Y yo
creía
que los poetas
eran de otro mundo.
Que tenían
un ángel secreto,
una chorrera de rimas,
imágenes,
ecuanimidad
con la sagrada palabra,
tremendas jaquecas,
angustia vital,
desdenes creativos,
y dolores menstruales,
zapateados olímpicos,
y como un alma
engarrada a la verdad,
la cortesía y el buen decir,
generosos,
de beber yogur
y alimentos saludables,
presurosos por ayudar
a los ciegos
cruzar la calle.
Pero no,
algunos:
vomitivos, sobradores,
envidiosos,
malparidos,
canijos y llorosos,
con el cogote
fuera del gallinero
y la pluma destintada,
no apto para escolares
ni banderas patrias.
- Inédito -
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