Curatoría2017
ORACIÓN PARA QUE NO ME OLVIDES
Yo me pondré a vivir en cada rosa
y en cada lirio que tus ojos miren
y en cada trino cantaré tu nombre
para que no me olvides.
Si contemplas llorando las estrellas
y se te llena el alma de imposibles
es que mi soledad viene a besarte
para que no me olvides.
Yo pintaré de rosa el horizonte
y pintaré de azul los alelíes
y doraré de luna tus cabellos
para que no me olvides.
Si dormida caminas dulcemente
por un mundo de diáfanos jardines,
piensa en mi corazón que por ti sueña
para que no me olvides.
Y si un tarde, en un altar lejano,
de otra mano cogida te bendicen,
cuando te pongan el anillo de oro,
mi alma será una lágrima invisible
en los ojos de Cristo moribundo...
Para que no me olvides.
CANSANCIO
Hoy te entrego mi vida, mujer desconocida.
Tómala. Tu sabrás que hacer con ella.
Duerme en tu corazón mi esperanza perdida,
Así como duerme en el agua una estrella.
Dame la luminosa piedad de tu regazo.
Si alguna vez, en sueños, mi voz desconsolada
Pronuncia un raro nombre de mujer, no hagas caso.
Si me sientes llorar, no me preguntes nada.
Se buena para mi. Háblame suavemente
Y no me digas nunca que me quieres. Tu mano
Viaje con suavidad de luna sobre mi frente.
Estoy enfermo de algo doloroso y lejano.
Quiere mi corazón que seas recodo
Azul que oculta cuánto se anduvo del camino.
Queden atrás mis penas, mis inquietudes, todo.
Que tu piedad me embriague con su cálido vino.
Sean tiernos tus labios al temblar en mi frente.
Sean claros tus cantos al sonar en mi oído.
Y verás que en tu seno me quedo suavemente,
Sencillamente como un pequeño dormido
CANCIÓN DEL AMOR PERDIDO
Aquí en mi soledad, calladamente lloro
evocando la pena de tus ojos lejanos.
No volverá a decirme -te quiero- tu voz de oro.
Nunca más temblarán en las mías tus manos.
Tu sonrisa, tus gestos, tu mirada serena,
la clara madurez de tu cuerpo de niña,
columpiaron mi ser en el gozo y la pena,
como un sol en la alegre fragancia de tus viñas.
¿Y ahora? La palabra se quiebra de tristeza,
No volveré a besar nunca más en la vida.
Contemplarte pasar, erguida la cabeza
que en mi hombro, tantas veces,
se quedó adormecida.
Mujer, yo no sabía que te quisiera tanto.
Toda mi juventud contigo se ha perdido.
Hoy que siento los ojos ahogados en llanto
¡cómo anhelo quedarme en tus brazos dormido!
Pienso en tu frente pura y en tu boca risueña
que otro habrá de besar como yo la besaba
y toda la amargura del mundo se despeña
sobre la soledad de mi alma atormentada.
Con todo el corazón roto por su sollozo
digo: no he de querer nunca más en la vida!
Y siento que se interna tu acento tembloroso,
lo mismo que un puñal perfumado, en mi herida.
ELEGÍA
Amigo, estas palabras ya no tienen sentido
para tu corazón inmóvil, estás quieto
como las piernas grises, como la inmensa noche
que en su sombra estrellada guarda todo secreto.
Y ya no se abrirán las puertas de tu casa
para que tú contemples la calle solitaria.
Tu sombra, en los rincones, vagará silenciosa.
En la voz de tu madre serás una plegaria.
Y una pobre mujer enlutará su entraña:
la mujer que en el lecho de tu muerte no viste.
Y un hijo ha de llamarte, sin que tú le respondas:
el hijo que engendraste y que no conociste.
Estás muerto, estás muerto. Para tus ojos ciegos
la palabra, el gemido, son polvo, ensueño, nada.
No podrán despertarte de tu sueño infinito
ni el grito de tu madre, ni el dolor de tu amada.
DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA
Habría que empezar de nuevo.
Partir de la raíz del indio.
Ir al origen puro sin conceptos ya hechos.
Sólo así encontraremos la América no descubierta,
la América del vientre claro y los jocundos pechos,
la América con su propio idioma cantador,
galopando su libertad
de yegua joven bajo cielo.
Tenemos cuatro siglos de invasiones.
No sabemos usar nuestros ojos.
Pies extraños caminan
por nuestras heredades.
Extranjeras palabras definen gestos nuestros.
Oro, cobre y sudor americanos
-amalgama de gritos y protestas-
surcan el mar en barcos
de incomprensibles nombres.
América. Digo: la América de los bananos,
y los cafetales, y las caucheras y los minerales.
La América que pare abundancia.
La América de los grandes ríos
y las montañas grandes.
El Nuevo Mundo que amamanta el mundo viejo.
La tierra en que mis hermanos
los parias tienen hambre.
La América, si, la América
que no necesita nodrizas, porque bebe leche
de cielo en la cumbre del Aconcagua.
No la escolar América sabida por los mapas:
tierra tatuada de nombres y colores,
partida en Panamá por un canal de fierro
y comida en el Sur por los hielos australes,
sino ésta otra, ésta que nace
en el pétreo filo de los Andes
y cae como un poncho verde
a dos mares azules.
Esta que va en mi canto americano,
resonando en el galope del charro,
del huaso, del llanero, del indio y del gaucho.
Esta que va en la espalda del cargador
de muelles, y en la espuela grandona,
y en el sombrero floreado,
y en la ojota besada por aguas y tierras,
y en el olor del mate amargo,
y en el lamento de la quena y la trutruca,
y en el aroma de la piña madura,
y en el maíz que ríe con risa de sátiro,
y en el coco y la jícara que recibe su jugo.
Esa es la América, hermanos.
Es pura la mañana. Cantan los pájaros.
Canta el sinsonte y el quetzal es un relámpago.
Vamos a descubrir la América nuestra.
El día agita sus banderas anchas.
Es hora de partir y amanecer.
Partamos.
(Fuente: Marcelo Sepúlveda Ríos)
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