jueves, 3 de marzo de 2022

Arturo Dávila (México, 1958)

 

I.- De La ciudad dormida (1995)

 

 

 

La ciudad dormida evapora su lenguaje. . .

                                               JOSÉ LEZAMA LIMA

 

 

 

 

Naufragio

 

En noches boquiabiertas

construyo un barco que huye entre mis sueños:

navegan pianos lentos

recostados en la bruma que avanza,

estrellas frescas del amanecer,

sonidos del más suave terciopelo.

 

Y aunque el sueño es una migaja triste,

alimento de dioses,

nostalgia de la muerte recordada,

pasan estrellas destilando miel

con un racimo de alas

sin saber porqué se encuentran ahí.

 

Desde el mástil del piano

surgen pañuelos de gamuza suave

y descienden hasta los camarotes

en busca de sirenas

que se peinan las olas de su cuerpo

con un arco de estelas

y caracolas tiernas

tejidas entre paisajes de ayer.

 

Pero el ayer navega fugitivo

a un mañana sin alas

donde los sueños se pueblan de barcos

lentos, destilando migajas tristes

de dormidas caracolas y pianos.

 

A pasos lentos, pasan

corazones insomnes

atravesados por espadas mudas

de venados heridos

y sirenas en el lomo del piano

que peinan tres estrellas

y tejen un racimo de canciones

tristemente sin alas

para aquel barco que huye entre mis sueños.

 

 

 

 

La Partida

 

Inicié la partida cuando aún arde

el cristal de la noche, los espejos

que iluminan el cielo. Ya es muy tarde

para volver. En mis despojos, lejos,

 

busqué el olvido. Ahora ya regresa en

las cuerdas trémulas de mi garganta,

en la ola de mis sueños. Para bien

o para mal, me voy, cuando levanta

 

el alba fiel y pierde su color

la luna moribunda. Yo camino

hacia el oeste, donde mi dolor

 

muere y cada mirada es roja. No

lo lamento, sólo he perdido, acaso,

una hermosa mujer, un triste ocaso.

 

 

 

 

Metempsicosis

 

Entre tibias y solitarias noches

te vas quedando solo en los caminos;

la sombra de la luna azul inunda

el dulce navegar de tus memorias.

 

Caminas por ahí, como otras veces,

con pie incierto en olvidadas tierras,

acariciando tus recuerdos tibios

de otras edades y otros cuerpos tristes.

 

Estuviste por aquí, mas ignoras

cuándo y bajo qué reinos interiores;

¿qué pieles desechadas por la muerte

miraron tristes estos ojos tibios?

 

Tristeza antigua y lánguida tibieza:

murieron por tu cuerpo otros imperios

y sientes las corrientes del olvido

naufragar mar adentro de tus penas.

 

¡Qué importa! te lo dices (sin creerlo)

lanzando piedras muertas contra el tiempo;

nos veremos de nuevo en nuevas lunas

envueltos por la noche triste y tibia.

                 

 

 

 

El  Desaparecido

a  Sergio Machorro M.

 

Aquel amigo mío

no creía en nada.

 

Era tan contreras

que cuando hacía un frío espantoso

se congelaba de calor,

y cuando hacía un calor infumable,

prendía un cigarro

y se derretía de frío.

 

En ese delirio

pasaba

los días sudando la gota gorda.

 

No se quitaba la piyama

para nada,

y evadía la presencia de nadie:

a veces,

incluso se peleaba con su sombra,

y yo

le llegué a ver

los puños ensangrentados.

 

Le disgustaba la luna

porque colgaba del horizonte

como un fantasma,

y el sol lo ponía nervioso

porque brillaba

como una boina calva,

o un reloj siniestro de color amarillo,

o un huevo echado a perder,

o la pelona de un bonzo anaranjado.

 

Categóricamente

negaba la realidad

y no quería saber nada

del tiempo ni del espacio.

 

Nadaba en las albercas del vacío.

 

Era ateo,

gracias a Dios,

pero profesaba

la filosofía de los Yanomamis.

 

Para él

la vida era tan importante

como una tarjeta postal cursi,

o un charco de aceite,

o una llanta de bicicleta

abandonada

bajo

la lluvia.

 

Comía

como un heliogábalo,

pero su mente

flotaba por los aires.

 

Odiaba a los turistas

que íbamos a verlo

–sus amigos–,

y proponía seriamente

que se adoquinaran las playas

con el firme propósito

de ahuyentarnos.

 

Nunca

se interesó por las mujeres;

sin embargo,

sostenía

que padecía priapismo.

 

Orinaba las rosas al regarlas.

 

Un día se fue

y no dejó ninguna dirección,

ningún impermeable;

ni siquiera

un cigarro por si las dudas.

 

Alguna vez

había hablado de instalar

un rancho de pollos

o de tocar un cilindro en el centro.

 

Era más lúcido que la luna.

 

No sé qué se habrá hecho,

pero puedo imaginar

sus ojeras

sondeando la madrugada,

acariciando un violín sin ternura,

o echando pestes contra

las aves,

lanzando huevos contra el horizonte

hasta ponerle un ojo morado;

entonces sí,

puedo verlo,

sonreír a sus anchas,

instalado en el abandono.

 

La ciudad dormida

 

En esta ciudad

llueve

como si alguien pagara por un crimen;

por ejemplo,

ayer,

cayeron estrellas de mar

y descalabraron a un hombre

que nació en abril

y pensaba en la relatividad.

 

En esta ciudad

ser peatón es parecido a ser torero

y los faros de los automóviles

brillan más que senos tiernos;

por ejemplo,

en una pequeña plaza

los cuernos de la luna

embistieron contra la Osa Mayor

y tembló el corazón del universo.

 

En esta ciudad

todos están durmiendo de pie

y pasean por un museo de cera;

por ejemplo,

hace tres sueños,

un hombre dormía

y dos sonámbulos quisieron levantarlo

pero siguió despierto.

 

En verdad,

lo que pasa

es que la realidad se fue por la tangente

y habría que ponerle un amansalocos,

para meterla en cintura,

por ejemplo.

 

 

 

 

 

 

2.- De Catulinarias (1998)

 

Quidquid aunt homines: votum, timor, ira, voluptas, gaudis: discursus notri est farrago libelli . *

                                                                                              Decio Junio Juvenal

 

*Lo que han hecho los hombres: ira, temor, promesas, pláticas, gozo: en el librito nuestro habrán de mezclarse.

                                              

Trad. Amparo Gaos y Rubén Bonifaz Nuño

                                                                                             

 

 

I

 

Eli: a las mujeres bonitas

y a los buenos caballos,

los echan a perder los pendejos.

 

Ayer te vi en el Café Milano

rodeada por tus fans:

uno te contaba chistes,

otro se paraba de manos

y los demás babeaban de lujuria.

 

En verdad, Eli, parecías una reina

rodeada de su corte de bufones

–enanos, cirqueros y payasos.

Pero yo te encontré

(mis celos te encontraron)

menos inteligente,

menos bella.

 

Hoy viajaste a las tierras del Rhin

y las olas del Atlántico nos separan;

me quedé abrazando tu sombra fugitiva

más ligera que la espuma de un sueño

 

Oh, Eli,

este poema

(si alguien lo lee algún día)

te conservará

en las playas doradas de California,

en la mirada dulce del mar.

 

Pero por allá, no sé:

que los dioses te protejan siempre

y te libren de los pendejos.

 

 

 

II

 

Para que quiero enemigos

Crisósotomo, si te tengo a ti.

 

Tus consejos sobre las mujeres

son maravillosos: “Todo va y viene

–me dices– no sólo las hermosas…”

Y mientras yo me revuelco en el suelo

como un puerco en las zahurdas de Circe.

 

Y es verdad,

Crisósotomo, es verdad,

tu sabiduría es la correcta,

de tu boca fluyen sentencias de oro;

todo va y viene,

las mujeres, los carros,

las latas de cerveza,

todo es una moda

y nosotros, pasajeros

de un tren cuyo destino es la Nada.

 

Krishna hubiera envidiado

tu filosofía, Crisóstomo,

y hasta el más clarividente Tiresias

palidecería ante tu sombra.

 

¡Oh, caro amigo, cuánto te admiro!

 

Lástima que sólo tienes un defecto:

Crisósotomo,

tu alma impecable,

tus aforismos

–miel destilada entre los labios–

están metidos en un cuerpo de vaca

(ojalá fuera sagrada)

que suda y exuda sin parar.

Y las calles por las que caminas,

para tu desgracia,

no son las de Bombay ni de Calcuta,

y nadie se inclina ante tu presencia;

para tu desgracia, amigo mío,

vives en Occidente,

donde a las vacas

se les destina al matadero,

para que las mujeres más hermosas

(de las que tanto sabes,

de las que tanto hablas)

las saboreen molidas

en las más deliciosas hamburguesas.

                                    

 

 

 

III

 

Malos tiempos para la lírica:

 

Lisis, ayer te vi por la tele

del brazo del Gorila,

escoltada por guaruras y soldados:

¡te veías tan mona!

 

Será que tiene tanto dinero,

o que come langosta con champagne,

o es el charm que le da el poder.

 

Yo prefiero olvidar su riqueza

y cabalgar

en la melena de la tarde,

y ver San Francisco desde la montaña,

y el mar,

y recordarte

como eras ayer

rodeada por los brazos de la lluvia.

 

 

 

IV

 

Sírveme un tequila doble, Ganímedes,

y ponme un plato con sal y limón,

que aunque hoy es Día de Muertos,

hay mucho que celebrar:

 

pasé por la Rotonda de los Hombres Ilustres

y quiero seguir viviendo

(y bebiendo):

 

recordé

         que los “hombres famosos”

                                                       (y sus amantes)

                                                                                    también mueren.

 

 

 

(Fuente: Círculo de poesía)

 

 

 

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