jueves, 19 de mayo de 2022

Antonio Santos Barranca (Huelva, España, 1938)

 

LOS INMIGRANTES 

 





Los inmigrantes


¡Hablo en nombre de aquellos cuya vida es una encrucijada!
Los inmigrantes caminan por las calles con mortajas al hombro,
lápidas al hombro, cruces al hombro, lágrimas al hombro, corazones
en las manos, el cielo sobre un desierto en su mirada.
Con una familia y un país escondidos dentro de la cabeza
Los inmigrantes: Ángel Guinda (1948-2022)



A lo largo del tórrido verano la acequia supuraba,
entre las chabolas de uralita, marrón y verde sucio
el limo se pudría, invadido de ratas.
Por el día sulfuraba bajo un sol de justicia,
por la noche el hedor se convertía en mosquitos.
Gorgoteaban con música de manantial espeso
las salidas de los afluentes, de cada cueva un chorro,
de cada patio un goteo de miseria.
Las pelotas de trapo de los niños se empapaban
en la baba caliente y esponjosa,
las manos sucias se secaban marrones al calor,
una espuma brillante ocultaba las cosas,
cuerdas, latas, zapatos, cáscaras resecas,
y había también moscardones azules.
Huevos habría, gérmenes de la vida incansable,
libélulas de colores, gusanos que brillaban,
era una acequia viva provista de espoleta.
A reventar tocaba, a estallido de mierda
en el país de los desheredados,
esposas, abuelas, novias, hermanas y vecinas,
vagabundos cansados, ladrones con castigo,
embusteros, tramposos, pordioseros,
navajeros algunos y otros simples mendigos
del que dios se lo pague en la puerta de iglesia.
Llovió de pronto con rayos la tormenta de cada verano,
hubo gritos y huidas y la risa de lo impredecible,
los patios se inundaron, se limpiaron las puertas,
las cloacas se engulleron todo cuanto flotaba,
la acequia protestó con un rugir de ogro,
barro y gomas y periódicos viejos se esfumaron,
quedó limpia la calle y el olor a cloaca
surgió por agujeros escondidos, por pozales
no imaginados, por cada hoyo hecho por niños.
Las chabolas con goteras soltaron al descampado
ejército de siervos de repente felices,
los moscardones se limpiaron las alas,
las ratas asomaron curiosas el hocico incansable,
los refugiados salieron para saludarse,
esclavos de la Tierra, sirvientes de un destino,
hijos de pobres, nietos de pobres
nacidos ya con peso de una culpa en los hombros,
para intercambiarse medios cigarrillos.
A lo largo del tórrido verano la acequia supuraba
y había hombres.
 
 
(Fuente: Voces del extremo)
 
 

 

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