Días antes de morir, en pleno Mundial ‘78, César Mermet le pidió a su mujer que le dejara todos sus papeles a Félix della Paolera. En varias cajas, della Paolera, amigo de Mermet y casi su único lector, recibió la obra extraordinaria de un poeta que escribió durante toda la vida y que nunca quiso publicar.
NADADOR FUGAZ, PÁJARO NEGRO
El agua huye del cuerpo que la surca,
se abre en canal melódico, concede
caricia al nadador, de cuerpo entero,
y en armónico olvido, repentina
cierra su huella en tersa, virgen luz,
cancela el suceder, concéntrico temblor disipa,
expulsa la memoria del intruso, cicatriza
impasible y celeste,
en plácida, verde, dulce calma,
otra vez víspera entera y ya por fin sin nadie.
Grande es el peso de otra vida
posada en la flexible rama blanca del cerezo.
Cimbra dócil la florida firmeza,
se curva, oscila, acepta, pero vuelve
a su invicto nivel en bailarín temblor,
y a la respiración libre y azul,
por donde negro pájaro se aleja
llevándose su sombra, su tenue demasía
de huésped excesivo.
1976
MANERAS DE AUSENCIA
De lo que me faltas crezco,
tu falta me alarga hasta mañana,
del aire de tu ausencia respiro,
del tiempo que me faltas
rejuvenezco,
del hambre tranquila de tenerte
me alimento,
tu no estar me acompaña
en la noche y el día
como el anillo de largos años
cuyo extravío ciñe el dedo
de desnudez y desconcierto.
De lo que me faltas crezco,
como las ramas hacia la luz,
imposible y nutricia.
Tu falta me alarga hasta mañana,
mañana es tu mejor nombre,
la luz futura te arregla los cabellos
y es para encontrarte al día siguiente
que consigo anochecer cada día.
Yo enriquezco de tu falta,
qué incontable esperanza
acumulas faltando,
a cada instante
es más preciosa tu ausencia
y yo el único que tiene en la mano
el monto entero de tu falta.
Porque ensayé el derroche
por festejarte presente y ausente,
desperté mis subsuelos,
encendí minas,
multipliqué cristales,
puse al oro en celo,
ayunté las gemas,
me supe inagotable.
Tender a ti, abarcar tu escándalo,
bloquearte las jugadas,
las travesuras y las coreografías,
me hizo espacial, curvo y abierto.
Me faltas como el gramo de menos
que pone en marcha el mecanismo,
como la repentina falta
del leve pájaro
pone en marcha el duraznero y cimbra
y toda la luz de la mañana parpadea.
Me faltas ahora benignamente
como la lluvia al campo
cuando las primeras gotas comienzan.
Me faltas como el regalo prometido
en el gozoso noviciado de la espera.
Me faltas como en la víspera de la fiesta
falta la música a todo el pueblo
y todos viven de la música que les falta,
y los cuchillos y herraduras del herrero
ese día se templan con la música de mañana
y tañen, cantan, cortan y galopan felizmente.
Me faltas como la posesión más querida,
como un campo en otra provincia
en la época en que la mies madura,
me faltas como una plantación de limones
al otro lado del río,
que amarilla y aroma por detrás del sueño.
Pequeña, clavo de olor, especia del alma,
me faltas necesaria simple y segura
como le falta el azafrán al guiso pálido.
Por favor, tú, mi falta,
acentúame el tiempo, oriéntame el espacio,
hazme dinámico y esdrújulo,
lánzame faltándome
por sobre el largo día,
ayúdame a vivir desazonándome,
accióname como un dulce desnivel,
como el declive que echa a rodar
el siglo inerte de la piedra,
como la diferencia de sensación
entre el tobillo izquierdo y el derecho,
de donde nace la marcha,
y como el otoño adonde fluye
toda la savia del año
hasta agolparse en los racimos.
Me gusta que me faltes,
es extraño,
estoy cómodo con mi carencia,
siento que la vida me debe,
que la luz siempre paga,
y benévolamente contemplo la calle
con sensatez y tolerancia,
como un acreedor agrario de buen pasar
y corazón sin agriura
dejo que transite en paz el día,
que el tiempo trabaje por mi cuenta,
que las horas se afanen,
que los pájaros vuelen en mis dominios,
que las palomas ilustren mi calma,
sin reclamar los dominios de mi calma.
Por favor, no dejes de faltarme,
fáltame así de suave,
fáltame suavemente,
yo saboreo tu falta como una mata dulce
nacida al borde del agua,
con sabor a transcurso y a promesa
de un gusto a mata dulce,
cumpliéndose sabrosa, interminablemente.
1963
LA SANDÍA
Flota en el río
a la hora ancha en que el agua
se abandona a su fuerza elástica, plácida,
y sus músculos líquidos ondean a compás perezoso,
ablandando la luz, balanceando la apaciguada luz,
atleta ardiente abandonado de espaldas
en la extensión verde y parda del rumor del río.
Flota, huevo de tigre de agua dulce, verde viril moteado.
Salta a unas manos muy amantes, cae a blanca acogida,
en peso profundísimo, liviano y denso y pleno,
cae a las manos atardecidas.
Ahora el cuchillo hinca y rasga su sonido
que su cuerpo virgen absorbe con serena aceptación;
una breve pirámide es primicia, sale, ilumina el aire tardío.
La hoja de acero sangra un transparente rojo pálido
y con pureza, decisión y designio y equidad,
corta el cerrado universo en dos mitades.
Es el verano,
el verano se hace visible,
en el póstumo instante del sol la sandía se revela, abierta
en dos, cargadas barcas de delicia liviana.
Aquí está el corazón del calor
contrarrestando el peso acumulado del sol en las barrancas,
el malhumor, la agresión sumada, el rencoroso
calor de la seca greda craquelada,
el vaho de las orillas, el espíritu del fuego avieso y ciego,
y el oprobio, el bochorno,
la espesura vaporosa y confusa traspasando la tierra,
cancelado, abolido por la escarcha graciosa de la sandía.
Se ve que es fiesta,
sacralidad alegre,
exaltación del rojo construido en rumor frágil,
cuando se entrega como dicha y gratitud
y prodigio fluido y traslúcido
que no exige reflexión al paladar, festiva fruta casi frívola.
Moteada, sembrada de encargos deslizados, no cargosos,
la sandía es dispendiosa de semillas,
juega, derrama, munificencia pueril y silabeo excedido y salivada siembra,
soplada por las comisuras del que oficia y muerde pero no mastica,
porque ese fruto gigante es sortilegio,
se deshace en entrega conjugada, jugosa, generosa, desapareciendo
en agua roja y en frescura rápida, dulce, como el destello del verano
absolviendo a la lengua.
El corazón es fervoroso,
el corazón de la sandía es más prieto y constituido en otro rojo adulto
entre tanta niñez iluminada y cristalitos que licúan y desaparecen,
el corazón es la hostia púrpura y pagana y cruje más oscuramente
y la boca diferencia el mensaje consagrado.
A la orilla del río, toda la boca sangra pálida,
sumergida en las barcas de la sandía como en la intimidad de una mujer ligera.
Y ahora las dos naves griegas, despojadas,
navegan épicas, danzando majestuosamente;
y alucinados ojos, alumbrados desde la dicha infantil de la boca,
miran la noche comer mansa en la mano de los boteros,
despojándose de su estofa caliente, asomando sus estrellas refrescantes.
La sandía es sencillez,
sortilegio sencillo y natural
para vivir de una manera espaciosa y serena y confiada,
para hombres que fueron suficientemente niños y arcaicos,
como para gozarla.
La sandía es un encargo, una señal jugosa, un recuerdo del paraíso
para que volviendo de nadar,
o de remar en canoas con húmedo olor a mujer,
el hombre asuma su premio y su dicha.
Los que están percutiéndola ahora mismo, escuchándola junto al oído,
no están por alimentarse ni solamente por beber.
Los que percuten con sonrisa reflexiva adivinando con los ojos en el río,
los que levantan las flotantes ballenas fluviales
y bañándose el hombro percuten en su noche prometida,
remontan diapasón, se entonan, se serenan como comulgantes;
la puñalada abrirá pronto el dulce y frío incendio nupcial
de su plétora aérea y de su muda epifanía,
en consonancia deliciosa con las estrellas que caen al río.
1970
CICLISTA
A contramano y joven,
el ciclista baja a fondo
la calle que va a la madrugada.
Manos sumidas en infantiles migas,
garganta solapada a la afilada sombra,
sólo su alma, alto en el sueño
pedalea inmóvil, de medio cuerpo olvido,
cadenciosas las piernas,
esbelto de silueta y fácil de designio.
La máquina de gracia marcha sola,
manubrio libre helado de rocío,
tenue animal diáfano y leal
que su jinete sueña
y alimenta apenas
de un delgado equilibrio
imantado a la víspera del este,
ciego y certero bicornio amaneciente,
gamo fino del alma.
Quién tuviera así las ruedas fieles
para encontrar, soñándolo en el filo, el sino.
1973
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(Fuente: Cecilia Pontorno)
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