I.- De La ciudad dormida (1995)
La ciudad dormida evapora su lenguaje. . .
JOSÉ LEZAMA LIMA
Naufragio
En noches boquiabiertas
construyo un barco que huye entre mis sueños:
navegan pianos lentos
recostados en la bruma que avanza,
estrellas frescas del amanecer,
sonidos del más suave terciopelo.
Y aunque el sueño es una migaja triste,
alimento de dioses,
nostalgia de la muerte recordada,
pasan estrellas destilando miel
con un racimo de alas
sin saber porqué se encuentran ahí.
Desde el mástil del piano
surgen pañuelos de gamuza suave
y descienden hasta los camarotes
en busca de sirenas
que se peinan las olas de su cuerpo
con un arco de estelas
y caracolas tiernas
tejidas entre paisajes de ayer.
Pero el ayer navega fugitivo
a un mañana sin alas
donde los sueños se pueblan de barcos
lentos, destilando migajas tristes
de dormidas caracolas y pianos.
A pasos lentos, pasan
corazones insomnes
atravesados por espadas mudas
de venados heridos
y sirenas en el lomo del piano
que peinan tres estrellas
y tejen un racimo de canciones
tristemente sin alas
para aquel barco que huye entre mis sueños.
La Partida
Inicié la partida cuando aún arde
el cristal de la noche, los espejos
que iluminan el cielo. Ya es muy tarde
para volver. En mis despojos, lejos,
busqué el olvido. Ahora ya regresa en
las cuerdas trémulas de mi garganta,
en la ola de mis sueños. Para bien
o para mal, me voy, cuando levanta
el alba fiel y pierde su color
la luna moribunda. Yo camino
hacia el oeste, donde mi dolor
muere y cada mirada es roja. No
lo lamento, sólo he perdido, acaso,
una hermosa mujer, un triste ocaso.
Metempsicosis
Entre tibias y solitarias noches
te vas quedando solo en los caminos;
la sombra de la luna azul inunda
el dulce navegar de tus memorias.
Caminas por ahí, como otras veces,
con pie incierto en olvidadas tierras,
acariciando tus recuerdos tibios
de otras edades y otros cuerpos tristes.
Estuviste por aquí, mas ignoras
cuándo y bajo qué reinos interiores;
¿qué pieles desechadas por la muerte
miraron tristes estos ojos tibios?
Tristeza antigua y lánguida tibieza:
murieron por tu cuerpo otros imperios
y sientes las corrientes del olvido
naufragar mar adentro de tus penas.
¡Qué importa! te lo dices (sin creerlo)
lanzando piedras muertas contra el tiempo;
nos veremos de nuevo en nuevas lunas
envueltos por la noche triste y tibia.
El Desaparecido
a Sergio Machorro M.
Aquel amigo mío
no creía en nada.
Era tan contreras
que cuando hacía un frío espantoso
se congelaba de calor,
y cuando hacía un calor infumable,
prendía un cigarro
y se derretía de frío.
En ese delirio
pasaba
los días sudando la gota gorda.
No se quitaba la piyama
para nada,
y evadía la presencia de nadie:
a veces,
incluso se peleaba con su sombra,
y yo
le llegué a ver
los puños ensangrentados.
Le disgustaba la luna
porque colgaba del horizonte
como un fantasma,
y el sol lo ponía nervioso
porque brillaba
como una boina calva,
o un reloj siniestro de color amarillo,
o un huevo echado a perder,
o la pelona de un bonzo anaranjado.
Categóricamente
negaba la realidad
y no quería saber nada
del tiempo ni del espacio.
Nadaba en las albercas del vacío.
Era ateo,
gracias a Dios,
pero profesaba
la filosofía de los Yanomamis.
Para él
la vida era tan importante
como una tarjeta postal cursi,
o un charco de aceite,
o una llanta de bicicleta
abandonada
bajo
la lluvia.
Comía
como un heliogábalo,
pero su mente
flotaba por los aires.
Odiaba a los turistas
que íbamos a verlo
–sus amigos–,
y proponía seriamente
que se adoquinaran las playas
con el firme propósito
de ahuyentarnos.
Nunca
se interesó por las mujeres;
sin embargo,
sostenía
que padecía priapismo.
Orinaba las rosas al regarlas.
Un día se fue
y no dejó ninguna dirección,
ningún impermeable;
ni siquiera
un cigarro por si las dudas.
Alguna vez
había hablado de instalar
un rancho de pollos
o de tocar un cilindro en el centro.
Era más lúcido que la luna.
No sé qué se habrá hecho,
pero puedo imaginar
sus ojeras
sondeando la madrugada,
acariciando un violín sin ternura,
o echando pestes contra
las aves,
lanzando huevos contra el horizonte
hasta ponerle un ojo morado;
entonces sí,
puedo verlo,
sonreír a sus anchas,
instalado en el abandono.
La ciudad dormida
En esta ciudad
llueve
como si alguien pagara por un crimen;
por ejemplo,
ayer,
cayeron estrellas de mar
y descalabraron a un hombre
que nació en abril
y pensaba en la relatividad.
En esta ciudad
ser peatón es parecido a ser torero
y los faros de los automóviles
brillan más que senos tiernos;
por ejemplo,
en una pequeña plaza
los cuernos de la luna
embistieron contra la Osa Mayor
y tembló el corazón del universo.
En esta ciudad
todos están durmiendo de pie
y pasean por un museo de cera;
por ejemplo,
hace tres sueños,
un hombre dormía
y dos sonámbulos quisieron levantarlo
pero siguió despierto.
En verdad,
lo que pasa
es que la realidad se fue por la tangente
y habría que ponerle un amansalocos,
para meterla en cintura,
por ejemplo.
2.- De Catulinarias (1998)
Quidquid aunt homines: votum, timor, ira, voluptas, gaudis: discursus notri est farrago libelli . *
Decio Junio Juvenal
*Lo que han hecho los hombres: ira, temor, promesas, pláticas, gozo: en el librito nuestro habrán de mezclarse.
Trad. Amparo Gaos y Rubén Bonifaz Nuño
I
Eli: a las mujeres bonitas
y a los buenos caballos,
los echan a perder los pendejos.
Ayer te vi en el Café Milano
rodeada por tus fans:
uno te contaba chistes,
otro se paraba de manos
y los demás babeaban de lujuria.
En verdad, Eli, parecías una reina
rodeada de su corte de bufones
–enanos, cirqueros y payasos.
Pero yo te encontré
(mis celos te encontraron)
menos inteligente,
menos bella.
Hoy viajaste a las tierras del Rhin
y las olas del Atlántico nos separan;
me quedé abrazando tu sombra fugitiva
más ligera que la espuma de un sueño
Oh, Eli,
este poema
(si alguien lo lee algún día)
te conservará
en las playas doradas de California,
en la mirada dulce del mar.
Pero por allá, no sé:
que los dioses te protejan siempre
y te libren de los pendejos.
II
Para que quiero enemigos
Crisósotomo, si te tengo a ti.
Tus consejos sobre las mujeres
son maravillosos: “Todo va y viene
–me dices– no sólo las hermosas…”
Y mientras yo me revuelco en el suelo
como un puerco en las zahurdas de Circe.
Y es verdad,
Crisósotomo, es verdad,
tu sabiduría es la correcta,
de tu boca fluyen sentencias de oro;
todo va y viene,
las mujeres, los carros,
las latas de cerveza,
todo es una moda
y nosotros, pasajeros
de un tren cuyo destino es la Nada.
Krishna hubiera envidiado
tu filosofía, Crisóstomo,
y hasta el más clarividente Tiresias
palidecería ante tu sombra.
¡Oh, caro amigo, cuánto te admiro!
Lástima que sólo tienes un defecto:
Crisósotomo,
tu alma impecable,
tus aforismos
–miel destilada entre los labios–
están metidos en un cuerpo de vaca
(ojalá fuera sagrada)
que suda y exuda sin parar.
Y las calles por las que caminas,
para tu desgracia,
no son las de Bombay ni de Calcuta,
y nadie se inclina ante tu presencia;
para tu desgracia, amigo mío,
vives en Occidente,
donde a las vacas
se les destina al matadero,
para que las mujeres más hermosas
(de las que tanto sabes,
de las que tanto hablas)
las saboreen molidas
en las más deliciosas hamburguesas.
III
Malos tiempos para la lírica:
Lisis, ayer te vi por la tele
del brazo del Gorila,
escoltada por guaruras y soldados:
¡te veías tan mona!
Será que tiene tanto dinero,
o que come langosta con champagne,
o es el charm que le da el poder.
Yo prefiero olvidar su riqueza
y cabalgar
en la melena de la tarde,
y ver San Francisco desde la montaña,
y el mar,
y recordarte
como eras ayer
rodeada por los brazos de la lluvia.
IV
Sírveme un tequila doble, Ganímedes,
y ponme un plato con sal y limón,
que aunque hoy es Día de Muertos,
hay mucho que celebrar:
pasé por la Rotonda de los Hombres Ilustres
y quiero seguir viviendo
(y bebiendo):
recordé
que los “hombres famosos”
(y sus amantes)
también mueren.
(Fuente: Círculo de poesía)
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