algunos textos inéditos
Fui la melodía de un sueño, sin partituras. Ni pentagramas posibles.
La
circunstancia es la medida de la inestabilidad del sujeto. Predica de
sí lo que no quiere ser. Aquello que la acción predicada oculta o
prohíbe.
~
Era.
(Nunca fui, salvo el relato de lo que era). Era. Ignorando que el
instante del ser es fugaz paso. Ahora soy, ignorando lo que era como
era. Mis sueños eran. Pero eran en ese instante en el que me reconocía
siendo soñador. Ahora soy.
Porque
era en instantes que fueron. Ahora eres, porque eras ajeno a lo que yo
era. Ahora eres, con el relato de lo que yo era. Que no es mi relato.
Y estoy. Sobrevolando el abismo. Desde el ahora que dejará de ser cuando, al destino de mi salto, será el siguiente estar.
Y
no estoy en el mundo. Porque el mundo es la ficción del estar. Era lo
que el en mundo hice. Para sin saber que estar era sólo registro de un
paso. Ahora estoy, sin que esos registros determinen mi estar en el
mundo.
Tiempos
gramaticalmente incoativos, que obligan al que es o era a serlo en el
momento de saberse siendo. Una cree estar mientras sea consciente del
tránsito.
Una
era, sin ser en ese tiempo del ser. Una estaba, sin ser en este tiempo,
que ahora es. Que dejará de ser, tan pronto como me leas.
~
La
vida es un jardín. De sueños de la memoria. En medio de un bosque de
relatos, ordenadamente salvaje. La vida es el jardín de los relatos del
sueño. Dentro de un bosque de sueños, que crece al ritmo del color de la
humedad. Pasión futura de pasado. Al ritmo. Del anuncio de otro sueño,
naciendo a la muerte. La vida es el sueño de esos bosques. Y el relato
de (la muerte de) ese sueño. El jardín de mi vida es un desesperado
sueño. El confuso relato de mi locura.
Mi
vida es un jardín de pasiones. Que eros administra. Al ritmo de la
duda. Conocer es desvelar el juego. Saber el nombre de lo oculto. Ganar
la partida al destino. Sin voluntad de sintaxis. Despejando posiciones.
Desde la contradicción. Saber el nombre es descubrir cosas que, a su
vez, el nombre oculta. Lo oculto es lo innombrable, la imagen de lo
sagrado. Los destellos de la memoria.
La
pasión por la pasión de lo mismo es un huésped incómodo. Está ahí. Como
la homosexualidad. El deseo de tener, para poseer su belleza, es el
deseo de la propia imagen. La pasión huidiza, que el cuerpo del otro me
recuerda.
La
memoria de cosas es registro de relatos confusos. Fragmentos, desgarros
de historias, que mi cuerpo escribe. Tienen la vida de quien hace
memoria. La memoria de las cosas es la lectura de la memoria de cosas.
De quienes me precedieron. Haciendo memoria. La mirada sobre las cosas
es, por tanto, antropológica. Historia. Y cultura. La estética de la
ambigüedad.
Pero
las cosas tienen también su propia memoria. Aquello que le hacen cosa y
no eco o imagen. Del sueño de una cosa. Aquello que hace de la cosa la
memoria que yo hago de las cosas es la acción del medio natural sobre
las mismas. Siendo, como soy, memoria no natural.
La
vida es descubrir pasajes. O trazar senderos. Domesticar el tránsito. O
la pérdida. Los pasos de la memoria. Desde la actualidad al instante.
Que también es sólo paso. Fugaz fragmento. Pretexto. Silencios del
lenguaje. Pasión. Belleza prometida. Entre la palabra pronunciada y el
nombre del deseo. Y la palabra jamás escrita (hacia el pasado). Leyes
del devenir actualidad soñada. Ideología.
~
Volver
al origen. A ese punto en el que lo sagrado hablaba una lengua que era
bella. Porque su belleza no era mundana. Porque sagrado era lo oculto de
las cosas. Y la naturaleza era cosa salvaje.
~
Nunca serían mis dedos.
Un
mundo velado. Trágicamente oculto. Sin posibilidad alguna de recrear
cuerpos. Todo es velos y combinaciones de velos. Juego de velos. Y hasta
la lengua es velo. El diseño rural o urbano es velo.
Mirar
es correr un velo sobre las cosas. Tu cuerpo es cosa. Sagrada, pero
cosa. Mirar y ser mirado. Como hablar y escuchar. Como representar y ser
representado. Amar es amar el uso de los velos. Como ser (o saberse)
amada. Incluso, des-velar es otra forma de cubrir con velos.
Abría
a menudo aquella puerta. Hasta que ya no había puerta. Y besaba los
mismos labios. a cada instante. Hasta que ya no había labios. Era mi
secreto, garantía para saberme. Presente. Tu presente.
La
actualidad de las cosas se apaga. Pierde la luz del instante. Para
dejarme solo frente a mi propio espejo. Y yo me miraba a ese espejo. Me
devolvía la imagen que yo esperaba ver. La palabra que yo esperaba
escuchar. El sueño de una cosa.
Pero ese espejo
dejó de ser mi espejo. Mi cómplice. Porque llegó el otoño. Y soñaba un
tren de sueños que no se detenía en estación alguna. Hasta que un día el
tren se hizo sueño, que yo jamás podría soñar. Después.
No eran mis labios, ni mi puerta, ni mis dedos. Nunca atrapé a Proserpina. Porque nunca pude huir, de mi mundo velado
(Fuente: La comparecencia infinita)
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