miércoles, 6 de septiembre de 2023

Cecilia Pontorno (La Plata, Argentina)

 

METIMOS UN LAGARTO EN NUESTRA CAMA
 

Nombramos tantas cosas.
La intimidad no tiene que ver
con estar solos y desnudos en la cama.
La mirada del deseo no se parece en nada
a la gracia de dios, simplemente
porque está muerta.
Algunos hombres patinan sobre el cemento fresco.
Nosotros metimos un lagarto en nuestra cama,
cruzamos los dedos pero somos mancos, querido, y
tenemos que trabajar 14 horas por día.
 
Las noticias de la tarde caen como en una atmósfera marciana.
Una ginebra sostiene, sin embargo, los veinte minutos que tardo
en decidir mi foto: si la piedad del verdugo sobre la mesa
o la soga al cuello.
 
Tenía mejores planes.
 
Es terrible saber que la noche es un caballo ciego y desbocado
en un pantano.
Con el grito hambriento y las piernas desnudas, los labios
abiertos como tulipanes rojos,
haciendo lo de siempre, planchando la mortaja de la desgracia
mientras otros, una y mil veces, dudan del amor,
ese vestíbulo negro
al que no le importa el viento o la muerte.
 
Una sábana cuelga del borde de la cama. Debajo
pueden verse
los pies quietos, la rabia.
 
Hay algo escrito sobre el espejo empañado del baño.
Algo que no exige tantos sacrificios.

 

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