A mi hermano
Hay hermanos que no aprenden
con la edad a caminar parejos,
a nivelar sus años en la calle.
Uno se apura y se adelanta,
y el otro, pisando
el surco abierto por su hermano,
se ensimisma,
tomando el surco como propio,
aligerando la tarea del que abre paso,
de modo que el favor es mutuo:
el de adelante se hace cargo del trayecto
y deja al otro libre de soñar
y especular,
quizá de ver más lejos,
y el soñador, al emular
los pasos del hermano que se apura,
los absorbe
para que el otro sienta cada paso propio envuelto
en otros pasos que lo siguen,
que lo disculpan
y lo exoneran de pisar,
que borran cada paso suyo
para que vuele y no camine.
MUDANZA
A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejó en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.
(Fuente: Aire nuestro)
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