lunes, 20 de noviembre de 2023

Román Reyes (Gran Canaria, 1953-Roma, 2022)

 

algunos textos inéditos













 
 
Fui la melodía de un sueño, sin partituras. Ni pentagramas posibles.

La circunstancia es la medida de la inestabilidad del sujeto. Predica de sí lo que no quiere ser. Aquello que la acción predicada oculta o prohíbe.

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Era. (Nunca fui, salvo el relato de lo que era). Era. Ignorando que el instante del ser es fugaz paso. Ahora soy, ignorando lo que era como era. Mis sueños eran. Pero eran en ese instante en el que me reconocía siendo soñador. Ahora soy. 

Porque era en instantes que fueron. Ahora eres, porque eras ajeno a lo que yo era. Ahora eres, con el relato de lo que yo era. Que no es mi relato.

Y estoy. Sobrevolando el abismo. Desde el ahora que dejará de ser cuando, al destino de mi salto, será el siguiente estar.

Y no estoy en el mundo. Porque el mundo es la ficción del estar. Era lo que el en mundo hice. Para sin saber que estar era sólo registro de un paso. Ahora estoy, sin que esos registros determinen mi estar en el mundo.

Tiempos gramaticalmente incoativos, que obligan al que es o era a serlo en el momento de saberse siendo. Una cree estar mientras sea consciente del tránsito.

Una era, sin ser en ese tiempo del ser. Una estaba, sin ser en este tiempo, que ahora es. Que dejará de ser, tan pronto como me leas. 

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La vida es un jardín. De sueños de la memoria. En medio de un bosque de relatos, ordenadamente salvaje. La vida es el jardín de los relatos del sueño. Dentro de un bosque de sueños, que crece al ritmo del color de la humedad. Pasión futura de pasado. Al ritmo. Del anuncio de otro sueño, naciendo a la muerte. La vida es el sueño de esos bosques. Y el relato de (la muerte de) ese sueño. El jardín de mi vida es un desesperado sueño. El confuso relato de mi locura.

Mi vida es un jardín de pasiones. Que eros administra. Al ritmo de la duda. Conocer es desvelar el juego. Saber el nombre de lo oculto. Ganar la partida al destino. Sin voluntad de sintaxis. Despejando posiciones. Desde la contradicción. Saber el nombre es descubrir cosas que, a su vez, el nombre oculta. Lo oculto es lo innombrable, la imagen de lo sagrado. Los destellos de la memoria.

La pasión por la pasión de lo mismo es un huésped incómodo. Está ahí. Como la homosexualidad. El deseo de tener, para poseer su belleza, es el deseo de la propia imagen. La pasión huidiza, que el cuerpo del otro me recuerda.

La memoria de cosas es registro de relatos confusos. Fragmentos, desgarros de historias, que mi cuerpo escribe. Tienen la vida de quien hace memoria. La memoria de las cosas es la lectura de la memoria de cosas. De quienes me precedieron. Haciendo memoria. La mirada sobre las cosas es, por tanto, antropológica. Historia. Y cultura. La estética de la ambigüedad.

Pero las cosas tienen también su propia memoria. Aquello que le hacen cosa y no eco o imagen. Del sueño de una cosa. Aquello que hace de la cosa la memoria que yo hago de las cosas es la acción del medio natural sobre las mismas. Siendo, como soy, memoria no natural.

La vida es descubrir pasajes. O trazar senderos. Domesticar el tránsito. O la pérdida. Los pasos de la memoria. Desde la actualidad al instante. Que también es sólo paso. Fugaz fragmento. Pretexto. Silencios del lenguaje. Pasión. Belleza prometida. Entre la palabra pronunciada y el nombre del deseo. Y la palabra jamás escrita (hacia el pasado). Leyes del devenir actualidad soñada. Ideología.

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Volver al origen. A ese punto en el que lo sagrado hablaba una lengua que era bella. Porque su belleza no era mundana. Porque sagrado era lo oculto de las cosas. Y la naturaleza era cosa salvaje.

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Nunca serían mis dedos. 

Un mundo velado. Trágicamente oculto. Sin posibilidad alguna de recrear cuerpos. Todo es velos y combinaciones de velos. Juego de velos. Y hasta la lengua es velo. El diseño rural o urbano es velo.

Mirar es correr un velo sobre las cosas. Tu cuerpo es cosa. Sagrada, pero cosa. Mirar y ser mirado. Como hablar y escuchar. Como representar y ser representado. Amar es amar el uso de los velos. Como ser (o saberse) amada. Incluso, des-velar es otra forma de cubrir con velos.

Abría a menudo aquella puerta. Hasta que ya no había puerta. Y besaba los mismos labios. a cada instante. Hasta que ya no había labios. Era mi secreto, garantía para saberme. Presente. Tu presente. 

La actualidad de las cosas se apaga. Pierde la luz del instante. Para dejarme solo frente a mi propio espejo. Y yo me miraba a ese espejo. Me devolvía la imagen que yo esperaba ver. La palabra que yo esperaba escuchar. El sueño de una cosa.

Pero ese espejo dejó de ser mi espejo. Mi cómplice. Porque llegó el otoño. Y soñaba un tren de sueños que no se detenía en estación alguna. Hasta que un día el tren se hizo sueño, que yo jamás podría soñar. Después.

No eran mis labios, ni mi puerta, ni mis dedos. Nunca atrapé a Proserpina. Porque nunca pude huir, de mi mundo velado

***
 
(Fuente: La comparecencia infinita)

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