Del cuerpo
Diosa, sé
misericordiosa. En el rojo
vivo del amor
apiádate de mí. Cree
en el mensaje
de llantos calcinantes
en la noche, en el horno
del deseo. Nunca
como antaño, nuevamente esperes
la sonrisa de piedra
nacida en las cenizas. Aquí,
en todo Egipto
el fuego es sacerdote
de llamarada única.
No hay salida. Solamente
hay entrada. Al centro del morir
a las cámaras del capricho
estoy atado. Te ruego
que suavemente me recibas.
Acuéstame en lechos sedosos
adentro de la llama.
Entre tus estatuas
por siempre derretidas,
por la sal carcomidas
hacia la vida,
bésame.
. Versión de Ramón Xirau. En: El surco y la brasa. Traductores mexicanos. Selección y prólogo de Marco Antonio Montes de Oca, FCE, México, 1974.
(Fuente: Nexos)
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