El Tommy
apareció con la cola muerta
a pedir comida.
Era un cuero con huesos,
una garrapata viva,
un asustado vagabundo
de las viñas
y las alamedas
que bordean el desierto.
El pretencioso nombre inglés
llegó con un plato de comida,
un abrazo
y nuestro amor infantil
para el futuro,
y para siempre.
Y mis viejos
se fueron:
cuatro cachivaches,
un colchón desfondado,
una olla de fierro
y algunas mantillas
bordadas a mano.
Buenos Aires los engulliría.
El Tommy
nunca se perdió
en la memoria.
Creo que sus ojos
amarillos y tan agradecidos
murieron ese día
en que el rayo de la miseria
partió el mundo
y lo regresó a los yuyales
y la muerte por silencio.
- Inédito -
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