EN LA SOMBRA DEL SETO DE LAMBERTIANA
mi primo es un caballo de cuero blanco
se mueve inquieto, el rostro perdido.
Una tarde me habló de golpe:
no sabés lo que vi, vamos.
Caminamos sobre el lecho de un viejo río
desde la tranquera al bosque encantado,
una cercana plantación de eucaliptus.
Lo seguí como se sigue a ciegas
algo inalcanzable.
Cuando se dio vuelta, me detuve:
hay secretos que deben esperar.
Un día papá entró y nos dijo:
Javier se accidentó, está en coma.
Nunca más caminaríamos una tarde
sobre el lecho del viejo río,
nunca diría lo que vio.
Mi primo me recuerda
cómo se sigue un misterio
cuando todavía no sabemos
qué nos hace correr y correr.
*
LA QUINTA DE TRANQUERA PINTADA
Tuvo un cerco de cipreses
que prendió con los años
y el buen riego.
Osvaldo y otros amigos
de la ciudad no sabían
del contacto con la tierra.
Sentados a la sombra
del aguaribay,
quitaban los plantines
de sus bolsas negras.
La mujeres practicábamos
técnicas de germinación
desafiando la advertencia:
no pongan paltas, se van a helar.
Las hicimos venir en latas
y las traspasamos al suelo
atadas a tutores.
Algunas se adaptaron.
En 1978, la vida
se sostenía con esfuerzo,
entre la ley natural y el deseo
de tener lo que se puede tener.
CAMPO DE GLADIOLOS
La casa se levantó en el último lote
antes de llegar a la avenida de arena.
Para un lado estaba el pueblo,
para el otro,
el campo de gladiolos, melones
y sandías. Los quinteros,
con un pañuelo en la cabeza
y el torso descubierto,
tiraban detrás del alambrado
las plantas malformadas.
Era el momento,
de salir a embolsarlas, siempre
alguna sobrevivía tras mezclar
la arena con abono, esa materia
oscura y húmeda del gallinero.
Un hueco, depositar el bulbo, regar
y taparlo. Simple, tan simple como
esperar que la flor abriera salmón
o blanca, los colores más frecuentes.
*
LA FUERZA DIVINA
no podía elevarnos. Con la creciente
el pueblo se puso intransitable.
Por el camino de arena
se arreaba el ganado
a tierras más altas. Nadie podía
llegar a la iglesia.
Dios se había convertido
en un pájaro que bajaba
en picada
para devorar ranas y libélulas:
los temores vagos
entre el cielo y la tierra
necesitan alimentarse.
Comprendimos
en nuestro humano entendimiento
que la fuerza divina
era limitada, sin embargo,
nos salvaba.
Agradecidos, tomábamos sol,
cerca de la tranquera
para ver el paso de las vacas.
*
PERROS EN LA ARENA
La futura mujer piensa
desde el otro lado de la ventana:
¿tendré tantos cachorros
como la perra del vecino?
Fueron once y uno muerto,
más de lo tolerable.
La futura mujer sospecha
de los excesos. La muerte,
como la noche, llega al cuerpo
casi siempre desprevenido.
Después de dejar que la especie haga
lo suyo frente a la ventana o detrás
del muro de la casa, la futura mujer
suda. Piensa en los perros
bajo el sol de enero,
en busca de comida, sombra
y un césped mullido donde
un poco dormir, otro poco esperar.
Cuando el día termina
se echa sobre la arena de la calle
todavía caliente, y eso, supone,
es parecido a un cuerpo
después de acoplarse a otro.
Sin embargo, intuye el golpe de frío,
el baldazo que vendrá
para separarlos a la fuerza
y eso, piensa,
es casi como salvarlos.
***
(Fuente: Música rara)
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