Once invocaciones al Señor
Versiones y nota introductoria de Julio Trujillo
John Berryman nació en McAlester, Oklahoma, en 1914 y se suicidó el 7 de
enero de 1972, saltando de un puente en Minneapolis al río Mississippi.
De su obra se citan siempre los poemas de la serie The Dream Songs (1969),
que le granjearon reconocimiento y lo pusieron en el mapa como figura
central de la “escuela confesional”. Sobre esta etiqueta, Berryman dijo
en una entrevista para The Paris Review: “La palabra no
significa nada. Entiendo el confesionario como un lugar al que vas a
hablar con un padre. Personalmente, no he ido a confesión desde los doce
años”.
Fue un poeta brillante y torturado, sin duda herido por el suicidio
de su padre, quien se pegó un tiro prácticamente frente a él cuando
Berryman tenía doce años (Berryman adoptó su apellido de la segunda
pareja de su madre, John Angus McAlpin Berryman). De su primer libro, The Disppossessed (1948),
Randal Jarrell dijo que era demasiado derivado de Yeats, a lo que
Berryman respondió que él no quería ser como Yeats, sino ser Yeats. En The Dream Songs,
Berryman se desdobló en Henry, alter ego y portavoz que expresó con
gran originalidad ese híper lúcido ataque de nervios que fue su vida. La
influencia de esos poemas llega hasta nuestros días: cada uno de los
capítulos finales de las cuatro temporadas de Succession se
titula citando la “Dream Song 29”: “Nobody is Ever Missing”, “This is
not for Tears”, “All the Bells Say” y “With Open Eyes”. Fue maestro
universitario toda su vida, dando cátedra incluso cuando peroraba,
totalmente alcoholizado, en los pubs de Dublín ante unos
cautivos parroquianos. Libró una intensa batalla contra el alcoholismo,
en la que dejó la vida, pero también una novela inconclusa para ayudar a
sus hermanos de dolor: Recovery (1973). Berryman solía decir que tenía “la autoridad del sufrimiento”. Su penúltimo libro, Love and Fame
(1970), fue mal recibido por la crítica, aunque en él hay poemas
memorables, como el que aquí presentamos: “Once invocaciones al Señor”,
del que su amigo Robert Lowell dijo que era “uno de los grandes poemas
de la era”.
I
Amo de la belleza, artesano del copo de nieve,
inimitable planificador, dador de una Tierra
tan hermosa y diferente de la aburrida Luna,
gracias por tal y como es mi don.
He compuesto una oración matutina para ti
que contiene con precisión todo lo que importa.
“Conforme tu voluntad”, así comienza.
Me llevó dos días en total. No aspira a la elocuencia.
Has venido a rescatarme una y otra vez
en mis tortuosos y a veces desesperanzados años.
Has permitido que mis amigos talentosos se autodestruyeran
y yo sigo aquí, severamente dañado, pero funcionando.
No conocible, como yo soy desconocido para mis conejillos
de Indias: ¿cómo puedo “amarte” a ti?
Yo sólo llego absolutamente y con confianza
hasta el asombro y hasta la gratitud.
Sobre si renacemos, no tengo la menor idea.
No lo parece desde los puntos de vista
científico y filosófico, pero ciertamente
todas las cosas son posibles para ti
y creo tan firmemente en tu Resurrección
y apariciones ante Pedro y Pablo como creo estar sentado
en esta silla azul. Pero esa pudo ser una ocasión especial
para establecer su fe preparatoria.
Cualquiera que sea tu propósito, acepta mi fascinación.
Que yo esté siempre atento hasta la muerte
a tu más mínima enseñanza o instrucción. Incluso
sé que me asistirás de nuevo, Amo de la intuición y la belleza.
II
Santo, supongo que así me atrevo a llamarte
sin pretender conocer nada sobre ti
salvo tu capacidad infinita en todos lados y siempre
y en particular una cierta bondad conmigo.
Tuyo es el estrujante, terrorífico para mi cuñada, trueno,
tuyos son los botones de las prímulas en primavera,
la misericordia de Cristo,
la gris sabiduría de un Freud sin dios:
tuyas las almas perdidas en pabellones mal atendidos,
quienes agonizan a través del mundo
en este instante del tiempo, todos los hombres funestos,
Belsen, Omaha Beach—
incomprensibles para nosotros tus maneras.
Puede ser que el Demonio después de todo exista.
“No intento reconciliar nada”, dijo el poeta a los ochenta años,
“este es un mundo condenadamente extraño”.
El hombre arruina al hombre y a la buena tierra.
¿Qué tanto, mi Señor, por fin permitirás?
Pospón hasta la muerte de mis hijos tu destrucción,
si esa es tu inevitable, inefable voluntad.
Digo “Venga tu reino”, no significa nada para mí.
¿Has preparado asombros para el hombre?
¿Una súbita Venida? Muchos así lo creen.
Y yo, sin saber nada, no.
III
Único centinela de las estrellas fugaces, protégeme
contra el destello de mi rápida lujuria, enséñame
a verlas como hermanas y como hijas. Sostén
mis grandes empeños de escritor y esposo.
No me abandones en mis horas locas;
concédeme dormir y que la gracia suavice mis sueños;
dame paciencia hasta que la cosa esté terminada
y haya una mirada cuidadosa de mi logro.
De tiempo en tiempo regálame tu hombro.
Cuando todos mis nervios adoloridos griten,
guarda el whisky. Vacía mi corazón hacia Ti.
Déjame andar sin miedo la común senda de la muerte.
A veces me enojo con mi hija pequeña,
lleno sus ojos de lágrimas. Perdóname, Señor.
Une mi alma diversa, centinela solitario
de las vastas e individuales estrellas.
IV
¿Si pronuncio Tu nombre estás ahí? Puede que así sea.
Tú no eres distraído, como yo.
Yo lo soy tanto, que tuve que dejar de manejar.
Tú atiendes, me parece, los asuntos humanos.
A través de las épocas se juntan ciertas bendiciones,
se acumulan horrores, los mejores hombres fallan:
Sócrates, Lincoln, Cristo misterioso.
¿Quién puede ir en búsqueda de Ti?
Excepto Isaías y Pascal, que vieron.
No me atrevo a indagar esa visión, aunque un fragmento
por fin en plena crisis me fue revelado.
Entonces cambié para siempre, para hacerme tuyo.
¡Cuidador!, cuídanos, pues estamos en apuros.
Diario, de noche, vamos desnudos hacia la tormenta
con la amenaza de perder todo contra el miedo y arruinarnos.
Regálanos adrenalina y capas largas.
Tú que te apareces en las avenidas de Angkor Wat
recogiendo todas esas oraciones, toda esa gloria dispersa,
aparécete ante mí en la esquina de la Quinta y Hennepin.
¡Escudo y fuente fresca! ¡Manifestador! Mío incluso.
V
Santo, y santo. Se dice que los condenados dicen
“Nunca pensamos terminar en este sitio”.
Tengo bastante claro, Amigo mío, que no hay tal sitio
decretado para el hombre inapropiado y malo.
Seguramente se aburren y se olvidan. También nosotros,
los más o menos justos, me parece que dormimos
sin sueños para siempre mientras giran mundos.
El descanso puede ser tu mayor don.
¡Descanso o transfiguración! Ven y ven
cuando sea Tu voluntad. Mi hija y mi hijo
se las arreglan sin mí, cuando mi obra se hace
en Tu opinión.
Fortalece a mi viuda, deja que sueñe conmigo
en horas sosegadas que vayan a menos.
Su corazón se sobresalte en otro lado, así lo espero.
La dejo en manos Sabias.
VI
Bajo una nueva gerencia, Su Majestad: la Tuya.
Yo estuve solo con la mía desde la infancia,
cuando el suicidio de mi padre a mis doce años
vino a apagar la vela más brillante de mi fe, y mírame.
Serví en la misa de las cinco seis madrugadas por semana,
adorándote a ti y al padre Bonifacio,
memorizando ese latín con que explicaba.
Trabajábamos solos o había una o dos mujeres.
Luego mi pobre padre frenético. Confusiones y aflicciones
siguieron a mis días. Las esposas me dejaron.
En bancarrota, cerré mis puertas. Tú perforaste el techo
dos veces y otra vez. Finalmente abriste mis ojos.
Mi naturaleza bipolar se fusionó en ese punto
del tiempo antier hace tres semanas.
Ahora, hojeando una historia antigua de la Iglesia,
me identifico con todos, hasta con los heresiarcas.
VII
Después de un estoico, un peripatético y un pitagórico,
Justino Mártir estudió las palabras del Salvador,
hallándolas breves, precisas, terribles y llenas de frescura.
Esto me pica la curiosidad.
Que un día Sherry la desamparada, guapa, alta, delgada,
hoy a sus 29, su vida el Desierto del Sahara,
quien jamás ha disfrutado una relación significativa,
así pueda encontrar Sus relampagueantes palabras.
VIII
Una plegaria para el ser
¿Quién soy yo insignificante que Tú te esfuerzas tanto
por apropiarte de mi dolor?
No entiendo, pero creo.
Los narcisos responden a la brisa con ingenio.
Iníciame en mis secretos. Endurece este corazón
para soportar sus horrorosos gritos, oh, amortigua
el primer choque y el segundo, haz que en pleno aire
se pasmen los demonios que me atacarían.
Que antes de despertar, una dulce mañana tras otra,
se desvanezcan mis sueños y los correos de mis admiradores,
y hazme pequeños favores que no se me han ocurrido,
Padre benéfico e ingenioso.
Alivia en su muerte a mis amigos queridos,
y a todos los que he querido en mi viajera vida,
de hecho, a quien quiera donde sea. Levanta
sobriamente hacia la verdad mi temerosa autoevaluación.
IX
Sorpréndeme en un día cualquiera
con una bendición gratuita. Hasta yo he hecho bien
sobrepasando expectativas. ¿Cuánto representamos,
pues, frente a Tu munificencia?
Interminable: un viejo teólogo afirma
que incluso decir que Tú existes es engañoso.
Ajá. Le creo al personaje del siglo segundo,
estrecho su marchitada y glorificante mano.
Tú ciertamente no existes como yo,
encarnando a un tiempo al meteorito
y a la cascada brillando bajo el sol
o a ciegos peces pálidos en cuevas.
Tenme en cuenta a mí, Quien nada olvida
y Quien continúa. Yo no sé nada de antemano
y olvido muchas cosas. Tú mantienes
obsolescencias imperiales, una viuda al margen.
X
Temeroso me asomo al sendero en la montaña
donde una vez pasó Tu sombra, Pintor de las nubes
y sus fantásticas suposiciones. Tengo miedo,
nunca lo he confesado hasta ahora.
Me volví a enamorar de ti, Padre, por dos razones:
fuiste bueno conmigo y un delicioso escritor,
racional y apasionado. Ven a mí de nuevo
como dos veces viniste a Azarías y Misael.
Presidente de la hermandad, nuestras suaves asambleas
inspiran al párroco y lo instigan a no ser aburrido;
mantennos semanalmente en orden; ama a mis hijos,
a mi madre lejana y enferma, a mi hermano lejano, a mi esposa.
Aceita mi turbulencia, como ante Tu dictado
yo transpiro mis trabajos obstinados.
El padre Hopkins dijo que el único crítico literario es Cristo.
Déjame recostarme, exhausto, satisfecho con eso.
XI
Germánico se arrojó sobre el león salvaje en Esmirna,
deseando terminar rápidamente una vida sin ley.
La multitud cimbró el estadio.
El procónsul se asombró.
“Seis años y ochenta he sido su sirviente
y no me ha hecho daño.
¿Cómo puedo blasfemar contra el Rey que me salvó?”
Policarpo, pupilo de Juan, frente a las llamas.
Hazme también a mí honorable al final del tiempo
a mi medida, que entonces Tú sabrás premiar.
Cáncer, senilidad, manía,
rezo por estar listo con mi testimonio.
John Berryman / Oklahoma, Estados Unidos, 1914 – Minnesota, Estados Unidos, 1972. Poeta y académico, se trata de una figura clave de la poesía estadounidense del siglo XX. Ganó el Premio Pulitzer en poesía, en 1965, por 77 cantos del sueño. En 1968 fue galardonado con el National Book Award y el Premio Bollingen de Poesía por su libro His Toy, His Dream, His Rest [Su juguete, su sueño, su descanso]. Se suicidió a los 57 años de edad.
Julio Trujillo
/ Ciudad de México, 1969. Poeta. Cursó la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. Se ha dedicado a la edición de suplementos y revistas culturales, como la Revista de la Universidad de México, la Revista Mexicana de Cultura, El Huevo y Letras Libres. Es autor de los libros Una sangre (Trilce, 1998), Proa (Marsias, 2000), El perro de Koudelka (Trilce, 2003), Sobrenoche (Taller Ditoria, 2005), Bipolar (Pre-Textos, 2008), Pitecántropo (Almadía, 2009), Ex profeso (Taller Ditoria, 2010), La burbuja (Almadía, 2013), El acelerador de partículas (Almadía, 2017) y Jueves (Trilce, 2020).
(Fuente: Periódico de poesía.unam.mx)
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