barrotes
y su trozo de lechuga en la cadena de montaje.

La meta del viaje era para ellos volver indemnes del viaje,
que haya zumo de naranja en el desayuno,
aunque tengan que traerlas
desde tres mil trescientos treinta y ocho kilómetros,
y que el cajero de la rua 1 de Junho funcione en medio de un océano
donde nadie con la piel poco clara quiere vivir.

Esta podría ser una isla para poetas,
si a alguien le diera por contemplar las geometrías de la luna llena
una noche clara sobre el rumor de la vaciante en Ponta de Fragata,
o reflexionar sobre la luz rosa que muere en la tarde
dentro del exoesqueleto de un erizo de mar,
o la infinita sabiduría que contiene el blanco maxilar
de una gaviota encontrada entre las dunas de Ponta Preta,
pero solo hay chinos que no saben ni dónde está el mercado municipal,
aunque sí en qué balda de qué pasillo de qué esquina
de qué oscuro rincón de su tienda están las latas de sardinas.

Nosotros habíamos navegado hasta Cabo Verde
buscando el perfume de la flor herida del Dondiego,

fue antes del tiempo de las lágrimas saladas,
cuando el amor era una certeza y tú eras dulce
como los helados de la tienda de Gira Mundo.

***

 

 

EL PAYASO DE LAS BOFETADAS
Y EL PESCADOR DE CAÑA

con León Felipe

Me gustaba estrenar cosas contigo,
una huida, un amanecer, una cama,
el brillo de todo lo que éramos capaces de inventar.

Alguien debió matar a alguien, o tal vez fue
que pisamos el acelerador de la belleza hasta el fondo en aquella curva fatal.

En fin, puestos a estrenar,
también estrenamos el tiempo de las bofetadas
sin ponernos nunca de acuerdo sobre quién iba a ser el que las daba
y quién el que las recibiría,

y así, a base de ostias, nos fuimos alejando,
buscando otro jardín, otra luz,
otra cama en la misma cama
que hiciera más leve los oscuros moratones de nuestro desamor
y todo lo demás que no se puede arreglar,
a menos que llenes la casa de extraños
y pagues al contado el paraíso quebrado
de tu desolación.

Esto es lo que pasa con el miedo cuando el amor nos sobra,
que nos ponemos en manos de cualquiera
y le ofrecemos la boca, el culo, un hueco en la almohada,
lo que sea con tal de esquivar la mala calidad de la realidad
que antes o después envejece, se rompe, te voltea
hasta descubrir al extraño que duerme a tu lado
y le susurras que es hora de ponerse el pantalón de cuero azul, las botas
y sacar la caña.

***

ALMOST BLUE

—Es curioso, no reconocía tu voz.
—Yo tampoco reconocía tu voz.
EUGÈNE IONESCO. «Rinoceronte»

con Chet Baker

Ahora que todas se parecen a ti
he olvidado cómo eras.

Las fotos que veo no te hacen justicia,
es como si las imágenes
se hubieran cansado
de verte en esas poses disparatadas,
con cara de haber descubierto la electricidad,
cuando solo ocurre que has tenido otro hijo
de esos que se niegan a emanciparse
y tendrás que cobijar y alimentar,

pareces una copia mala de Maya Deren
a la que le hubiera dado el alto la Guardia Civil,
corriendo por la playa en el declinar de la luz
en lo que también fue el declinar de tu amor.

Miro tus fotos y no sé qué veo,
tal vez una perra con pintalabios
instalada plácidamente en el sofá del salón
que acaricia plácidamente a su gato,
feliz porque ha limpiado el plato
y mira con ojos bovinos la televisión
mientras le susurra

mañana, mañana…

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Autor: Antonio Orihuela. Título: El sabor del cielo. Editorial: Huerga & Fierro.

 

(Fuente: Zenda libros)

 

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